EL DESTINO EN LA CARRETERA.

 



CAPITULO 6
 

Julia avanzó con buen ánimo hacia la mujer notando en todo momento la forma en que la otra la recorría con los ojos de arriba abajo consiguiendo que fuera muy consciente de su atuendo de bata y zapatillas, pelo recogido en una coleta y quizá hasta algo despeinado. Inés en cambio era un modelo de sofisticación con aquel traje de falda y chaqueta de Chanel en color rosa y negro, igual que uno que tenía Mapi en su armario y que nunca se ponía.
 -Buenas tardes. Yo soy Julia, la nueva asistenta.- Se presentó sonriente.-Iré a avisar a Rodrigo de que ha llegado…
 -No es necesario. Sé donde encontrarle.- Y volvió a mirarla de norte a sur.- Siga con lo que quiera que esté haciendo.
La vio dirigirse y entrar con paso elegante en la casa. Esperó unos instantes antes de seguirla para ir a la cocina. Al pasar ante el despacho del veterinario oyó sus voces, aunque no supo de qué estaban hablando hasta un rato después, cuando Rodrigo la buscó.
-Julia, Inés y yo salimos a cenar, así que no prepares nada para nosotros.
¿Qué iba a contestar ella ante eso? Pues nada; hasta tuvo que hacer un esfuerzo para no encogerse de hombros con indiferencia. Mejor. Así podría volver a hacer tortilla de patata, esta vez sin ayuda, a ver qué tal le salía. El subió a ducharse, eso dijo, y la amiga se quedó revoloteando por la cocina mientras Julia escogía del cesto las patatas y se sentaba a la mesa para pelarlas a su estilo, con mucho esfuerzo para que la piel quedara lo más fina posible y así aprovechar el máximo de patata.
-Debes apurar más al pelar la patata,- intervino Inés en tono de superioridad, como si pensara que la nueva asistenta no sabía pelar una patata.
-Si, es lo habitual, pero yo lo hago así para evitar que la patata retenga ese olor y sabor a peladura tan desagradable en el resultado final.- Replicó con la mayor seguridad.
Si encontró o no razonable aquella respuesta, Inés no dijo nada. Solo fue a la nevera y de ella sacó una cerveza que se sirvió con familiaridad. Se sentó al otro lado de la mesa y cruzó las piernas con elegancia. Tenía clase, Julia no podía negársela, se parecía a…no, a nadie, ninguna de sus amigas era tan sofisticada como aquella mujer, ni siquiera Magalen cuando se ponía los vestidos de Mapi para ir a hablar con el conde Martini lucía tan…estirada, en ningún momento dejó de ser ella misma.
Matías y Millán entraron por la puerta del huerto y se sorprendieron al ver que la asistenta estaba acompañada.
-¡Caramba, Inés, no sabíamos que estaba usted aquí!- Dijo el padre con afectación- Rodrigo no nos ha dicho que fuera a venir.
-En realidad no me esperaba hasta mañana, he venido antes porque a fin de cuentas no tenía nada que hacer esta noche y así podemos adelantar algo los preparativos para la gala benéfica de otoño.
Julia dejó de hacer rodajas con las patatas al oír aquello.
-¿Una gala benéfica?- Preguntó con el cuchillo en el aire.
Inés no se dignó a contestar y como el silencio resultaba incómodo, fue Millán quien informó a la asistenta.
-Rodrigo dirige un refugio para animales en la Reserva Natural de los Montes de Toledo, pero con las subvenciones de la Junta y del Gobierno no hay ni para empezar, así que a la señorita Ramos, Inés,-aclaró,- tuvo la idea de celebrar una gala benéfica e invitar a gente importante que aporte capital a la causa.
-Qué interesante.
La señora Inés continuó impasible como si todo aquello no fuera con ella; parecía que le había molestado que Millán diera explicaciones a la criada. Los dos implicados se miraron en silencio sin saber como reaccionar. Fue Matías quien rompió gélido ambiente que se había creado preguntando a Julia qué estaba preparando. Ella respondió sonriente y el patriarca mostró su entusiasmo como si la tortilla de patata de Julia se pudiera comparar sin demérito con una de Ferrán Adriá.
