ALGUIEN COMO TÚ



         LA CONFESIÓN ES BUENA                             PARA EL ALMA…    

                             XII

         

           -¿Quieres bailar?- La voz de Marcos Salinas le sonó atemperada y sus ojos marrón oscuro volvieron a acariciarla con la mirada.

            -¿Por qué no?

            Paula posó su mano sobre la mano masculina que se tendía hacia ella y se dejó llevar hasta la pequeña pista de baile en la que varias parejas se movían al compás de la música lenta que interpretaba un grupo de cuatro componentes, incluido un vocalista. Sintió una especie de escalofrío que le erizó el vello cuando la mano de él se paseó acariciante por su cintura hasta ceñirla con suavidad y firmeza. Una vez más y ante su proximidad sintió que el aroma de él la embriagaba hasta el punto de desear tenerle mas cerca. Lo hizo. Liberó su mano y la enlazó con la otra a la altura de la nuca masculina. ¿Sería cierto que estaba enamorado de ella en el instituto? Eso dijo Luisón dándolo por hecho, ni siquiera fue una pregunta. Quizá ella entonces, por su tamaño y desarrollo podía parecer la “madre de él”, pero en cuanto a gustos y sentimientos hacia los chicos era totalmente inocente, ni siquiera pensaba en ello; no fue hasta casi dos años después cuando empezó a fijarse en Guille y él en ella al coincidir ambos en su deseo de estudiar Ciencias de la Información; comenzaron un tonteo que se afianzó durante la etapa universitaria y las prácticas en el periódico. ¿Cómo iba a imaginar que años después iba a sentirse tan a gusto en brazos del canijo Salinas? Porque se sentía muy bien, embargada por una agradable laxitud desconocida para ella hasta aquel momento.

         ¡No!¡No!¿Qué estaba pensando? No podía bajar la guardia y dejarse llevar. Había aceptado la invitación de él por un motivo y había acudido pese a la negativa de sus amigas. Les había prometido a Julia y Mapi que ante el menor síntoma de amenaza o peligro, se alejaría de él poniéndose a salvo y que no se quedarían a solas, por si acaso. El hecho de que la tarde anterior se hubieran separado sin darse explicaciones le había servido a ella para inventar una buena excusa, una razón plausible que justificara su presencia en la nave del viejo polígono industrial. Le dijo que cuando iba a su casa cambió de opinión y decidió volver para dar un paseo por Madrid, que al llegar ante el hotel vio que él se iba y tomó un taxi para seguirle y contarle sus planes, puesto que se suponía que él no tenía nada que hacer. Después al verle con Luis y los otros dos le dio apuro interrumpirles y ya se iba a ir cuando la vieron y del susto perdió el sentido. Era un absurdo, pero él se lo creyó o peor, fingió creérselo.

            Pero al igual que ella tuvo tiempo de inventarse su excusa él también lo tuvo y le contó algo sobre que Luis y su socio habían comprado como inversión el polígono industrial viejo con la intención de hacer viviendas, pero que ante la bajada del mercado no lo hicieron y lo que parecía una buena inversión pronto se convertiría en pérdidas. Así que él les aconsejó hacer una macro discoteca.

¡Una macro discoteca!... ¿Y en que parte iría el cuerpo del muerto?¡Ah, si, debajo del hormigón!

            El calor del aliento masculino en su cuello la sacó de nuevo de sus pensamientos y la llevó a contener la respiración ante la sensualidad que le provocaban los labios de él paseándose lentamente por su cuello. Le gustaba la caricia y le gustaban las sensaciones que despertaban en ella, aquel hormigueo que se originaba en su garganta y conectaba con su pecho en un descenso lineal que acababa en su abdomen. ¿O quizá era al revés? Fuera como fuese sentía la necesidad de pegarse más a él, de sentir la ruda dureza de su cuerpo contra el de ella, de apoyar las manos en su pecho y recorrerlo en toda su extensión con ellas para después seguir con el resto hasta culminar su deseo. ¡Qué locura! Ni siquiera estaba segura de quien era o qué hacía, por qué decía estar en Toledo cuando estaba en Madrid, qué tenía que ocultar en el maletín que se llevó aquel matón llamado Finley… Pero lo peor era que en aquel momento a ella le importaba todo aquello un comino… ¡menos que un comino!

