El día del fin del mundo.


 CAPÍTULO 3°



      Era mucha la paciencia que debía tener con Andrés. Cualquier otra le hubiera mandado al infierno y se habría ido dejándole que reventara, pero yo no podía, no mientras estuviera impedido, mi conciencia no me dejaba a pesar de todo lo que salió por su boquita para amedrentarme. Las pobres muchachas seguían con su tarea y ni se acercaban.
      - Pero ¿qué pasa aquí?
       Don Servando entró sin llamar al oír las voces. Andrés se calló y hablé yo.
      - Nada, don Servando. Aquí, el señor, que además de borracho es un voceras.
Fíjese como se ha puesto porque se me han caido sin querer tres cuartos de litro de aguardiente en el cubo del agua sucia. El médico lo entendió a la primera y con expresión bonachona dijo:
      - Hombre, Andrés, si ha sido sin querer... Un accidente lo tiene cualquiera. Además que no es alcohol lo que más te conviene ahora. 
       La función pacificadora de don Servando obtuvo sus frutos y Andrés dejó de gritar, aunque dijo vengativo:
      - Ya te voy a dar yo a ti agua sucia...
      ¿Me iba yo a callar?
      - En cuanto te laves tendremos toda la que queramos.
      Ahora fui yo la regañada por el médico, quien afeó mi respuesta.
      - Parecéis dos niños. Ya sois adultos así que comportaos como tales.
      El me miró resentido, yo a él altiva.
      El médico le puso una especie de faja de elástica fuerte que le cubría desde el pecho hasta poco menos de la cintura. Dijo que guardara reposo en cama durante unos días, después podría levantarse poco a poco, así que le llevé la televisión al dormitorio y un radiocasete para que no se aburriera el tiempo que tenía que estar solo.
      - A medio día te mandaré a Pepe "Pamplinas " con la comida y le daré encargo de que te ayude si te quieres lavar. - Le dije cuando ya me iba. - Las muchachas volverán mañana por la mañana, haz el favor de no asustarlas y dejar que hagan su trabajo.- Le veía conteniendo las ganas de interrumpirme antes de que yo terminara.- Yo volveré cuando tenga un rato... 
      - Ya no sé cómo decirte que no vengas, que no mandes comida ni gente y que no necesito ni tu ayuda ni tu compasión.
      -¿Compasión?¿Pero tú te crees que con la mala leche que tienes me inspiras compasión? Mira, Andrés, tú puedes decir lo que quieras, que yo voy a hacer lo que me dé la gana.
      Él sonrió malicioso.
      - Ya me lo dirás cuando se entere la Puñales.
      La Puñales ya se había enterado y al llegar a casa a media tarde, después del turno de comidas en el restaurante, me esperaba en el patio interior, de pie, con los brazos en jarras y los nudillos apretados en la cadera, la barbilla alta y cogiendo aire profundamente de tal forma que yo no sabía si me iba a regañar o se iba a arrancar a cantar una jota. 
      No. No cantó la jota.
      -¡Pero tú¿donde tienes la cabeza?!¿Te parece de recibo estar en boca de todo el pueblo por causa del borracho ese?¿Es que se te ha olvidado todas las afrentas que le hizo a tu padre y por si fuera poco cuando se presentó en el funeral y como una cuba te dió la enhorabuena?
      - Se confundió... El muchacho está mal ahora, tía, si no fuera así, usted sabe que he estado sin hablarle ni mirarle, pero le dieron una paliza anoche y lo dejaron baldado y con dos costillas rotas.
      -¡Lástima y no le rompieron la cabeza, un inútil menos de los muchos que hay en este pueblo!
      - Se lo debo a su madre, tía, que...
      - Tú no le debes nada a nadie,- no me dejó seguir,-si su madre te crió, se le pagó generosamente por eso y por si fuera poco todo el tiempo que estuvo enferma te lo pasaste con ella pese a que tu padre te lo prohibió. Te enfrentaste a tu padre y fuiste con ella a todos los médicos, le limpiaste los vómitos y hasta la mierda del culo... Tú, la hija del más rico del pueblo.
      - Y lo volvería a hacer. ¡Y lo haré con su hijo si hace falta!- Acabé por alzar la voz.
      La odié por sacarme a relucir unos momentos tan amargos que yo no podía olvidar. Y grité. Si, era raro, pero le alcé la voz y ella, que no es tonta, se dió cuenta de que no me iba a hacer cambiar de opinión y que en esta ocasión, como en la otra, iba a actuar según mi criterio y no el suyo, cerrado y mezquino. Pese a mis treinta y cinco años, yo tenía buen conformar y me dejaba guiar por ella, pero sabía que si me sacaba de mis casillas, ella era la que tenía las de perder. Lo peor del caso era que tenía que pelear con las dos partes. Mi tía no quería y Andrés tampoco... Fue verme la mañana siguiente y poner cara de estar oliendo vinagre.
