ALGUIEN COMO TÚ


                EN CLAVE DE DOS

                                                                                             XIX

 

            Estaba ilusionada. No era como volver a empezar desde el principio, cuando en el gimnasio del instituto pareció abrirse un pasillo que conectó sus miradas como si no existiera nada más a su alrededor y ella creyó que era un gigoló contratado por sus amigas para acompañarla y después se convenció de que se trataba de un estafador; pero si era una especie de regresión, un nuevo punto de partida. Deseaba vivamente adelantarlo algo y en vez de empezar “después de”, comenzar “antes de”, porque si algo estaba claro en su cabeza era que físicamente eran muy compatibles…más que eso…Aquel simple pensamiento subió su temperatura y por un momento temió que aquel calor trascendiera más allá de los límites de su cuerpo, llegando hasta él en el limitado habitáculo del ascensor que les llevaba hasta el último piso de Carlton.

            Los pensamientos de Marcos tampoco podían estar muy alejados de los de Paula ya que la entrada en el apartamento no pudo ser más diferente a la de la vez anterior. Nada de invitarla a pasar. Nada por parte de ella de mirar con asombro y desconfianza el lujo que había allí. Lo único que percibieron fue que por fin estaban solos y a salvo de interrupciones indiscretas. Lo de retomar el “después de” ya lo retomarían después, porque antes tenían mucho que hacer, empezando por desahogar el ansia que les quemaba. Apenas cerraron la puerta, sus cuerpos se pegaron el uno al otro como el hierro se pega al imán. Sus bocas se unieron de forma brusca, envolviéndose en una pelea de labios, dientes y lenguas que pretendían devorarse y que, lejos de calmar su necesidad del otro, la aumentaba de forma alarmante. Las manos de ella se movieron inquietas por el torso masculino, subiendo hasta los hombros, disfrutando de su redonda anchura y ayudándole a despojarse de la americana, que cayó silente a sus pies. No era suficiente. Sus dedos finos, saltaron hábiles de botón en botón de la camisa abriendo un sendero del cual manaba un calor sahariano que la asustaba y la atraía a partes iguales. Él liberó su boca mientras se desprendía de la corbata y ella aprovechó aquel gesto para tatuar en el pecho masculino sus labios hinchados a besos, recorriéndolo hasta cerrar suavemente los dientes en un pezón. Aquel ataque inesperado logró arrancarle un gemido involuntario. Paula, empoderada por la reacción de él, continuó jugando hasta que él la castigó apresándola entre la pared y el muro compacto de su cuerpo. Contuvo la respiración al notar contra su vientre la rigidez viril y vació el aire de su pecho en un lento suspiro de satisfacción al saberse causante de la excitación masculina. Sonrió traviesa al abrir con sus manos una brecha entre ambos cuerpos para soltar la hebilla que cerraba cinto y bajar la cremallera del pantalón antes de intentar meter su mano en el interior. El la detuvo inmovilizando sus muñecas.

            -Bribona,- los ojos castaños centelleaban y su boca estaba curvada en una sonrisa de diversión,- ¿pretendes ganar haciendo trampas?

            Ella se estiró fingiéndose ofendida.

            -¿Me estás llamando tramposa?

            Marcos asintió embobado con el movimiento de aquellos labios jugosos a cuyo dulzor se había hecho adicto desde el instante en que los probó.

            -¿Lo quieres mas claro, tramposa?

            - Yo no hago trampas.- Se apartó tranquilamente de él.-Esto es hacer trampas.

            Lo demostró desabrochándose la blusa de color ocre sin llegar a quitársela, dejando una abertura por la que amagaban con asomar las curvas de sus senos sin llegar a hacerlo. En cambio si se desprendió de los pantalones de fresco hilo verde mostrándole las culotte de licra con encaje y sus piernas desnudas. Le miró seductora.

