ALGUIEN COMO TÚ

                   



                   SOSPECHA

                           V    

            Paula se despertó con el olor del café recién hecho. Las aletas de su nariz se abrieron percibiendo el aromático placer mañanero. Se sentía bien. No le dolía la cabeza ni tenía el menor signo de resaca. Con los ojos cerrados aún se dedico a recordar la tarde anterior, paso a paso hasta llegar a la tónica y oír la voz de Marcos Salinas advirtiéndole sobre la nata del licor y las burbujas de la tónica. Luego se puso muy mala y vomitó…Creía recordar que fue Marcos quien la trajo a casa de vuelta y la dejó en mano de sus asustadas amigas, que nunca la habían visto en aquel estado.

            Se levantó de la cama y se vistió con un pantalón de chándal y una camiseta vieja que usaba para andar por casa, como siempre no se calzó. Suponía que era la hora de las explicaciones por eso al entrar a la cocina y ver la expresión de sus amigas se sintió enrojecer de vergüenza.

            -Aquí aparece el cadáver.- Mapi la miró de arriba abajo como si comprobara que estaba completa.

            -Lo siento, chicas. Os juro que apenas bebí fue…

            -Tranquila, Paula, ya nos lo explicó tu amigo. Fue una reacción química en tu cuerpo.-Julia sonrió y comenzó a servirle una taza de café como a Paula le gustaba, con leche y azúcar.- Siéntate a desayunar, así te recuperarás del todo.

            Musitó un gracias y dio el primer sorbo al contenido de la taza. Estaba buenísimo y resultaba reconfortante.

            -La verdad es que nos asustamos mucho al verte de esa forma, llegamos a pensar que te habían drogado y te habían asaltado o algo peor.

            -Si, pero el bombón que te trajo lo aclaró todo.- Mapi amplió el tamaño de sus ojos al abrirlos mucho.-Yo no entiendo donde encontráis tíos así.

Pala miró primero a una y luego a la otra.

            -Decidme la verdad: ¿Lo mandasteis vosotras?

            -¿Qué?¿Cómo que si lo mandamos nosotras…?No entiendo.

            -Ni yo.

            Ella tomó aire y lo expulsó en un suspiro.

            -Hace unos días os oí hablar con Magalen y con César sobre alquilar un tío para que me acompañara al homenaje. El profesor incluso mencionó al conde Martini.

            -Ah…-Ahora fueron ellas las que enrojecieron.- En realidad, si que lo pensamos, pero Magalen se opuso, dijo que por encima de su cadáver, que te lo diría y…como está como está no quisimos contrariarla no fuera a ser que le pasara algo a la niña. Así que nosotras no hemos…¿por qué lo preguntas?

            Ella volvió a tragar café sintiendo que todo su cuerpo tomaba vida y volvía a ser ella.

            -El que me trajo es Marcos Salinas, ¿sabéis? el chico que queriendo o sin querer empujó mi silla en sexto curso y me hizo caer…

            -¿El canijo Salinas?- Exclamó Mapi.- Caramba, pues si que le han sentado bien los años…Si no hubiera estado tan superasustada por ti me hubiera esforzado por conocerlo mejor, pero la verdad es que cuando le indicamos tu cuarto para que te dejara en la cama, ya no pensamos en nada más…Le acompañé a la puerta y le di dinero para pagar el taxi.

            -¿Te cobró el taxi? ¡Pero si es millonario! Exclamó.-Me dijo que tiene negocios de todas clases.

            -Y los tendrá, porque la ropa era muy buena, pero dijo que debía haber perdido la cartera y no tenía dinero, así que le di cincuenta euros.

            Paula estaba boquiabierta. ¿Cincuenta euros para una carrera en taxi?  

            -¿Qué te pasa? Me dijo que me los devolvería, aunque le dije que no hacía falta.

            -Es que, no sé… hay algo raro en él.

            -Pues nosotras no notamos nada, ¿verdad Julia? Lo tenía todo en su sitio y muy bien puesto.

            Julia asintió divertida. El mal rato de la tarde anterior había pasado ya y podían volver a su tranquilidad habitual. También Paula, quien tras aquel primer momento de duda decidió que cualquiera podía perder, la cartera aunque fuera millonario, y no tener dinero para tomar un taxi.

            Pasó el resto del domingo de tirado. Tirada en el sofá viendo la televisión, tirada en la cama, tirada en la silla de la cocina, comiendo lo que sus amigas le prepararon con toda la intención de cuidarla… Le encantaban los días tirados, sobretodo porque no había muchos. Les contó la anécdota de Vitoti y la bolsa con el pastel y, ahora que todo había pasado, no podía aguantar las carcajadas recordando la expresión de la pija y luego sus arcadas.