      -¿Otra vez estás aquí?¿Cómo tengo que decir que...?
      Decidí acabar con aquello de una vez.
      - Óyeme, Andrés, puedes decir lo que quieras cuanto quieras, que sepas que hasta que te vuelvas a defender sólo no voy a dejar de venir. Si te molesta como si no, yo vendré. Si no quieres verme, cierra los ojos o duérmete mientras estoy aquí. Te hace falta ayuda, por más que tu orgullo lo niegue, y no tienes a nadie más que a mí, así que no te canses. Yo voy a hacer lo que creo que debo hacer, no por ti, por tu madre; así que no te sientas obligado ni a darme las gracias, ¿te has enterado? 
      Debió enterarse porque no contesto y se dice que el que calla, otorga. Le preparé el desayuno con leche y café que había comprado y pan tostado con aceite de oliva. Se lo llevé y, mientras estaba desayunando me dediqué a ir limpiando el dormitorio, porque las muchachas no querían acercarse a él, no sé por qué, supongo que por temor a que el ogro se las comiera.
      Limpié la cómoda con un trapo húmedo y la sequé con cuidado. En un día o dos habría que encerarla si quería que recuperara el lustre antigüo. De nuevo me paré con el retrato de Elo, pero esta vez para limpiarlo y secarlo sacándole brillo al marco y al cristal. Al colocarlo en su sitio mis ojos se toparon por medio del espejo con los de Andrés.
Debía haber estado mirándome mientras limpiaba la foto. Bajó sus ojos a la bandeja que tenía en su regazo.
      - Niña, no es que no te agradezca lo que haces por mí,- dijo con voz tenue aunque su lengua tenía el enredo por la costumbre del alcohol.- Tú sabes cómo es esto y yo no tengo ya buena fama, no quiero que te salpique.
      Podría decirse que ante aquella declaración yo me sentí conmovida, pero no fue así.
      - Deja que sea yo quien decida lo que me salpique. Tengo treinta y cinco años, Andrés, los tiempos están cambiando y no voy a vivir presa de lenguas ajenas.
      Eso se acabó para mí. Era una decisión, una declaración de intenciones, pero ni yo sabía hasta qué punto podía luchar por ello ni si tenía fuerza o no para hacerlo. 
      - Aún así, deja la puerta de la calle abierta de par en par siempre que vengas y si puedes ven acompañada.
      Y toda mi valentía se quedó en agua de borrajas cuando contesté a través del espejo.
      - Eso es lo que hago.
      - Y otra cosa; no quiero que gastes tu dinero en mi, quiero la cuenta de todo lo que compres y las comidas... No soy rico como su señoría, pero tengo algo.
      Yo detuve mi tarea. Seguíamos mirándonos por el espejo.
      - Si, ya lo sé. Me han dicho que ya te has bebido un terreno que tu padre tenía cerca del cerro...y que has arrendado el olivar. Supongo que dentro de poco no te llegará con la renta y tendrás que venderlo para seguir con aguardiente,  vino o alcohol para las inyecciones, qué más da...- Me giré para mirarle de frente.- ¿Merece la pena?...- me acerqué unos pasos buscando sus ojos, me sorprendí al verlos más de cerca; los recordaba grandes, negros y rodeados de tupídas pestañas, brillantes, expresivos...no tenían nada que ver con aquellos con los párpados pesados que parecían persianas a medio cerrar, opacos y divagadores. 
     El no contestó. Yo suspiré vencida por su silencio y volví a mi limpieza.
      - Tienes razón, tienes propiedades que vender y seguir con tu vicio un tiempo; es más, yo de tí buscaba herederos porque de seguir así te morirás antes de gastarlo todo...
      - Tienes una lengua viperina...
      - Andrés...
      - Sin sermones, que ya tengo que aguantar los del grajo.- ¡Santo cielo, llamaba " grajo" a don Aquilino, el cura! A eso no se atrevían ni los rojos del pueblo.-- Cuando vengas déjate a la santurrona fuera, y si tienes que compadecer a alguien compadécete de ti misma, que ya eres birrocha.
     Eso lo había dicho para herirme. No tenía otra lectura. Pero yo no demostré mas emoción que una absoluta indiferencia.
      - Si no me he casado ha sido porque no he querido, pretendientes no me han faltado. 
