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Mostrando entradas de agosto, 2021

El día del fin del mundo.

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 CAPÍTULO 3°       Era mucha la paciencia que debía tener con Andrés. Cualquier otra le hubiera mandado al infierno y se habría ido dejándole que reventara, pero yo no podía, no mientras estuviera impedido, mi conciencia no me dejaba a pesar de todo lo que salió por su boquita para amedrentarme. Las pobres muchachas seguían con su tarea y ni se acercaban.       - Pero ¿qué pasa aquí?        Don Servando entró sin llamar al oír las voces. Andrés se calló y hablé yo.       - Nada, don Servando. Aquí, el señor, que además de borracho es un voceras. Fíjese como se ha puesto porque se me han caido sin querer tres cuartos de litro de aguardiente en el cubo del agua sucia. El médico lo entendió a la primera y con expresión bonachona dijo:       - Hombre, Andrés, si ha sido sin querer... Un accidente lo tiene cualquiera. Además que no es alcohol lo que más te conviene ahora.         La función pacificadora de don Servando obtuvo sus frutos y Andrés dejó de gritar, aunque dijo vengativo:      

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  CAPíTULO 2°        Cuando llegué a casa eran cerca de las cuatro de la madrugada. Subí de puntillas la escalera agarrada a la  barandilla de madera de roble común, recia como todo lo que representa la casa. Creo que debo aclarar que la mía no es una vivienda corriente. Vivo en el palacio que se mandó construir un indiano que volvió a su pueblo tras enriquecerse en Cuba con la caña de azúcar y el ron y que, aunque muy admirado y querido por sus vecinos, murió solo. Mi padre, que nació pobre como una rata y a los siete años ya trabajaba pastoreando cabras en el campo, acompañaba a los dueños a las ferias de ganado aprendiendo a hacer tratos en las ventas. Poco a poco fue medrando, primero como intermediario. Si alguien tenía algo que vender o alguien necesitaba comprar algo, él buscaba comprador o vendedor y se llevaba una comisión. Hacia tratos con todo: animales, tierras, casas, coches, maquinaria agrícola... Después cuando se hizo de un pequeño capital empezó a comprar y vender para

El día del fin del mundo.

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CAPITULO 1°         Eran mas de las dos de la madrugada cuando bajé la persiana de La Manchega y me apresuré a subir a mi Renault cuatro furgoneta para resguardarme del frío de febrero. Estaba orgullosa de mi misma por haber conseguido abrir mi propio restaurante pese a la oposición de mi padre y sacarlo adelante hasta hacer de él un negocio próspero. Las condiciones fueron muy propicias ya que heredé de mi madre un terreno que estaba al borde de la N IV dirección Andalucía y tenía sitio y dinero de sobra para el local y un gran aparcamiento para coches y camiones. Por desgracia mi padre no vivió lo suficiente para ver que estaba equivocado con respecto a mi iniciativa ya que había muerto el año anterior. De todas formas le hubiera dado igual, él nunca me quiso mucho. No, eso no es cierto. Él nunca me quiso. Punto. Yo estaba acostumbrada a ello, además, si él no me quería, Eloísa me quería por los tres: por sí misma, por mi madre, a la que no conocí pues murió dos meses después de darm

El día del fin del mundo.

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    PRÓLOGO (La Mancha,España, 1978)                  Hoy no me encuentro bien; esta noche apenas he dormido y me he levantado de la cama con dolor de cabeza y mal cuerpo, aún así me he vestido y he bajado a desayunar a la cocina. Lola, mi querida Lola que tantos años lleva a mi lado cuidándome y ocupándose de esta casa, me ha sonreído pero en el fondo de sus ojos pardos he  visto su pena. Seguro que ya sabe que Andrés y yo volvimos a discutir anoche y que él se fue de casa dando un portazo. Se lo habrá dicho la Rosenda, una vecina de la calle,cuya mayor ocupación es enterarse de todo lo que pasa en el pueblo para luego esparcirlo por ahí con su voz chillona.      He desayunado sin ganas, solo por no oír por los regaños de Lola diciendo que no como nada, que estoy muy flaca y que voy a enfermar. Hoy no quiero más discusiones. Entonces el sonido del timbre ha hecho eco en el patio interior. Se me ha parado el corazón al oírlo. "¿Será Andrés que vuelve? Se habrá olvidado las llaves