            Marcos tuvo que admitirlo. Intentó tragar saliva pero se le había quedado la boca seca como la yesca. Ella volvió a acercarse, su mirada conectada a la de él. Alzó sus brazos para rodearle con ellos. El le dio un breve beso y la alzó en sus brazos. Ella emitió una exclamación ante el sorpresivo movimiento y rio al ver que la llevaba al dormitorio depositándola con cuidado en la cama.

            -Eres preciosa.- Le dijo contemplándola en plenitud desde su altura.

            -No. Tengo la cara redonda como una hogaza y unos cuantos kilos de más.

            -Eres perfecta.- Susurró echándose a su lado.- No miento si digo que nunca he estado con una mujer que me parezca siquiera igual de bonita que tú.- Alzó la mano y cogió entre sus dedos un mechón de pelo castaño claro que acarició.- Me encanta tu cara de hogaza, con tus cejas arqueadas y esos ojos verdes que me atraviesan como dagas cuando me miras, llegándome hasta lo más hondo. Adoro esa naricilla voluntariosa con la que apuntas al cielo cuando te enfadas. Me entusiasma esa barbilla obstinada y el color de tus mejillas. Me enloquece tu boca, cuando hablas porque me gusta oírte y cuando callas porque solo deseo besar esos labios de terciopelo. Me estremece tu cuerpo vestido, porque me hace soñar con tenerte desnuda a mi lado y desnudo…desnudo…- Su mirada decía de forma elocuente el motivo por el que le gustaba su cuerpo desnudo, el deseo ardía en sus pupilas.

            -Se dice que la belleza está en los ojos del que mira.- Ella pegó su piel a la de él y se quemó con el calor que emanaba.

- Pues cuando yo te miro, pienso que me gustas, Paula Merino. Me gusta estar contigo, hablar contigo, reír contigo, comer contigo, hacer el amor contigo y muchas mas cosas contigo…-Concluyó musitando contra la boca de ella antes de entregarse en un profundo beso, lento y sentido.

La locura anterior se quedó en el salón. En aquel momento, en el dormitorio, compartieron la cama con una pasión entregada y sin matices; al principio en distancia corta, después sin distancias. Los ojos abiertos, siguiendo cada movimiento del otro, las manos de él llenas de los pechos de ella, la boca de ella llena de los besos de él. Eran dos cuerpos incandescentes envueltos en suspiros y jadeos de tres dimensiones.

Paula buscó el botón de los pantalones y lo desabrochó acabando al fin con la última barrera que los sostenía al cuerpo masculino. El terminó de desnudarse con un movimiento felino. Ella le miró entero, hermoso en su viril plenitud, tan deseable que no esperó a que volviera a acostarse a su lado y salió a su encuentro poniéndose frente a él erguida sobre sus rodillas. De nuevo a romper el trecho que separaba sus bocas, a compartir aire y respirar del otro. El hundió su rostro en la base del cuello femenino, inhalando su aroma hasta colmarse. Sus manos descendieron por los brazos sumisos de ella llevándose entre sus dedos la blusa antes de abarcar la fragilidad de su cuerpo y ceñirla contra sí, cerrando sus ojos al notar el contacto de los  pezones de ella, recios de deseo, contra su pecho. Ella sumergió los dedos entre las ondas del cabello oscuro y le guio hacia sus senos candentes por la excitación que provocaba aquella boca besándolos, libando de ellos.

Se recorrieron enteros con besos y caricias, queriendo memorizar el mapa físico del otro y cuando su voluntad estaba a punto de perderse se miraron a los ojos y se sonrieron. El alargó su brazo hacia el cajón de su mesilla de noche, ella retiró temblando la prenda vestigial que aún le quedaba puesta y cuando ambos estuvieron listos bastaron dos o tres roces para retomar su ansiedad. Ella se dejó caer y él buscó espacio entre sus piernas para entrar en lo profundo de su intimidad al principio con tibias oleadas que arreciaron ante la acuciante exigencia del deseo. La mujer se dejó llevar por el instinto y su cuerpo le acompañó con los ondulantes movimientos de sus caderas que le buscaban. Sus bocas se encontraron, sus cuerpos se pegaron, sus piernas se enredaron para acabar hundidos en los embates de un proceloso mar de placer en cuyas aguas bravías se sumergieron dejándose llevar sin mas lucha que la de su propio anhelo por sucumbir. Envueltos en la más febril locura se mezclaban los susurros con jadeos, hasta que de pronto ella sintió que el alma se le escapaba para después regresar al cuerpo, envolviéndolo en calma. El aguantó hasta estar seguro de que ella había alcanzado el clímax para, entonces si, abandonar y alcanzar el suyo.  

