EL DESTINO EN LA CARRETERA

 



CAPITULO 4

 Su charla con Magalen le sirvió de mucho y es que su amiga estaba convencida de que todo lo que se propusiera lo conseguiría hacer. Creía en ella. Le dio algunos consejos útiles y terminó con una buena noticia.

 -Mañana volvemos a Madrid Mapi y yo. Lo primero que hemos hecho esta mañana es hablar con Roberto, “amistosamente” y le hemos llevado ”amistosamente” también a confesar ante tu madre y sus padres los tres años que lleva usándote de “prima” mientras estaba con la señorita Asunción Cantos, a quien, todo hay que decirlo, también ha usado como prima según nos hemos enterado, aunque a ti eso te da igual ya. Con que tu honor está limpio ante quien te importa, que es tu madre. Cuando tengas un momento de tranquilidad habla con ella y a partir de ahí haz lo que quieras. Puedes volver a Navatejera, venir a Madrid y retomar tu vida allí con nosotras como siempre o…lo que quieras.

 -Lo que quiero es tener un punto de partida, Mami…-Dijo con tristeza.

 -¡Pues entonces haz macarrones! En todas las casas hay un bote de tomate para la salsa. Hazlos como te he dicho y no tendrás problemas…

 “No tendría problemas”…En principio no.

Hizo los macarrones con tomate y con trocitos de jamón, chorizo, panceta…

-Me gustan…- Matías la miró asintiendo sonriente.- Están muy…¿cómo diría?

-¿Crujientes?- Le ayudó muy serio su hijo.

-¡No! Me refiero al sabor…

-¡Ah ya…! Salados.

Cuanto más amable quería ser Matías más desagradable era Rodrigo; el más joven de los dos se empeñaba en ser…en ser…sincero… y no era la verdad lo que Julia necesitaba en aquel momento. Les gustara o no, acabaron el primer plato y esperaron…esperaron… hasta que Rodrigo preguntó:

 -¿Qué hay de segundo?

 ¡¿De segundo?!

 -¿De segundo?- Preguntó apenas sin voz.

 -Si, el que va después del primero.- Aclaró el matrón

  Al parecer se habían quedado con hambre. Improvisó un plato con queso y embutido que por el momento salvó la situación. De postre acabó acercándoles el frutero para que comieran fruta.

  A Julia jamás se le había hecho tan larga una comida. Cuando padre e hijo al fin la dieron por terminada y se levantaron de la mesa, volvió a respirar tranquila. No le duró mucho. Estaba retirando los platos al fregadero cuando sintió sobre sí la intensa mirada de Rodrigo. Intentó fingir que no se había dado cuenta, pero era difícil ignorarla. La sangre se le agitó dentro del cuerpo y la sintió ascender fuerte y caliente hasta teñir su rostro de rubor. Ningún hombre la había mirado así. Los negros ojos masculinos parecían medirla con la mirada, la recorrían lentos de arriba abajo. De pronto su voz profunda se dejó oír:

 -¿Una talla treinta y ocho? Es para comprar un par de batas…

 Aquello fue un jarro de agua fría al ego femenino. ¡Realmente la había estado midiendo! Tan solo la miraba para calcular de que talla debía comprar la asquerosa bata.

 -Si. Y un treinta y siete de pie por si te estiras y compras también unas zapatillas…¡Ya que vas, no te olvides de la capa del cerdo!

 El estaba a punto de salir y se volvió.

 -¿A qué te refieres?

 -Al cerdo de Goyo, que hay que hacerle una capa.

 El alzó una ceja y apretó los labios curvándolos en una sonrisa socarrona.

 -Ya me gustaría, ya,- comentó divertido,-pero supongo que el cerdo al que te refieres es el de la peña, que hay que castrarle antes de las dos semanas de edad.

 Julia comenzó a dudar de haber entendido bien el mensaje del concejal por el Partido independiente. Lo cierto era que oído así, como lo decía Rodrigo, lo de la capa del cerdo sonaba bastante diferente. Pero ¿qué relación tenía un partero con la esterilización de un gorrino?