      No quería mostrar mi frustración. Yo, como cualquier mujer quería un esposo e hijos y se me estaba pasando el arroz. No mentía al decir que más joven tuve varios pretendientes, pero mi padre los rechazó uno tras otro. Me veía tan pocas virtudes que aseguraba que todos iban a por "su"dinero. Nunca llegó a creer que alguno me quisiera porque, según él, yo no era bonita, ni inteligente, ni simpática. Mi única "gracia" era mi fortuna. Puede asombrar a cualquiera, ¿cierto? Cuando he mencionado que mi padre no me quería quizá no pareció creíble. Pero en contra de él estaba mi Eloísa, que acariciaba el cabello de la jovencita y la miraba con adoración diciéndome que mis ojos tenían el color de las aceitunas en el olivo, que eran alegres y bondadosos, que mi piel morena, tan diferente a la blancura delicada de la de mi madre, era por vivir disfrutando del sol y que en mi pelo castaño oscuro y ondulado algún día mi marido enterraría sus dedos para perderse mirando lo hermosa que era. Y yo fantaseaba con Eduardo Salinas y sus cartas de amor, que me hacían sentir como la muchacha más amada del mundo, aunque luego nunca se atrevió a enfrentarse a mi padre. Pero yo no perdía la esperanza, porque ahora mi padre ya no estaba y la mirada de él me decía que seguía queriéndome y cualquier día vencería su timidez para pedirme relaciones. Yo le esperaba deseando que ese día llegara. Sabiendo que más pronto que tarde llegaría.
     - Eso era antes, pero ahora...
     - ¡Ahora lo mismo!
     Le vi torcer la boca de un lado, en una sonrisa maliciosa.
      -¿Que tienes algún pretendiente?¿Y quién es? Lo tenéis muy en secreto porque nunca se os ha visto juntos.
      Notaba su mirada burlona sobre mi, esperando mi respuesta.
      - Eso no te importa.
      - Venga ya, niña, dímelo. Tu sabes que yo no se lo digo a nadie. Ni mi madre se enteró de que fuiste tú la que me dió la pedrada en la frente.
      - Si se enteró porque se lo confesé yo misma. Y me regañó, me dijo que no volviera a hacerlo porque tú me querías mucho y no te lo merecías y es verdad... me defendías delante de los demás... hasta que dejaste de hacerlo y me ignorabas.
      El no estaba interesado en esa charla. Quería carnaza.
       - Bueno, pero dime quién es tu enamorado... ¡Espera! No será el asesor, el que te lleva las cuentas... Ese te mira mucho...pero es viejo como el catarro...
      Noté su burla y contesté de igual manera.
      -No tanto. Sólo es doce años mayor que yo y es tan capaz como cualquier otro hombre...incluido tú.
      - A mí no me metas en eso, niña...
      - Si, ya lo sé, a tí te van las rubias peliteñidas y con ojos claros. Pero tu madre, que en Gloria esté, me dijo que sería feliz si me casara contigo.- Le hice un mohín de burla ante su sorpresa.
      -¿Eso te dijo? 
      - Si señor, dijo que serías un buen marido para mí, claro que entonces valias algo... Por suerte, la pobre, no llegó a verte cómo estás ahora.
       Se quedó en silencio pero yo no me arrepentí de lo que había dicho, porque por muy doloroso que le resultara, era cierto. Hizo un gesto para que le quitará la bandeja del desayuno y cuando me acerqué me cogió por la muñeca para evitar que me fuera.
      - Anda, dímelo, que te prometo que no saldrá de mi boca. Es que ya me has dejado curioso...que no es que crea que no te merezcas que un hombre te quiera.
      Lo dudé un momento, pero como le conocía y sabía que podía confiar en su palabra, se lo dije...y al momento me arrepentí; no se lo diría a nadie, pero reírse, se iba a reír mucho a juzgar por su reacción.
      -¡Pero si ese no sabe si le gusta la carne o el pescado! Eduardo Salinas, "la  cortijera "...
      - Eso es falso. 
      - Es verdad que dicen que juega al " teto" con el hermano de Sonsoles Villar,pero, siendo justos, yo lo que se dice, si  no lo he visto, no me lo creo. Eduardo es...demasiado fino para las costumbres de aquí, pero es buen muchacho, muy enmadrado...eso sí lo he visto, íbamos juntos al colegio, ya lo sabes...¿Y a tí te gusta?
      No contesté, no iba a permitir que se burlara de mí también.
      
      





      
      
  





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Comentarios

  1. Como me gusta esta historia, Charo me parece una tía impresionante y de armas tomar!!! Me encanta, es muy fácil ponerse en su piel y sentir con ella ese tira y afloja.y tal y como lo describes todo adoro ya está historia.. a ver en qué queda la confesión ... Va a tener que volver a vengarse de Andres.... Bravo Loli!!!!

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  2. Sería interesante ver el desarrollo de Eduardo en la vida de ella. Interesante Historia. Gracias 🇻🇪🇨🇴💞Neyda

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  3. Me está gustando mucho... 👏👏👏
    Lupita Campuzano

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