La miró con adoración. La luz del mediodía hizo brillar dos lágrimas que emanaron de los hermosos ojos de ella.

            -¡Te he hecho daño…!- Afirmó angustiado.

Ella negó repetidamente moviendo la cabeza de un lado a otro. No podía hablar, temía que si intentaba pronunciar tan solo una palabra esta sería una declaración de amor así que optó por callar y tomar el rostro de él entre sus manos para depositar en sus labios el más tierno de los besos, logrando que su sonrisa borrara la expresión de desesperación en el rostro de su amado. El depositó un rápido beso en aquella nariz que apuntaba al cielo cuando se enfadaba y se apartó para ir al baño. Ella se quedó en la cama, aspirando los vapores de la agradable laxitud que la mecía; solo cerró los ojos.

-Eh…dormilona…dormilona son las seis…

Se despertó con la voz suave de Marcos y sintió cercano el aliento que le calentaba la oreja. Abrió los ojos despacio y vio que realmente estaba a su lado, mirándola en corto y sonriendo.

¿Las seis? No le importaba; desde que estaba parada no tenía un euro, pero era dueña de su tiempo, además, como llevaba semanas sin apenas pegar ojo por las noches era normal haber caído a plomo en los brazos de Morfeo. Se estiró desidiosa y a pesar de no estar completamente despierta captó el fuerte soplo que soltó Marcos afectado por la inocente, pero sensual acción.  

-Hola.- Musitó al fin acompañando su saludo con una sonrisa abierta.

-Hola.- Replicó él de igual forma y añadió:- ¿No tienes hambre?

Ella lo pensó un instante antes de responder:

-No. ¿Tu sí?

-Me muero de hambre.

-Entonces habrá que levantarse para…

El la detuvo cuando intentó incorporarse y aquella misma mano que le quemaba la piel del vientre inició un camino descendente hacia sus piernas. La verdad era que, para estar muriéndose de hambre, le quedaba bastante energía.

Anocheció y después de una reconfortante ducha Paula salió del dormitorio al que entró por la mañana. Algún alma caritativa había dejado la mesa del salón preparada con dos servicios y varias bandejas cubiertas que, supuso, contenían algo de cenar, porque ya si tenía hambre. Había llamado a su madre y también a sus amigas para informarles de que estaba bien, aunque no dijo donde y, como semanas atrás obligó a Mapi a desinstalar del teléfono la aplicación chivata, era de creer que no lo sabían.   

            -¿Pero habéis hecho las paces?-Preguntó Mapi.

            -Si…-Atajó con prisa.-Ya hablaremos.

            Y cortó. Que si habían hecho  las paces…¡era lo único que habían estado haciendo durante casi todo el día! Así estaba ella, flotando en el éter.

            Alzó una de las tapas de las bandejas y cogió una especie de croqueta de forma triangular. No sabía qué era, pero estaba buena. Recorrió el apartamento. Marcos no estaba. Cuando terminaba de ducharse le había oído decir que salía un momento y que enseguida regresaba, así que se dedicó a cotillear por allí. Cuando él volvió la encontró en la terraza, mirando el impresionante panorama. Notó que la abrazaba por la espalda, rodeando su cintura y sonrió gozosa girándose hacia él en el momento en que le mostraba una preciosa rosa roja de terciopelo con tallo largo.

            -Muchas gracias. Es preciosa.

