EL CAMISÓN BLANCO.

 

              EL CAMISÓN BLANCO

 

Magdalena Peña pulverizó su perfume al aire del cuarto de baño y se puso debajo para recibir en su cuerpo la fina lluvia  de fresco aroma a cítricos. Se miró en el espejo por última vez para ahuecar su melena castaña y se sintió satisfecha con su aspecto. Sus ojos marrones recorrieron la figura de la mujer que la miraba desde el cristal y la vio curvar sus labios en una sonrisa a la vez tímida y picarona. Podía imaginar la reacción de César cuando la viera salir y aquel simple pensamiento hizo que sus pezones se marcaran bajo la suave seda del camisón blanco roto. Una vez más Mapi, Julia y Paula se habían pasado al escoger el regalo para su cumpleaños, bastaba sentir la caricia del tejido en su piel para saber que era muy caro, tan fino que insinuaba hasta el triángulo oscuro de su vello púbico. La mente de su marido no tendría que hacer el menor esfuerzo para recordar lo que había bajo la prenda, por muy bien que lo conociera. El profundo escote en uve estaba delimitado por encaje del mismo color  finamente trabajado, así como la abertura que iba desde su cadera derecha hasta el empeine de su pie. Obviamente aquel camisón no era para dormir, ni siquiera era una insinuación sensual, sino una nítida declaración de intenciones.

              Salió del baño a la alcoba. La luz tenue de las mesillas de noche le mostraron a César acostado boca arriba, con las manos bajo la nuca y la mirada perdida en el techo, pensando en vaya usted a saber qué. El sonido de la puerta al cerrarse llamó su atención y miró hacia allí. La vio y como si una fuerza externa tirara de él se sentó en la cama y se apresuró a pulsar el interruptor que encendía la lámpara del techo.

              -¡Vaya…!

              Solo eso. Nunca una expresión más lacónica pudo ser tan elocuente como aquel “¡Vaya!” acompañado del lento y largo paseo de los negros ojos masculinos por el cuerpo de su mujer. Tragó un nudo de saliva y tendió su mano hacia la mesilla, de donde cogió su teléfono y escribió algo ante el desconcierto de ella, que pensaba que aquel atuendo captaría la atención de él durante mas tiempo; pero por suerte lo del teléfono fue un breve lapso y volvió a sentir sobre ella todo el interés de César.

              -¿Nos conocemos?- La voz masculina sonó excitantemente cavernosa y agreste.

              -Puede…- Al avanzar hacia la cama la abertura del camisón mostraba la pierna derecha en toda su longitud.

              El volvió a tragar y abandonó momentáneamente el lecho para salir en dos pasos al encuentro de su mujer. Su mano se prendió en la redondez de la cadera para avanzar por la cintura estrecha hasta abarcarla.

              -No existe una mujer mas hermosa que tú.- Estaba tan cerca de ella que el tono ronco se convirtió en un cálido susurro cuya sensualidad la desarmó.

              -¿A tus ojos?

              -A los ojos de cualquiera que los tenga.- Dijo bajándolos hasta el valle que separaba sus senos.

              -Solo me importan los tuyos.- Alzó la mano para acariciar con el dorso de sus dedos el rostro de su amado descendiendo hasta que la palma se apoyó en los recios pectorales.

              Podía parecer que el pantalón del pijama y la camiseta de algodón carecían del erotismo necesario, pero el cuerpo fibroso que cubrían era de por si tan apasionante para ella

 como para él podía serlo el descarado camisón.

Los labios masculinos abrieron un pasillo desde el mentón femenino hasta la base del cuello hundiendo su rostro allí, aspirando su aroma hasta llenar sus sentidos con él. Como si tuvieran vida propia sus manos se movieron por ella, una se hundió en su cabello y sujetó su cabeza mientras sus bocas se unían y sus lenguas iniciaban una marcada danza que les inflamaba. La otra mano descendió hasta el trasero para acercarla más y sentir algún alivio en su creciente excitación, pero su efecto resultó totalmente contrario. Con una facilidad pasmosa la alzó separando los pies descalzos de Magalen del suelo y llevándola en volandas hacia la cama donde se dejó caer a su lado.

Ella dio un leve tirón de la camiseta.

-Quítate esto; me estorba.- Musitó y al momento llenó sus pupilas con la imagen desnuda del pétreo torso de su marido.

Las yemas de sus dedos vagaron por él, jugueteando con la maraña de vello que se estrechaba a medida que descendía hasta quedar en una hilera que se perdía en la cinturilla elástica del pantalón bajo la que sus dedos intentaron colarse. La mano de él se aferró a la de ella, deteniéndola.