 -Pero tú…¿no eres comadrón?

 Él Respondió con otra pregunta.

-¿Tengo pinta de comadrón?

 -¿Qué pinta se supone que debe tener un comadrón? La otra noche…la pobre Margarita a la que se le adelantará el parto según dijiste…

 El frunció el ceño.

 -Esto parece una conversación de besugos. Margarita es una vaca, está preñada, es primeriza y muy nerviosa, aparte de eso hay algún problema en la gestación…

 -¡Eres veterinario!

 -¿Eso te supone algún problema?

 -Cuando te pregunté si eras médico y dijiste que no ¿qué te costaba aclarar que eres veterinario?

 -¿Por qué le voy a contar mi vida a una señora a la que acabo de recoger en una cuneta?

 -¡Pero te la traes a tu casa!...

 -No te iba a dejar allí sola. Además se suponía que al día siguiente te ibas a ir…no que te quedarías.-Se detuvo un instante y preguntó :-¿Puedo saber cómo hemos llegado a esto?

 Julia parpadeó y acabó por encogerse de hombros.

 -Talla treinta y ocho y un treinta y siete de pie.

 El hecho de que siguiera pensando en comprarle la ropa de trabajo le daba esperanza sobre la paciencia que podían tener con ella. Estaba convencida de que solo le faltaba un poco de práctica…no estaba acostumbrada a aquellas labores. Cuando estaba con sus amigas ellas acabaron por apartarla de la cocina y como a ella no le gustaba lo aceptó encantada. En el piso no tenían lavadora y solían ir a una lavandería cercana con aparatos enormes en los que hacían dos coladas, una de ropa blanca y otra de ropa de color. Cuando volvían a casa la ropa estaba para guardar porque los tejidos actuales no necesitaban plancha y las sábanas y las toallas ¿para qué se iban a planchar si acabarían arrugadas de nuevo en cuanto las usaran?

 -Tenía muy claro que cuando volviéramos de la luna de miel, contrataría a una persona que se encargase de las labores del hogar. -Suspiró.- Tampoco es que haya sido la número uno de mi promoción, pero mi vida hasta ahora ha sido estudiar; el colegio, el instituto, la universidad…¿Entiendes?

 Al oír la interrogación, la cabeza de Dante se inclinó a un lado mientras su bonitos ojos dorados seguían mirando comprensivos a la psicóloga.

 Para la cena pensó en preparar una tortilla francesa para cada uno, pero los dos hombres aseguraron que no tenían hambre. Matías dijo que aquella tarde había ido a la casa de su sobrina Isabel y había merendado café y bizcocho y no tenía apetito. Rodrigo, siguiendo en su línea, no explicó nada, solo dijo que no quería cenar. Ella tomó un vaso de leche caliente y se fue a la cama.

 Se tumbó en el colchón de lana agradeciendo su abrazo. Había sido un día de mierda, pero seguro que el día siguiente sería peor, aunque al menos ya podría dejar de usar su conjunto de lino y ponerse una bata de aquellas que le había llevado su jefe aquella tarde y las zapatillas tipo camping.

 Buscó recetas de cocina en internet pero pese a que todas estaban catalogadas como “fáciles” parecía que las habían inventado Arguiñano o Ferran Adriá, tenía que buscar en la Wikipedia el significado de términos como albardar, napar, rehogar… ,pero sacó unas cuantas ideas para ir preparando en días sucesivos.

 Se movió incómoda en la cama porque aunque seguía siendo acogedora, ella no sabía ahuecar e igualar la lana con lo que los hoyos y los nudos se empeñaban en clavársele como puños en el cuerpo. Aún así, durmió el sueño de los justos.