            -Menos que tu.- La besó en la base del cuello y pegó su mejilla a la de ella en un gesto cariñoso.-Perdona que haya tardado tanto, me ha costado conseguirla y no quería volver sin ella.

            -¡Vaya…!-Ella consultó su reloj.-¿Te ha costado la friolera de doce minutos conseguir una rosa de terciopelo a las once menos diez de la noche…? Entonces no eres tan rico como dices.

            -No, el rico es mi abuelo, los demás solo somos medio ricos…Todos bien colocados, por supuesto.- Bromeó.- ¿Comemos algo?

            Entraron al apartamento, aunque en la terraza la temperatura era maravillosa a aquellas horas. Faltaban pocos días para la entrada del verano y durante el día el sol se había dejado notar, o eso suponía ella, claro, porque el calor que había hecho subir su temperatura había sido puramente corporal y totalmente enloquecedor.

            -¿Qué se siente teniendo tanto dinero que no te importa?¿Qué se siente cuando se te antoja regalarle una flor a una mujer por la noche y alguien te consigue en diez minutos un ejemplar perfecto?

            Se sentaron a la mesa y él sirvió vino de una botella que ya había sido abierta para airear el exquisito caldo.

            -No sé. Supongo que te acostumbras a pedir y conseguir, todo es cuestión de precio.

            Ella aceptó la copa y dio un pequeño sorbo. Estaba bueno. Le ayudó a destapar las bandejas, todas con elaboraciones de exquisita apariencia.

            -Antes he cogido uno de esos. No sé qué es, pero está muy bueno…

            El cogió uno con las pinzas que había para ello y se lo sirvió en el plato. Lo partió con cuchillo y tenedor y lo paladeó.

            -Algún tipo de mousse de trufa confitada en oporto.

            ¡Toma ya! Ella lo había cogido con los dedos, se lo había comido de un bocado y solo había sabido decidir que estaba bueno. ¡Genial!

            -Seguro que Salinas el canijo no hubiera sabido nunca eso.

            El sonrió.

            -No, nunca lo hubiera sabido, ni puñetera falta que me hubiera hecho. Pero supuestamente, la suerte de mis padres y la mía cambió cuando mi abuelo se decidió a aceptar que su hijo, su primogénito, estaba enamorado de una madrileña a la que había conocido en la base de Torrejón, mientras hacía un trabajo para el ejército, y con la que tenía un hijo, que además de ser varón era el primero de sus nietos. El heredero.

            -¿Qué les pasó a tus padres?

            - Mi padre estaba enseñando a mi madre a pilotar una avioneta y algo falló. Les buscaron durante días, hasta que…aparecieron sus cuerpos. Yo tenía quince años. Mi abuelo, el de aquí, quiso traerme con él. Era lo que yo quería. Pero no pudo hacer nada contra el americano. Era lo que él quería… Entiéndeme, no es mala persona, solo que…

            -Está acostumbrado a pedir una rosa y a conseguirla como sea.

            -Aunque haya que traerla en avión desde el otro lado del mundo.-Estiró el brazo para cubrir con su mano la de ella.- Yo le he salido protestón, como mi padre, aunque él le hecha la culpa a mi madre, a la parte madrileña.

            Noto la satisfacción en su voz y eso la hizo sonreír.

            -Estudiaste Ingeniería.

            -Si. Como mi padre; se supone que debería haberme licenciado en Económicas o Empresariales, pero no consiguió que aceptara, aunque lo he pagado trabajando para el grupo. Mis primos también se ocupan de los negocios familiares, con menos reticencias que yo. Me consta que debo agradecerle que me haya enseñado tan bien a dirigir la empresa para cuando él falte, pero mis dos tíos y mis primos lo harían con más gusto. Cuando el ordeno y mando no le sirvió empezó a chantajearme emocionalmente y le valió durante un tiempo; hasta que me harté y puse fecha a mi cese.

            Paula le escuchaba asintiendo. Ahora entendía la conversación telefónica, la advertencia de que aquel sería su último trabajo y lo del chantaje.