            -¡Qué calor hace aquí dentro!- Resopló azorada por sus propios pensamientos.

            -¿Quieres que salgamos a la terraza? Hay buenas vistas de Madrid.

            ¡Y serían las mejores, claro! Desde uno de los edificios más altos de la capital, cuyo último piso estaba ocupado por aquel lujoso restaurante en el que habían vuelto a cenar “literatura”(esta vez, por suerte, entendible)el paisaje debía ser impresionante. Sintió el leve roce de la mano de él en la cintura cuando le cedió caballeroso el paso hacia el tramo de la escalinata de mármol y pasamanos dorado que conducía a la terraza. Una persona podía acostumbrarse a vivir así fácilmente. Estaba segura de que la cena costaría más de lo que ella ganaba en un mes trabajando en la recepción del periódico. Si lo que quería era impresionarla, lo había conseguido, porque nunca en su vida había accedido a un mundo tan elitista y ajeno a ella.

            Allí arriba había una barra atendida por varios camareros que iban y venían a las mesas sirviendo copas a la gente que, como ellos, querían y podían disfrutar de uno de los alicientes del lugar.

            -¿Quieres champagne?- Preguntó Marcos con una pronunciación impecable del francés, dejando claro que conocía bien el idioma.

            De hecho ya le quedó claro el día anterior con el menú del Carlton y si no hubiera sido ella tan orgullosa a la hora de pedir ayuda para la elección del menú, habría comido algo diferente a la crema de guisantes con zanahoria, que sería lo único que podría cocinar hasta el más negado cocinero…Más aún, hasta Julia.

            -Siempre y cuando no tenga que tomar crema de licor después…- Rio divertida recordando el incidente del gimnasio.

            La risa se fue diluyendo poco a poco en la mirada arrobada que él le dedicaba.

            -Tus ojos podrían formar parte de este cielo.- Dijo de pronto con voz cavernosa.

            Ella volvió a reír. Fue una risa cristalina y forzada con la que pretendía esconder las inquietantes sensaciones que la embargaban.

            -¡Ahí has fallado!- bromeó,- lo siento pero mis ojos son verdes.

            - Lo sé. Son de color verde intenso, como el laurel; pero yo me refiero a su brillo, a ese fulgor tan expresivo que habla sin palabras reflejando tu sentimientos.

            -No digas bobadas…- le regañó blandamente, pero, por si acaso estaba reflejando lo que sentía, apartó la mirada en dirección al bar.-¿Y esa copa?...

            -Arriba.- Respondió sonriente.

            -¿Mas escaleras? Me vas a hacer trabajar duro para conseguirla…

            Estaba temblando y no era de frío a pesar del sencillo vestido negro con escote palabra de honor; era ansiedad, era temor hacia sí misma, hacia la madeja de pensamientos que se enredaba en su cerebro, hacia él que era quien había liado aquella madeja en la que no podía distinguir lo bueno de lo malo, la razón de la sinrazón, lo que era real de lo que era deseo.

            “Arriba” era otra terraza más pequeña, en la que tan solo había una mesa y dos sillas junto a una alta pantalla de cristal. En la mesa destellaban titubeantes las llamas de dos velas protegidas por faroles que arrancaban brillos a un cubo de lleno de hielo en el que había medio enterradas dos copas y una botella de champagne.

            -Vaya, voy de sorpresa en sorpresa y cada una mas espectacular que la anterior.- Dijo.- Te has tomado muchas molestias. ¿También les has dicho que eres socio mayoritario aquí? No creo que pueda subir todo el que quiera…

            El sonrió sin contestar mientras sujetaba la silla para que ella se acomodara. Fue un poco mareante ver a sus pies el abismo que descendía hasta la calle. Era como estar sentados en el aire.