 A la mañana siguiente se despertó a la hora marcada en el teléfono y cuando Matías bajó a la cocina ya la encontró preparando el café. Una cucharada de café por cada taza de agua mas una para la cafetera. El pan no se le iba a quemar aquel día porque iba a estar mas atenta y a sacarlo y mirarlo hasta que tuviera un perfecto color dorado y no negro. ¡Y lo iba a hacer bien! Pero llegó Rodrigo con su pelo húmedo, su aspecto fresco y aquel aroma que la aturdía. Dante acudió contento a saludarle y el veterinario se deshizo en sonrisas y caricias para el animal. Julia contemplaba la escena encantada. Si él fuera la mitad de amable con ella de lo que era con el perro, también jadearía con la lengua colgando; casi lo hacía solo con verle con aquellos vaqueros ajustados y la camisa de cuadros rojos y negros… Y de pronto el rico olor a pan tostado se convirtió en el intenso fato a pan quemado y las rebanadas doradas parecían lascas picadas de una mina asturiana, además cuando corrió a sacarlas le quemaban en las manos con lo que tuvo que soltarlas y cayeron al suelo. Silencio absoluto. Hasta el perro. Los ojos marrones y los negros toparon su mirada a mitad de distancia y juntos la pasearon hasta las…las…¿tostadas? Del suelo.

 -¡Papá…!- Llamó a Matías que estaba fuera, en el corral.- Hoy tengo que ir antes al pueblo, ¿te vienes?

  El padre entró con su caldero de leche.

 -¿No desayunas?

 -No tengo tiempo…- Le lanzó una mirada harto elocuente a Julia.

 Matías tuvo que aceptar porque si no se iba con él no tenía otro medio para ir al pueblo, ya que él no sabía conducir.

 Otro desastre y otra vez sola. El café estaba bueno y Dante no puso objeción alguna a las…las…¿tostadas?

 Se afanaba en hacer las tareas una tras otra, ¡pero era imposible hacer todo, no le daba tiempo! Corría de un lado a otro como pollo sin cabeza, tenía todas las tareas empezadas y ninguna acabada. A media mañana estaba todavía hurgando en los colchones para acomodar la lana uniformemente y que las camas tuvieran más o menos aspecto de…cama y no de circuito empedrado cuando oyó una voz que llegaba desde el piso de abajo. Se apresuró a acudir allí.

 -Buenos días…¿Puedo ayudarla en algo?- Preguntó al asomarse por la escalera y ver a una mujer un poco mayor que ella mirándola sonriente.

No sabía quien era exactamente, pero se lo imaginaba, porque la había visto en algunas de las fotografías expuestas por la casa. Además de que en su aspecto eran notables los marcados rasgos de los Villanueva, el pelo oscuro y ondulado, la piel morena y los ojos bituminosos. Era un poco más baja que Julia y también un poco más redonda de formas, vestía con sencillez un pantalón vaquero, una camiseta y una chaqueta de lana hecha a mano. Junto a ella y aferrada a su pierna había una pequeña de tres o cuatro años cuyos ojos intensamente azules se clavaban recelosos en Julia.

 -¡Hola! Soy Isabel, la sobrina de Matías.- Se presentó la recién llegada acercándose con la mano tendida para saludarla.- Y esta es mi hija Laura.

 -Yo soy Julia…- Aceptó aquella mano y la estrechó con firmeza.- Hola Laura, ¿cómo estás?-suavizó la voz para dirigirse a la niña.

 -Quiero jugar con Dante.- Dijo mimosa sin soltarse de su madre.

 -Si, cariño, ahora enseguida;- le dijo amorosa Isabel,- dale un par de minutos para que pueda esconderse si no lo ha hecho ya y luego juegas a buscarlo.

 Dicho esto las mujeres volvieron a mirarse con atención una a la otra.

 -Espero que no te hayamos cogido en mal momento. Mi tío nos habló ayer de ti y he querido venir a saludarte y darte la bienvenida. Es un placer conocer a la talla treinta y ocho…

 -¿Perdón?- Julia frunció el ceño sin entender el último comentario.