Por fin la espera de doña Inés acabó cuando llegó don Juan… Vestido con un traje de mezclilla de olor gris oscuro y una camisa blanca sin corbata, con el cuello abierto. La asistenta miró de reojo para disimular su sorpresa ante la imagen que ofrecía el veterinario. No podría decidir cómo estaba mejor, si con la camisa a cuadros y los vaqueros o con el traje oscuro y la camisa blanca. Aquella noche, lo último que pensaba antes de dormir era que aquellos dos de seguro que se estaban dando un buen homenaje. A fin de cuentas eran la una para el otro y viceversa. Sin embargo su mente en vez de hundirse en las profundidades del sueño, se puso juguetona y al cerrar los ojos en la oscuridad del cuarto se formó ante ella la imagen de Rodrigo Villanueva con su camisa blanca y el triángulo de piel que dejaban ver los primeros botones desabrochados. Unas manos femeninas, finas y níveas usaban sus largos dedos para seguir soltando el resto de los botones, abriendo una brecha cada vez más amplia en la tela, mostrando un pecho varonil y fuerte, de tacto cálido, recio. Las manos de mujer se paseaban como querían por aquel torso, subían y bajaban buscando ahora el prieto vientre, ahora los duros pezones o los hombros anchos por los que empujaba la tela de la camisa para deshacerse de ella y liberar dos brazos poderosos como las alas de un águila que la envolvían apretándola contra su cuerpo ardiente, encendiendo una hoguera en su vientre en la que se estaba consumiendo su voluntad…
¡Un momento!¿Hoguera?¿Vientre?...¡¿Qué porras estaba pensando?! Abrió los ojos de forma abrupta y de un salto se sentó en el borde de la cama. Se apresuró a ponerse las zapatillas camping a las que les había tomado mucho cariño y salió como una bala fuera de la habitación. Se deslizó con suavidad por las escaleras, abrió la pesada puerta de la casa que pese a ser grande estaba tan bien engrasada que no emitió el menor quejido y escapó del edificio. Fuera hacía un frío notable, pero era lo que necesitaba para calmarse y rebajar su temperatura. No iba a ahondar en el sótano de su subconsciente, estaba muy claro que, como diría Freud, “quien tiene hambre, con pan sueña”. Bueno, quizá no lo expresaría de esa forma, pero vendría a ser lo mismo. Lo que ella no entendía era el por qué soñaba con aquel “pan”. Rodrigo Villanueva tenía un carácter árido, no sabía sonreír, solo gruñía como un cromañón y se quejaba de todo. Por supuesto que físicamente era muy atractivo…
-¨Definitivamente el estrés acumulado en mi por todos los sucesos acaecidos últimamente en mi vida me está pasando factura, necesito liberarlo y mi psique ha optado por el deseo sexual y él es por razones obvias el candidato mas adecuado que hay a mano. Por eso.”
Sus pasos la condujeron hacia la cuadra donde estaba Argenta. El animal no se movió ni inquietó al verla por lo que ella tomó confianza y se acercó hasta llegar a acariciarle la cara. La yegua resopló y fue su única reacción a la visita. Se dejó acariciar y Julia sintió en la palma de su mano el tacto grueso y a la vez suave del pelo grisáceo que, realmente, asemejaba al color de la plata.
-¿Tú tampoco puedes dormir?- Le dijo con dulzura.
-Seguramente estaba durmiendo cuando has llegado.
La mujer sintió un vuelco en el corazón al oír tras ella la voz inesperada del veterinario. Se llevó instintivamente las manos al pecho para sujetar sus latidos mientras miraba la figura varonil recortada a la tenue luz de la luna que se colaba por el portón.
-¡Me has asustado!- Exclamó con un hilo de voz.
-Perdona. No era mi intención.-Avanzó en la penumbra hacia ella.- Creía que me habías visto cuando has pasado delante del despacho.
¿Estaba en el despacho? No, no le había visto. Había salido demasiado deprisa .
Llegó a su lado y paseó su mirada por toda ella. Tenía la melena alborotada cubriendo la espalda que descubría el escote del camisón. Este era más comedido que el primero que le vio, no tenía encajes ni transparencias. Era de raso, sencillo, de color granate con grandes flores malva. Los tirantes eran finos y el escote delantero discreto, aunque la suave tela caía pesada sobre su piel y marcaba nítidamente la forma de sus pechos redondos, llenos, coronados por delicados picos del tamaño de un garbanzo. La imagen era perturbadora, quizá por eso se mantuvo en guardia y no quiso continuar con el resto.
Julia volvió a acariciar a la yegua.
-No la he despertado,- dijo,- estaba aquí, como ahora.
-Los caballos pueden dormir de pie sin caerse. Su aparato estático pasivo permite que puedan trabar la rótula sobre la tróclea femoral y así bloquear el corvejón. Es instinto de supervivencia en los animales presa. Argenta tiene ese instinto muy marcado; probablemente sus antepasados fueron salvajes y de cría libre…¿No te vas a enfriar así?- Cortó de pronto.