            -¿Tienes frío?- Preguntó al verla un rielar.

            -Un poco; me he dejado el chal en el respaldo de la silla.- “¡Por favor, que no me deje su chaqueta, por favor…!” Suplicó mentalmente. Si además de todo aquello la envolvía en su americana haciéndole sentir su calor y su aroma, estaría perdida para siempre. Y no quería perderse con alguien a quien por más que miraba menos conocía. Por suerte ni lo intentó; tan solo cogió su teléfono marcó un dígito y dijo que le subieran a la señorita el chal que se había dejado en la mesa. Nada más. No dijo quien era, ni a qué señorita se refería ni en qué mesa habían estado, sin embargo dos minutos después llegaba un encopetado camarero que tras entregarle a ella el chal y su cartera de mano, procedió, luego de recibir el permiso de Marcos, a servir el dorado espumoso en las copas y volver a hundir la botella en el hielo antes de desaparecer escalera abajo.

            -¿Por qué podemos brindar?- Preguntó él con una sonrisa arrebatadora.

            -No sé, ¿por el futuro?

            -¿Futuro y tú? Me gusta esa combinación de términos.- Alzó su copa.- Por el futuro y por ti.

            -Por el futuro y por ti.- Repitió haciéndole ampliar su sonrisa

            Tras el fino sonido del cristal al encontrarse en el aire, ambos tomaron un trago sin dejar de mirarse a los ojos. Paula hubiera querido sostener aquella mirada castaña, pero fue la primera en romper el contacto dirigiendo sus ojos más allá de la pared de cristal.

            -Es como tener Madrid a los pies; como tener el mundo a los pies.- Comentó al fin con un suspiro.

            -Es agradable, ¿verdad?-El también contemplaba el panorama.

            Ella negó en silencio y luego añadió:

            -Para una noche, si, pero a la larga te saca de la realidad. Mis expectativas no son tan altas y mi sitio está a pie de calle.

            -¿No? Yo pensaba que una periodista vocacional como tú debía tener sus expectativas muy altas. ¿Quieres decir que no he logrado impresionarte?

            -Por supuesto que si, de hecho, me siento abrumada por todo lo que estoy experimentando esta noche gracias a ti, pero...-Se tomó el resto de su copa de un trago y abandonó la silla para caminar al filo de la terraza, junto al alto cristal – me pregunto hasta qué punto quieres llegar.

            El la imitó y tras tomarse su copa avanzó hacia donde ella estaba.

            -Hasta donde sea necesario.

            La voz de él sonó cerca de ella, tanto que bastó un susurro para que le oyera. De nuevo sentía aquel aliento acariciando su cuello, de nuevo aquel aroma llenando su respiración, de nuevo aquel calor que traspasaba su piel… Era tan fácil dar media vuelta para encontrarse pegada a él, en vez de saberse peligrosamente cerca. Su mente negaba lo que su cuerpo deseaba.

            -¿Para qué?- Trataba de resistir sin aceptar perder la batalla.

            - Para conseguir lo que quiero. Tú tenías tus sueños y yo los míos.

            -Si, querías ser un empresario de chuches y agrandar el negocio de tu abuelo…- Sonrió cálidamente.

            -Cierto y pero también tenía más deseos que no confesé en aquella redacción. Tu has cumplido los tuyos; es momento de que yo consiga los míos.

            Se dio media vuelta y se encontró frente a él. Las manos masculinas apoyadas en la pared de cristal y ella flanqueada por los poderosos brazos que formaban una barrera manteniéndola presa. Tenía que liberarse de alguna forma, más de sí misma que de él, porque tal y como se sentía en aquel momento, era más peligroso el deseo de colgarse de su cuello, pegarse a su cuerpo y morderle la boca, de lo que podía ser Marcos con la bobadita de ponerle límites para evitar su fuga.

