El día del fin del mundo.

 


CAPíTULO 2°


       Cuando llegué a casa eran cerca de las cuatro de la madrugada. Subí de puntillas la escalera agarrada a la  barandilla de madera de roble común, recia como todo lo que representa la casa. Creo que debo aclarar que la mía no es una vivienda corriente. Vivo en el palacio que se mandó construir un indiano que volvió a su pueblo tras enriquecerse en Cuba con la caña de azúcar y el ron y que, aunque muy admirado y querido por sus vecinos, murió solo. Mi padre, que nació pobre como una rata y a los siete años ya trabajaba pastoreando cabras en el campo, acompañaba a los dueños a las ferias de ganado aprendiendo a hacer tratos en las ventas. Poco a poco fue medrando, primero como intermediario. Si alguien tenía algo que vender o alguien necesitaba comprar algo, él buscaba comprador o vendedor y se llevaba una comisión. Hacia tratos con todo: animales, tierras, casas, coches, maquinaria agrícola... Después cuando se hizo de un pequeño capital empezó a comprar y vender para él, sacando buena ganancia siempre, unas veces con más limpieza y otras con menos escrúpulos, pero en todo momento dentro de la legalidad. El, como el indiano, también quiso demostrar a sus vecinos a donde había llegado y se compró el palacio, después pidió matrimonio a la hija de un terrateniente del pueblo, mi madre, por cuyo amor se esforzó tanto. Para merecerla. El matrimonio duró dieciocho meses y aunque no lo demostrara, Miguel Marqués nunca se recuperó de la perdida de su esposa y quizá por eso ni me quiso ni me hizo la vida fácil. Nunca me faltó de nada, así que nunca tuve que pedir nada, si bien es cierto que siempre he agradecido las dos mujeres que puso para mí crianza y confianza. Primero Eloísa, que suplió a mi pobre madre como nadie y después a Lola, que suplió a Eloísa y enjugó mi llanto cuando la perdí.

      Lo de mi tía fue otra cosa.

     -¿De dónde vienes a estas horas?- asomó su cara redonda como una moneda por la breve abertura de la puerta de su cuarto.

      -¿De dónde quiere que venga?

      - Es muy tarde.

       - Me he liado un poco con las cuentas.

      Era mentira, claro está, y sabía que acabaría enterándose y echándome una bronca, pero por lo menos no la recibía tan temprano y podía dormir tranquila un rato. Apenas me puse el camisón y me metí en la cama cuando la puerta de mi cuarto se abrió despacio y despacio volvió a cerrarse, oí unas pisadas desnudas y rápidas y reboté en el colchón cuando mi prima se tiró en plancha a mi lado. Abrí las cubiertas para que se metiera y la tapé para que no cogiera frío.

      - Tu no te has liado con las cuentas ni mucho menos.- Susurró en la oscuridad de mi enorme dormitorio para que ni el eco la oyera.-¿Qué ha pasado?

      Yo se lo conté con pelos y señales.

      Lo único bueno que tenía mi tía era mi prima Ana; aquella mujer tres años más joven que yo que se convirtió en mi pseudo hermana en el momento en que nos conocimos. Era hija de un operario de Renfe que murió al caer de un modo estúpido de un tren entre Madrid y Toledo. Mi padre se trajo a su hermana y a su sobrina a casa. Yo hasta entonces no las conocía, si sabía de su existencia pero nunca las había visto. Mi tía llegó enlutada y llorando de "por favor" y en menos de un mes ya se había hecho con el mando de la casa y de la gente que trabajaba en ella. Mi padre la dejó hacer y yo empecé a respetarla, que no a quererla, porque mi tía no quería ni a su hija. Era como mi padre, pero peor, porque mi padre, al menos, quiso muchísimo a mi madre; en cambio dudo que ella quisiera al ferroviario, de quién siempre hablaba con fingida pena que enmascaraba un fondo de desprecio. Muchas veces me he preguntado qué clase de personas eran mis abuelos que no enseñaron a sus hijos a querer. Mi padre y mi tía tenían cinco hermanos más y nunca les he oído hablar de ellos, ni hemos recibido una carta ni sabemos dónde están.