Ella se frotó los brazos. Si, se le habían quedado fríos. Era mejor volver a la casa, además, aquel no era el atuendo mas adecuado, aunque era un camisón muy sencillo que casi parecía un vestido veraniego. Le hizo una última caricia a Argenta y hasta se atrevió a apoyar su mejilla en la cara del animal antes de salir del establo seguida de cerca por Rodrigo Villanueva. Si antes le sentó bien el frío exterior, al entrar en la casa agradeció la cálida temperatura que resguardaban sus anchos muros. Le vio dirigirse de nuevo al despacho.
-¿Vas a seguir trabajando?- Preguntó.
-Si.- Exhaló un suspiro mezclado con la afirmación.- Todavía me queda un rato.
- ¿Quieres un café o un vaso de leche o un bocadillo?
- A diferencia de otras ocasiones, he cenado bien.- Replicó malicioso, aunque al ver la expresión ofendida en la cara de ella, añadió como desagravio:- Pero si me tomaría un café, aunque no debes molestarte ya…
Le dejó con la palabra en la boca y se fue a la cocina. Poco después invadía con una taza de café la estancia donde Rodrigo trabajaba. Esperó paciente a verle tomar el primer sorbo. El lo notó y correspondió:
-Que si, que has aprendido ya a hacer el café y está bueno.- Concedió.
Julia inspiró satisfecha y dejó que sus ojos vagaran por las estanterías cargadas de libros que cubrían las paredes.
-¿Puedo coger un libro? No tengo sueño y me gusta leer.
Bastó un breve gesto de la mano para dar su aprobación, con lo que ella empezó a buscar algo que la tentara. Rodrigo se esforzó en centrar su atención en su trabajo y apartarla de ella. A ver…estaba con la documentación necesaria para el censo de cérvidos en la reserva. Pronto comenzaría la berrea y sería relativamente fácil localizarlos y hacer recuento…¡Ojalá encontrara un libro pronto y se fuera de una vez!
Su deseo, por suerte, se cumplió y ella encontró lo que quería.
-¡Eh, qué adecuado!- Exclamó contenta sacando un ejemplar y dejando el hueco en la estantería.- “Todas las criaturas grandes y pequeñas” de James Herriot. Me encanta. Gracias.
Salió sonriente, con la mirada fija en la contraportada del volumen y dejándole a él con un cuadro de palpitaciones. ¡Que…casualidad que hubiera escogido aquel libro!
Apenas había cerrado la puerta del despacho cuando por la de la casa entró Millán. Le dedicó un saludo cortés pero por la sonrisa desmesurada del chico y la flojera de su cuerpo se dio cuenta de que estaba algo ”perjudicado” por la bebida.
-Hola, mi estimada amiga.- Le dijo intentando apoyar una mano en la pared, aunque se le resbaló y acabó dándose un codazo y sujetándose con el hombro en una postura, cuando menos, incómoda.
-¿Te encuentras mal, mi estimado amigo?- Le miró con cierta preocupación por su estado.
- No, me encuentro muy bien…¡Gracias a ti! Todo gracias a ti…Mañana te vienes conmigo…¿Tienes novio? …No me importa,- le quitó importancia a la cuestión,- te vienes y lo pasamos bien, ¡hoy lo hemos pasado de miedo…!-Su mirada se clavó en el pecho de ella.- A mi hermano le gusta mucho, es su favorito…
-¡Millán!- Se oyó la recia voz de Rodrigo cuando salió de su despacho.
-¿Qué? No miento, seguro que le has dicho que por ese libro eres vetreri…vetenira…
-Veterinario.- Corrigió Julia la insegura voz del muchacho, haciendo recaer la atención de Rodrigo sobre ella. Lo primero fue lanzarle una dura mirada a las manos que mantenían el libro abrazado contra su pecho.
-¿Qué haces aquí parada?- Preguntó regañón. Ella abrió la boca para contestar algo, pero él no la dejó.-Será mejor que subas.- La miró de arriba abajo haciéndole notar lo escaso de su atuendo, como si de pronto se hubiera percatado de ello y le molestara.
-¿Le hago un café…cargado?
-No es necesario. Ya me encargo yo.
-¡Chissst! No le hables así … a …ella.- El uso del pronombre indicaba que no recordaba el nombre.