 Isabel sonrió abiertamente y se apresuró a aclarar:

 -Es que Mari Paz, la de la mercería, me llamó ayer por la tarde para decirme que Rodrigo había ido a comprarle dos batas de la talla treinta y ocho y que Miguel el zapatero le había dicho que a él le había comprado unas zapatillas del numero treinta y siete.- La miró de forma somera.-Las dos cosas te quedan muy bien.

 -Gracias…ehmm…¿te apetece tomar una taza de café o…?

 -Me encantaría. De hecho estaba esperando a que me la ofrecieras. No quiero entretenerte, pero supongo que es momento de que te tomes un descanso.-Se soltó de su hija.-Hale, cariño, ya puedes ir al corral a buscar a Dante y si lo encuentras te doy un premio.

 Laura salió corriendo con su alta coleta de pelo rizado y oscuro bailando al aire y su chándal de algodón color rosa impecablemente limpio.

 -No lo va a encontrar.- Comentó la madre.-El pobre bicho acabará por aprender a trepar a los árboles para esconderse de ella…No, no, si no te importa vamos a la cocina, yo soy de la familia,-rechazó el gesto de Julia invitándola a sentarse en el sillón rococó del salón.- Seguramente mi tío te habrá dicho que me han criado como una hija más. Mis padres murieron cuando yo tenía ocho años y mis tíos me trajeron aquí con ellos y con mis primos, que en realidad son como mis hermanos. He vivido aquí hasta hace cinco años, cuando me casé con Juan.

 Julia intentaba prestar la misma atención a la elocuente charla de Isabel que a preparar el café con las cantidades cuidadosamente medidas.

 -¿Vives cerca?- Preguntó poniendo la cafetera con las dos tazas de agua al fuego.

 -Si, saliendo por el portón, tomas el sendero de la derecha y lo sigues dos kilómetros. La casa de campo que te encuentras es la mía. Espero verte allí pronto, devolviéndome la visita.

 -Me encantaría, pero no me sobra mucho tiempo… Estoy un tanto agobiada.

 -Si, ya lo sé. Mi tío me ha contado que trabajabas en una casa de gente importante y que todo esto te resulta muy nuevo, pero ya te acostumbrarás, seguro. No te preocupes. Ya sabes como es este trabajo, hay tareas que se hacen a diario y hay otras que puedes tomártelas con más calma, un día haces una, otro día otra, según te vayas organizando…Y verás que acaba sobrándote tiempo para aburrirte y todo.

 Julia la oía con interés tomando nota mental de todo cuanto decía, dispuesta a aprender de la experiencia ajena. Cuando hirvió el agua de la cafetera de porcelana granate midió tres cucharadas soperas de café.

 -Te va a salir muy cargado. Mejor si en vez de sopera, usas una cuchara de postre colmada por cada taza y una mas para la cafetera.

 Ella aceptó el consejo y lo hizo como se le indicaba. Una vez estuvo el café en infusión y fue a servirlo, Isabel volvió a corregirla con suavidad.

 -Tienes que colarlo con la manga, si no en vez de beber café te lo comerás con los posos.-Sonrió mientras iba hacia el salpicadero de la cocina y cogía el colador de blanca tela de algodón para colar la infusión separando el líquido de los posos.

 Julia saboreó el café pensando que jamás había tomado uno tan bueno, ni exprés, ni en cápsulas ni de goteo.

 La inesperada visita de Isabel y Laura le resultó a Julia mucho más agradable de lo que imaginó en un principio. Cuando se fueron ya había aprendido hasta a sacudir los colchones y mover la lana dentro para extenderla de tal manera que las camas volvían a ser confortables. Estaba contenta y en tal estado de ánimo comenzó a preparar la comida siguiendo un tutorial de You Tube de recetas paso a paso para principiantes. Hizo arroz. Le quedó un poco seco, pero le echó salsa de tomate, lo puso en un cuenco y luego lo volcó sobre el plato antes de freír (no sin dificultad, porque el aceite saltaba y le quemaba)un par de huevos para cada plato. Después hizo a la plancha unas tajadas de lomo con pimientos rojos de un bote que encontró en la despensa.