      - No te apures,- me dijo Anita cuando terminé de contarle lo que había pasado con Andrés.- Duérmete y a las seis nos vamos las dos y le arreglamos un poco la casa antes de que llegue don Servando a fajarle. Tranquila que tu Eloísa no se va a remover en la tumba, porque no le vas a faltar a tu palabra.

      - Yo había pensado en mandar dos o tres mujeres a que se encarguen de eso. Tu y yo ya tenemos bastante con La Manchega, ¿o te parece que trabajamos poco?

      - Hagas lo que hagas te va a dar lo mismo, habrá opiniones a favor y en contra y correrán chismes por...¡No me arrimes los pies que los tienes muy fríos!

      - Déjame, no seas mala...- Y comenzó una batalla de pies entre carcajadas ahogadas bajo las mantas como cuando éramos adolescentes.

      A la mañana siguiente logramos escaquearnos de mi tía. Llamé a dos muchachas que solía contratar cuando  necesitaba ayuda extra y se fueron con mi prima a la casa de Andrés mientras yo hacía las compras para el restaurante y de paso para él.

      -¿Cómo está el Queco?- Me preguntó la carnicera en cuanto me vio entrar.

      A Andrés se le conocía como el Queco, por ser el hijo de la "Queca". Elo me contó que ella de niña era muy bonita, que decían que  parecía una muñeca y que como no sabía decir muñeca, decía queca y así se quedó. Era como yo. Mi padre se apellidaba Marqués y yo era Charo la Marquesa. No había que complicarse la vida con los motes.

      - Con dos costillas rotas y el cuerpo como el Señor.- Contesté.

      -¡Peor tenía que estar el sinvergüenza que mi  marido está baldado por su culpa.- Exclamó ofendida la mujer del Cortado que acababa de entrar al sencillo establecimiento detrás de mí.

      - Juana, eran tu marido y otros dos contra él. Que yo los vi. Que le tiraron al suelo y le dieron los tres de patadas.

      - Las que se merecía; dice Manolo que estaban sentados hablando y de pronto sin más se lanzó contra ellos.

      - Me extraña a mí que fuera así,- Intervino Rosa, la carnicera,- nadie va a discutir que el Queco es un borracho, pero él nunca se mete con nadie, está a lo suyo y ya. Algo le dirían o le harían para provocarle.¿A ti no te dijo nada, Charo?

       -¿A mi? Menos bonita, me dijo de todo; que le dejara en paz, que soy una meticona, que me fuera y no volviera...

       - Y eso que le querías ayudar... ¡Haberle dejado tirado en el suelo!- dijo Juana resentida por su marido.

      -Qué tonterías dices, Juana,- replico otra vez Rosa,-¿va a dejar tirado al hijo de la Elo? Se le abrirían las carnes antes, que Eloísa la crió y la quiso como a una hija y la Charo a ella como a una madre. 

      Yo asentía dándole la razón a la carnicera mientras ojeaba la mercancía pensando lo que me iba a llevar.

      - Con lo bien que estaba él cuando vivía su madre...¡y eso que ya entonces se cogía buenas tajadas! Pero fue faltar  ella y caer en picado, desatado del todo. Cándido lo echó del taller, claro, andaba todo el día borracho y no lo querría cerca de su hija...¡Mira tú, Elena...que si le gustarán más los hombres la veríamos saltando para coger al vuelo  a los paracaidistas!

      La conversación iba yendo por unos derroteros que a mí no me gustaban, así que apremié a la carnicera para que dejara tanta charleta y me despachara porque tenía prisa. Con la compra ya hecha me fui a la casa de Elo a ver como iba la limpieza y de paso llevarme a mi prima al restaurante.