Julia optó por hacer caso a Rodrigo y subió a su cuarto conteniendo las ganas de reír. ¡Pobre Millán! Estaba tan gracioso con aquellos ojos adormilados y la lengua de trapo, apalancado por el hombro a la pared. Arriba oyó la voz de Matías que desde su cama preguntaba qué estaba pasando. Se acercó a la puerta entreabierta y le dijo que a su hijo pequeño le había sentado mal la tortilla de patata de la cena y que estuviera tranquilo, que su hijo mayor se estaba haciendo cargo de él. Después se fue a la cama y comenzó a leer haciendo oídos sordos a cualquier sonido que procediera del otro lado de la puerta cerrada.
Al día siguiente fue con Isabel a Puebla de Montalbán. Para estar más tranquilas y poder hacer los recados para los que habían ido, la sobrina de Matías había dejado a Laurita con su papá.
-Son tal para cual; los dos están encantados de haberse conocido, créeme. A veces tengo la sensación de que soy la tercera en discordia.- Bromeaba Isabel mientras recorrían las calles del pueblo en dirección al mercadillo que cada sábado se montaba en una explanada casi a las afueras del pueblo.
Julia lo miraba todo con ojos de novata. Aquello no se parecía en nada al rastro madrileño, donde tantos domingos había acudido con la simple intención de curiosear, sin embargo había puestos con variedad de ropa donde poder elegir prendas prácticas y a la vez bonitas, aunque sencillas… Y en medio de aquel barullo de vendedores que animaban a la compra, de mujeres que se saludaban entre si, de música que sonaba desde no sabía donde, descubrió a una persona que ella no conocía, que miraba y toqueteaba la ropa, que dudaba y asentía hablando con la dueña del puesto y hasta regateaba el precio de un jersey de canalé de color azul celeste que combinaría muy bien con un pantalón vaquero de tono oscuro que había adquirido en otro puesto. Se compró dos. Y zapatos y una parca y hasta un par de camisones de algodón tan aparentemente calentitos como feos. Era como si pensara quedarse allí mucho tiempo; o, más aún, como si no pensara en absoluto en el tiempo.
Cuando iban hacia el coche para dejar las bolsas con las compras, las interceptó un hombre, un conocido de Isabel a juzgar por la vaga sonrisa que curvó sus labios al responder a su saludo.
-Así que esta es la talla treinta y ocho.-Dijo mirándola con sus ojos marrones brillando como dijes.
Julia no evitó la muestra de su sorpresa. ¿Pero es que la tal Mari Paz de la mercería le había dicho sus medidas a todos los pueblanos?¿Qué sería lo siguiente? Desde luego no se iba a comprar allí su ropa interior.
 -Ya que Isabel no me presenta, tendré que hacerlo yo…
 -El es Goyo Barrientos,- dijo Isabel un tanto desganada ante el empujón ficticio que acababa de darle el otro.- Si no te suena su apellido, pronto te sonará porque está en casi todos los negocios del pueblo.- De seguido la presentó a ella.-Julia ayuda en la casa de mi tío.
 Gregorio Barrientos tenía un rostro con facciones agradables, suaves. Los ojos marrones, la nariz un tanto aguileña sin llegar a ser grande, la boca carnosa mostrando en una sonrisa abierta la blanca perfección de sus dientes. Vestía de forma impecable ropa de mucha calidad y buenas marcas, se notaba con solo verle que tenía un nivel alto de vida y que se distinguía del resto de sus vecinos. Con gran solemnidad tomó la mano de ella entre las dos suyas y se mantuvo así el tiempo necesario para enfatizar la pobre presentación de Isabel.
 -No le hagas caso, no es tanto,- sonrió encantador,- pero puedes contar conmigo siempre que lo necesites.
 -Muy amable. Ya hemos hablado con anterioridad, creo; tu eres el concejal del partido independiente y además el que ha puesto este año el cerdo para la peña.
 Goyo admitió aquellas certezas y recordó la breve conversación telefónica que mantuvieron.
 -Creo que como concejal y representante de la Puebla puedo reservarme el derecho de mostrarte la localidad y sus alrededores. Tenemos paisajes realmente hermosos y mas ahora en otoño. Tenemos el castillo y más allá la torre mora y…
 -Deja la publicidad para otro rato, Goyo. Tenemos que dejar todo esto en el coche e ir al mercado de abastos a por la compra; así que abur.- Isabel comenzó a andar con paso airoso indicándole con un gesto de cabeza a Julia que la siguiera.
 -Te llamaré y podemos quedar…-Insistió él alzando la voz.
 Ella solo asintió brevemente y ni siquiera supo por qué lo había hecho, fue algo así como un gesto mecánico.
 -Cuidado con ese, le gustan todas, pero no se queda con ninguna. Es majo, pero debe quedarle un recuerdo vestigial del cacique de su abuelo. Pero, en fin, si lo mantienes a raya es simpático.