            -Y no apareces en las redes sociales porque…

            -Porque pago una gran suma para borrar todas mis huellas, como el resto de mi familia. Con catorce años sufrí un intento de secuestro; desde entonces he vivido acompañado por guardaespaldas y si Finley, no se si le recuerdas,-ella asintió al evocar aquel armario ropero de dos piernas,- si no se hubiera convertido en un amigo, una especie de tutor muy querido, no le hubiera aceptado. Con él he aprendido defensa personal, tiro, ligue…

            -¿Ligue es una especialidad americana de algo?

            -Si, de caerle bien a las chicas primero y a  las mujeres después.-Rio- Lo mismo que aquí. Como entenderás a mi no me iba muy bien; la única que me había gustado me odiaba por haberle empujado la silla sin querer…

            -Se me pasó pronto. De hecho me arrepentí de no haberte despedido cuando te fuiste… y siempre, siempre, siempre, he lamentado no haber aceptado las chuches que me traías para que te perdonase.

            Terminaron la cena que les resultó tan agradable como el cálido ambiente creado en el salón. El preparó café en una cafetera súper moderna, comentando que en todas partes a las que iba tenía que haber una así.

            -Tu pobre madre, que estando aquí lo haría de puchero o en una cafetera italiana de las de Magefesa como mucho… ¡y tú necesitas una que parece el cuadro de mandos de una nave espacial!

            -Pero solo tengo que pulsar un botón.

            Salieron de nuevo a la terraza y tomaron el café en silencio, admirando el panorama nocturno.

            -Lo que no entiendo,-dijo Marcos de pronto girándose para mirarla,-es que creyeras que soy un delincuente, ¡un delincuente, Paula! No un carpintero o…un fontanero…

            Ella meditó la respuesta un instante y suspiró dándose por vencida.

            -Yo me he guiado por lo que oía y luego le buscaba una lógica acorde con mi intuición; pero Julia dice que todo eso no era más que un mecanismo de autodefensa. Que no quería que me gustaras y me defendía así de mis sentimiento, poniéndote faltas para no rendirme. Es decir, puro pánico. Si pensaba mal de ti, no me podías gustar, aunque no ha sido muy efectivo. Cuando las chicas me llamaron diciéndome que nos seguía un tío haciendo fotos, no sé…me asusté de verdad, porque temía que fuera otro gánster dispuesto a hacerte algo o un policía que te detendría. Como fuera, ninguna de las dos opciones me era válida.

            El soltó las tazas vacías y la atrajo hacia sí riendo quedito contra su boca.

            -Es decir que estaba  salvo contigo.

            -No te rías. ¿Tu sabes lo que he sufrido yo pensando que me estaba enamorando de un tío que se dedicaba a estafar a lo grande, por muy compañero de instituto que …?

            ¡Oh Dios!¿Lo había dicho?¿De verdad había dicho aquello? Si lo tenía que haber dicho a juzgar por el cambio de expresión de él. ¿Qué hacía ahora?

            -Quiero decir que…me daba pena porque…Canijo Salinas…pobre tan…delgaducho que eras y…No lo puedo arreglar, ¿verdad?

            -No. – Sonreía abiertamente buscando sus ojos, aquellos luceros verdes cuya mirada intentaba hurtarle.

            -¿Y tú…?

            -Ya lo sabes, lo tienes que saber. Si, del todo, rotundo. Si.

            -¿Y qué piensas que hagamos?

            -¿A corto o a largo plazo?

            -A largo; a corto ya lo sé.

            El la apretó más abarcando su redondo trasero con las manos. Ella volvió a sonreír cuando sus caderas se juntaron.

            -¿Ves como lo sé?- Enfatizó.

            -A ver que te parece esto: Vamos a dejarnos arrastrar por la corriente a ver donde nos acaba llevando.

            Era una buena idea. Asintió conforme y se entregó gozosa al prolongado beso que Marcos le dio antes de cogerse de las manos para entrar corriendo y riendo al apartamento.

                                                             

 


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