      ¡Cuál sería mi sorpresa al ver a Ana y a las dos muchachas en la calle!

      -¡Que nos ha echado!- Contestó mi prima cuando pregunté el motivo.- Y eso que apenas se puede mover, pero me ha cogido del brazo y me ha plantado aquí y ellas se han asustado y se han salido conmigo.

      ¡Y no habían vuelto a entrar aunque la puerta seguía abierta! Yo no era tan floja o tan miedosa. Le di las llaves de coche a mi prima para que se lo llevará al restaurante.

      -Cuando esté hecho el caldo mandas a Pepe con un termo y con un segundo plato y postre.¡A saber desde cuándo no comerá este!

      Me metí en la casa y les hice un gesto a las otras para que me siguieran.

      -Vosotras a lo vuestro.- Les dije antes de entrar como una tromba en la habitación de Andrés, que volvía a estar dormido en una postura rarísima, supongo que buscando el menor dolor de cuerpo.

      Estaba, como he dicho, dormido, así que no vi la necesidad de despertarle y comencé a recoger la habitación. Había mucha tarea que hacer en aquella casa para conseguir que volviera a estar habitable. Me detuve ante la cómoda y suspiré cogiendo un marco con la fotografía de Elo. Mis dedos rozaron el cristal acariciando aquella imagen tan amada por mi. Todavía me emocionaba al ver su sonrisa tierna, el rostro cruzado de arrugas que tanto besé y aquellos ojos negros que me decían con su mirada lo mucho que me quería.

      -"Quien no quiera ver lo maravillosa que eres y lo mucho que vales, se lo pierde"-Me decía- " Tú vas a poder hacer todo lo que quieras porque tienes fuerza para luchar por conseguirlo.""Pelea contra todos si es necesario, no dejes que te avasalle nadie"..."Tu vales más que todo el oro del Perú"

      Y yo me lo creía, porque lo decía de verdad.

      - ¿Ya estás aquí otra vez?

      ¡Vaya, el difunto había resucitado!

      -¿Ya se te están pasando los efectos de la "anestesia"? - Pregunté maliciosa cuando vi el gesto de dolor que hizo al intentar moverse. - Tranquilo, pronto vendrá don Servando y te remediará algo, si es que no lo echas también.

       - Si me hace el mismo caso que tú, que te vas y me mandas a tu prima y otras dos...

      - Para que te enteres que conmigo, si no quieres caldo, dos tazas.

      -¿Por qué no te vas a fastidiar a otro sitio?¿Te he pedido yo algo?

      Le di la callada por respuesta y seguí con la tarea de adecentar el cuarto antes de que llegara el médico. El lanzó una sarta de maldiciones en contra de las santurronas que se querían ganar el cielo a costa de él. Seguí en silencio y salí de la habitación para volver con un caldero de agua y trapos para fregar.

     - Ya que quieres hacer una buena acción tráeme una botella de aguardiente que hay en el armario alto de la cocina.- Me ordenó con brusquedad.- Aún no he desayunado.

      Supongo que se sorprendió al verme salir y volver con la botella.

      -¿Es esta?

      - Si, trae.- Extendió su brazo intentando disimular un mohín de dolor.

      Le quité el tapón de corcho y sin miramientos la volqué en el cubo del agua con toda tranquilidad. El al principio no podía creer lo que veía, después, su violento gesto para incorporarse le resultó tan doloroso que no pudo hacerlo y lanzó maldiciones y juramentos en mi contra mientras yo sonreía con perversidad disfrutando de mi venganza.

      

       


      

      

      

















Comentarios

  1. Con ganas de más, mucho más. Me ha gustado esa venganza, porque además de venganza es una buena ayuda que le va a dar Charo, que en ves de la marquesa podrían llamarla la puta ama.. la número uno y una mujer de los pies a la cabeza!!!!! Fan suya soy, y tuya Loli, por como escribes 🥰😘😍

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