 Terminaron las compras en el mercado de abastos; una lonja cuadrada, enorme, con grandes puertas en cada uno de sus lados y dentro toda llena de pequeños puestos. En el centro los de verduras y frutas, los de pescados y mariscos; en los lados los de carnes, embutidos y quesos. Julia llevaba en la cartera una lista con lo que necesitaba comprar que habían preparado Matías y ella.
 -Parece que ya te vas adaptando, ¿no?
 Tras terminar los recados fueron a sentarse a la mesa de un café cercano a la plaza.
 -Bueno, poco a poco,- asintió ella como respuesta al cariñoso comentario de Isabel.- Tu tío está enseñándome a cocinar y tiene mucha paciencia conmigo.
 -Mi tío es muy buena gente, aquí todos le quieren mucho…
 Eso era fácil de creer.
 -El otro día me dijo que yo le recordaba a su mujer.- Dijo no exenta de orgullo, pese a no haber conocido a Rosa el ambiente, la esencia que ella había dejado en su casa, le indicaba que aquel comentario debía ser tomado como un halago.
 -¿De verdad?- Isabel dejó escapar una alegre y corta carcajada.- Si, si será. A mi tía también la enseñó a cocinar él.
 -¡Qué me dices, pero si debía ser perfecta!
 -Y lo era. -Afirmó la sobrina con un deje de pena en el fondo de la sonrisa.- Pero una cosa no quita a la otra y ella misma me contaba entre risas que mi abuela no la quería de nuera porque no sabía hacer nada. ¿No te lo ha contado mi tío?
 Julia negó y ante dos tazas de café, Isabel estuvo encantada de ponerla en antecedentes.
 -A mi tía le encantaba contármelo y a mi que me lo contara. Ella era de Madrid, hija y nieta de banqueros. Una señoritinga, vamos. Sus padres vinieron a hacer negocios con don Gregorio Barrientos, el abuelo de Goyo, pero el propósito real era que la “niña” y Leandro, se conocieran y ver si se podían juntar las fortunas.
 -Entiendo, de eso había mucho entonces.
 -Si. Pues una tarde, Rosita, paseando por la plaza, que entonces no estaba asfaltada así ni mucho menos, tropezó y se quedó sin tacón. Mi tío fue a ayudarle, pero ella se puso furiosa y empezó a despotricar contra el pueblo y las calles, los animales y…Y mi tío supo callarla con un buen corte y aparte la dejó allí con el tacón roto. Decía mi tía que se llevaban muy mal. Ella estuvo aquí dos meses, los padres seguían intentando meterle al pretendiente por los ojos…y no le cabía, porque, como ella misma me dijo: ”Yo ya tenía los ojos llenos de tu tío”. Lo que pasó entre ellos, ellos lo sabrían, pero se hicieron novios. Mi bisabuela era viuda, mi tío y mi padre eran los que llevaban la casa y el campo y todo. Mi tía no sabía hacer ni el huevo, así que no la quería, porque no era la clase de mujer que necesitaba mi tío. Y no te voy a decir lo que pensaban los padres de ella de la elección de la niña…Pero se casaron y mi bisabuela tragó, porque tuvo que tragar, porque mi tía renunció a su vida por mi tío.
-Renunciar a tu vida habitual por amor… ¡qué valor!
El mismo que se necesitaba para renunciar por desamor, quizá.
-Y suerte que les salió bien. A veces esto de encontrar pareja es una lotería. Juan y yo, también estamos a gusto, por suerte.- Se interrumpió abruptamente al percatarse de algo.- Tu no conoces a mi marido…
-No.
-Pues ven esta tarde a casa, te tomas un café y te lo presento.
-Si ni siquiera sé donde vives…-Replicó divertida sin saber como negarse a aquella invitación.
-Que te acompañe Millán o mi tío o Rodrigo si no ha subido a la reserva.-Dijo Isabel con gran decisión.- Hecho, os espero esta tarde, haré un bizcocho para el café. Te gusta el bizcocho, ¿verdad?...

Comentarios

  1. Ay, ay, ay!!! Qué se han puesto las cosas calentitas!! Aquí va a pasar de todo!! 👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼 Me encanta!! Tus diálogos son como charlas con las amigas... súper reales!!! 😍😍😍❤️

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  2. Jaja Millán va a dar momentazos de celos con su hermano jajajaja y me gusta que a veces pongas los pensamientos también de Rodrigo... El poder imaginar que se le pasa por la mente a ese hombreton......esperando el siguiente con ansia...🤩

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