            -Te seré sincera: No he cumplido ninguno de mis sueños. No es que me haya dado por vencida, sigo insistiendo, pero tengo que admitir que desde lo que quería hasta lo que tengo hay un mundo de diferencia. De periodista solo tengo la licenciatura en Ciencias de la Información.

            -Trabajas en el periódico.

            -Si, en la recepción. Tampoco vivo con mi familia, cierto, pero vivo en un piso compartido con otras dos chicas, antes eran tres, pero Magalen se casó el año pasado con el profesor y claro, se fue. Julia también se casará dentro de unos meses, con lo que quedaremos solas Mapi y yo…¿Qué mas? Ah, si tengo un coche, un coche grande, literal, un monovolumen que va regando con sus piezas las calles de Madrid. Yo le llamo Cirilo y Mapi le puso “Latas” como apellido, no necesitarás que te explique más a fondo el porqué…

            El la miraba con fijeza, sonreía como si no la estuviera oyendo o, peor, como si le diera igual lo que oía. Ella suspiró.

            -¡A la porra!- Exclamó.

            Alzó los brazos y se colgó de su cuello, se puso de puntillas y aplastó su boca contra la de él. La respuesta de Marcos le sorprendió, dadas las circunstancias pensó que se apartaría de ella y la llamaría al orden. Pero no. No lo hizo. Al contrario. La ciñó por el talle pegándola a él y la dejó hacer siguiendo de un modo encantador la pauta que ella marcaba. Ante la presión de sus labios él abrió la boca y ella tomó posesión al asalto, deseosa de saborear de modo pleno su cálida humedad mientras de forma inconsciente, totalmente ansiosas, su manos se movían por el poderoso pecho y sus dedos se enredaban, ahora desabotonando la camisa, ahora pellizcándole los pezones hasta sacarle una especie de gruñido de placer que la excitó aún más, sobretodo cuando se apretó contra el abdomen y sintió en su hueso pélvico la pétrea consistencia de la excitación masculina provocándole un inquietante cosquilleo entre sus piernas que la hizo apretar los muslos.

            La intensidad del momento fue tal que la llevó a la consciencia. Le miró asombrada. ¿Qué porras había hecho?¿Alguien se lo podía explicar?¡Porque ella, no! 

Se apartó asustada de si misma y arrepentida de su asalto. Se apresuró a la mesa y se sirvió una copa de champan que bebió de un trago sin detenerse a respirar.

-¿Me sirves otra a mi?

Se la sirvió y vio la mano de Marcos cogiéndola. Lentamente se atrevió a mirarle, los ojos de él brillaban divertidos al mirarla mientras sus labios se apretaban para evitar romper a reír.

-Nunca volveré a ser el mismo después de esta noche.- Comentó fingiéndose avergonzado.- ¿Puedes llevarme a casa, por favor?  

Le miró colérica. ¿Es que encima se iba a burlar de ella?

-¡Vete a la porra!- Exclamó comenzando a bajar ofendida las escaleras.

Marcos rompió a reír a carcajadas. Recogió la cartera y el chal que ella se iba dejando en todas partes por las que pasaban y corrió para alcanzarla.

-¡Espera…Espera…!

            Casi se chocó con un par de camareros que esperaban a la entrada de la terraza a que algún cliente solicitara sus servicios.

            -¿Qué habrá pasado?- Preguntó uno observando la rápida carrera de ambos.

            -¿Qué crees?- Respondió el otro molesto.- El habrá intentado propasarse y ella, que no ha querido, le ha plantado.

            -¡Bien hecho!

            -Ya te digo…            


Comentarios

  1. Ay! Esta Paula qué confundida de sentimientos está! Y a Marcos lo tiene peor! O será al revés! 😍

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    1. Muchas gracias por comentar, Eugenia ya pensaba que nadie leía el blog y me daba mucha pena porque es por aquí por donde empecé a publicar.
      Un abrazo enorme.🥰🥰😘

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  2. Gracias amiga por tan increible relato, sigo leyendo!!!

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