-¿Vas a empezar a hacerme sufrir ya?- Sonrió malicioso,- deja que disfrute de ti un poco.

Aceptó. ¿Qué otra cosa podía hacer si ella lo deseaba tanto como él? En aquel instante, César recorrió el filo del encaje y al llegar arriba apartó la tela; con un sencillo movimiento de sus dedos liberó el hombro, dejando expuesto un pecho albo coronado por una areola y un pezón del que su boca se apoderó golosa saboreándolo, jugando con él, acariciándolo con su lengua y mordisqueándolo suavemente.

Ella gimió y hundió sus dedos en la negra cabellera de él, que repitió el ritual en el otro hombro y el otro pecho. Magalen tan pronto jadeaba como contenía la respiración en aquel laberinto de sensaciones mareantes que le nublaban el cerebro y hacían que deseara más y más. De pronto la boca de él volvió a la suya, como si fuera incapaz de decidir cual era su más apremiante necesidad. El simple sonido de su agitada respiración  resonando en entre las paredes de la alcoba le excitaba hasta rayar los límites de la locura. Aún perdido en la boca de ella, descendió por el plano vientre hasta hallar el atajo que facilitaba el camisón hacia la húmeda cavidad que atesoraba entre sus muslos. Exploró con sus dedos la inflamada calidez de la intimidad femenina. Ella le instó con sus brazos a continuar unido a su boca, pero él se apartó. Quería verla. Necesitaba verla. El placer de contemplarla era más que placer. La amaba, no sabía como aquella joven de la que se enamoró en las clases de Bioquímica, había evolucionado hasta convertirse en su Todo. Gozaba del apagado sonido de sus gemidos, sintiendo su mirada lánguida entre los párpados dormilones, viendo como se mordía los labios mientras su espalda se arqueaba y sus manos apuñaban la tela del pantalón en su esfuerzo por desprenderlo de él.

Magalen se rompió con los movimientos de aquellos dedos expertos y aún así quería más. Le cubrió con su cuerpo y acabó a horcajadas sobre él, apoyadas la manos a ambos lados de su cabeza, pendientes los pechos sobre su cara, con perversa diversión ante los intentos de él para atraparlos con su boca, como si jugara a morder la manzana colgada de un hilo. Ahora ella era quien mandaba y lo dejó muy claro cuando interceptó las manos de su marido inmovilizándolas; ahora era ella la que besaba y mordía, la que lamía y se empoderaba decidiendo hasta el momento culminante de su unión. Pero ni la fuerza de un titán consiguió retener las manos de César en aquel instante. Se cerraron sobre las caderas de su mujer para marcarle el ritmo, sin embargo toparon con la tela del trapajo cuando él no deseaba sentir mas suavidad que la de la piel de su mujer, más calor que el de su cuerpo. Se lo quitó con prisa y lo arrojó de ellos como algo inútil antes de girar sobre su espalda para cubrirla e, inmerso en ella, cabalgar juntos hasta el más enloquecido descontrol al que seguía la más ensordecedora calma, las más tiernas caricias y suaves besos, los más dulces “Te quiero” y las conversaciones susurradas.

-¿Qué te hace tanta gracia, si puede saberse?- Preguntó ella metiéndose bajo las sábanas.

- Pienso que está sabroso esto de hacer el amor con una embarazada. Nunca había tenido esa experiencia.- Se acostó a su lado y la rodeó con sus brazos.- Tus hormonas están a mi favor…¿Y lo del camisón?…Maxipunto para la señora; aunque estoy seguro que es cosa de tus amigas.- Alzó la cabeza buscándolo.-¿Dónde está?

-Con la fuerza con la que lo has tirado… en cualquier lugar entre aquí y Segovia.

César estiró el brazo para apagar todas las luces y juntos de adentraron en un mundo de secretos para dos hasta dormirse abrazados.

En el suelo, junto a la descalzadora, arrugado, desmadejado, abandonado, quedaba el camisón.

 


Comentarios

  1. Como siempre nos haces soñar, precioso, y mas con esta pareja que me hizo reir y sufrir a partes iguales. Nunca dejes de deleitarnos con historias!. LU

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    Respuestas
    1. Muchas gracias, Lu, como siempre, por ser tan amable de leerme y comentar lo que te parece. Espero que si algún día no te gusta también me lo digas.
      Un beso.
      Ah, no tardando mucho voy a empezar a publicar otra.
      Nooo sé si coges el enlace del chat de Telegram, iré poniéndolo allí, tanto esté como el de Wattpad.

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  2. Muy bonito final, lo q hace el amor , empezaré la hiatoria nueva 🤗🤗🤗

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