 Cuando llegaron ellos a medio día la comida estaba ya en la mesa, más fría que Harry el sucio, eso si, pero nadie, ni siquiera Rodrigo, podía negar el esfuerzo que hacía ella por hacer bien el trabajo. Además, después de la fruta de postre, les hizo hasta café. Matías no quiso, dijo que iba a echarse una siesta y salió de la cocina. El veterinario y la psicóloga se quedaron a solas, ella recogiendo la mesa y llevando los platos sucios al fregadero, él saboreando un buen café en silencio con Dante tumbado a sus pies. Fue un accidente que el perro se moviera y ella tropezara con él. Los platos y los vasos que llevaba en las manos temblaron cuando trastabilló y acabaron por caer al suelo. El animal salió corriendo asustado con el rabo entre las patas mientras ella se agachaba para recoger del suelo los cristales rotos.

 -Ten cuidado, no te cortes…déjame a mi.

 Antes de que pudiera darse cuenta ya estaba Rodrigo plegado junto a ella intentando evitar que se hiriera; sin embargo el sobresalto de chocar con el perro, el de no poder evitar que platos y vasos se quebraran unido a la absurda forma en la que reaccionó su cuerpo al tenerle tan cerca consiguieron precisamente lo contrario. Se cortó.

Apenas hizo un gesto de dolor, ni siquiera lanzó una exclamación, solo retiró con prisa la mano derecha y se miró el tajo, no demasiado profundo, en el dedo índice.

-Espera, vamos a limpiar la herida bajo el grifo.

La cogió de la mano y acercándose al fregadero puso el dedo de ella bajo el chorro de agua templada. Ella no sentía dolor, no sentía nada aparte de aquel temblor que la sacudía. Le veía hacer, tan cerca de ella, respirando su aroma, indefensa…

-Deja el dedo debajo del agua, voy a por el botiquín para curarte.

Julia se apartó indignada.

-¡Ni hablar de eso! Yo no soy un caballo…tu eres veterinario…

El frunció el ceño como solía hacer cuando estaba enfadado, o sea, siempre, pensó ella.

 -¡ Ni aunque fuera picapedrero; solo voy a ponerte una tirita, no voy a extirparte el hígado para trasplantarlo!

 Como la lógica le decía que él tenía razón, le dejó hacer, aunque se sentía azorada como nunca se había sentido antes. Rodrigo irradiaba calor a través de la camisa y le llegaba a ella traspasando la suya, como si estuvieran piel con piel. Sentía su mirada de cerca y en esta ocasión no le estaba calculando la talla ni mucho menos.

 -Es poca cosa.- Comentó nerviosa intentando recuperar su dedo.

 -Espera… que ya acabo.

 Acabó. Sin pretenderlo siquiera, al descuido, sus ojos se encontraron muy de cerca y de pronto para Julia fue como si el mundo se detuviera sostenido en el espacio. Se asustó y salió de la cocina apresuradamente.


Comentarios

  1. Jajajajjaja pobre Julia..si sigue así de nerviosilla con el maromo este. No va a dejar un plato sano... Ajjaja como estará llevando Rodrigo el tenerla tan a mano. Jajajajaj me gusta Loli!!! Me gusta mucho!!!!

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Al menos se que alguien me lee

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  2. Esto promete!!! Julia va a acabar quemándose como las tostadas, con las miradas de Rodrigo!! Genial Loli!! 👏👏👏👏

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Me alegra que te guste y que me lo digas

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  3. Me encanta cada capitulo me atrae mas, quiero seguir con la lectura pero no me salen los siguientes caputulos

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  4. Uy.. Pinta la cosa buena.. Esta tiembla Como gelatina y con la quebradera de vajilla a ver si le quedan dedos sanos jajaj

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