            -Fue un momento sublime, de verdad, lástima que entonces yo no estuviera en buenas condiciones para disfrutarlo. Luego le devolví la bolsa y la boba la cogió… Admito que en aquel instante no actué de mala voluntad, me encontraba muy mal. Luego cuando el otro me llevó al baño y me hizo lavar la cara y me mojó los pulsos de las muñecas, me sentí mejor hasta el punto de que todo lo demás es como una especie de sueño.

            Sus amigas reían con ella imaginando la escena es que no era para menos. Ella no sabía lo que ocurriría al día siguiente cuando se vieran en la entrada del periódico. Iba a ser una sorpresa.

            Sin embargo la sorpresa llegó antes de lo que esperaba. El lunes, ya vestida para irse a trabajar buscó el dinero que llevaba en el bolso cartera cuando fue al homenaje de Margarita Sanjuán. No había mucho espacio donde buscar y estaba segura de haber llevado ciento cincuenta euros, fue hasta el instituto en metro y pagó con el bono de transporte. Los llevó solo por si se presentaba un imprevisto puesto que ya había hecho con anterioridad el pago de la comida y su parte para el regalo de la profesora…¿Dónde estaba aquel dinero? Preguntó a sus amigas por si ellas habían lo habían cogido o sacado de la cartera por alguna razón, pero ambas negaron haber abierto siquiera el bolso. Salinas se lo entregó a Julia y ella lo dejó en el cuarto sin más.

            -Pero ¿estás segura de que no lo gastaste?

            -Segurísima, Julia. Si tenía todos los gastos de la fiesta ya pagados. Lo llevé…para una posible urgencia…¡Ciento cincuenta euros, madre mía…!

            -Bueno, tranquila, no te lleves disgusto por eso. ¿Necesitas dinero?

            -No, gracias Mapi, me puedo arreglar hasta que cobre, claro que me arreglaría mejor y con más comodidad si no los hubiera perdido…-Se quejó lastimera.

            ¡Ciento cincuenta euros! Para Mapi no eran nada, pero para ella significaba que tendría que apretarse el cinturón mucho más hasta fin de mes. ¿Cómo había podido perder aquel dinero?

            El trabajo en la recepción del periódico era enloquecedor y absorbente pero eso no era óbice para que cada instante que tenía para descansar volviera a lamentar la pérdida del dinero.

            -Pues hija, perder ese dineral con la mierda que ganamos aquí…- Enriqueta, Queta, su compañera detrás del mostrador no ayudaba mucho con sus comentarios.

            No podía decir que tenía por compañera a la alegría de la huerta. Madrileña, del mismísimo Lavapiés, cincuentenaria y con la expresión aburrida de quien está de vuelta de todo, pelo teñido de rubio platino, ojos un poco más maquillados de lo normal, soltera “ y a mucha honra” pero abierta a lo que llegara por donde llegara. Llevaba mas de la mitad de su vida tras aquel mostrador. A Paula le aterrorizaba aquella idea, aquella aceptación de su compañera del inmovilismo a cambio de la estabilidad era inaceptable para ella, pero ¿y si no conseguía avanzar?¿Se conformaría, como Queta, con sobrevivir? No tenía una respuesta en aquel momento, pero tampoco pudo meditarlo más.

            -¡Mira lo que está entrando por la puerta, reina! A ese si que quisiera verlo yo en primera página, pero del Playboy.

            Apenas tuvo tiempo de mirar, pero su reacción instintiva fue la de tirarse al suelo detrás del alto mostrador. ¡Era él! ¡Salinas! Vestido con un impecable traje azul marino, al estilo de los más adinerados empresarios, acompañado de una especie de guardaespaldas o chófer o secretario con aspecto de gorila que le llevaba un portafolios de piel negra.

            -Pau ¿qué haces?- Queta la llamaba Pau desde que ella empezó a trabajar en la recepción.

            -Se… se me ha caído un pendiente… atiende tú que yo…yo…

            En aquel instante oyó la grave y agradable voz que había escuchado por primera vez dos días antes.

            -Buenos días, Tengo una cita con el señor Tablada, Ernesto Tablada.

            ¡¡¿Con el presidente del grupo editorial??! Paula contuvo la respiración dispuesta a no perderse una coma

            -¿De parte de quien?

            -Bradfor. Marcus Bradfor.

            Debajo del mostrador los ojos de Paula se abrieron tanto como su boca al oír aquello. ¡¿Marcus Bradfor?! Vale, admitía que tenía un leve acento americano que le sentaba muy bien a su grave voz y le añadía carisma, sabía que había vivido en Norteamérica, y quizá fuera el apellido de su padre…pero ¿por qué no lo usó el día de la comida?¿Y por qué parecía que ahora estaba más marcado aquel acento?

            De pronto le oyó decir con cierto tono de diversión:

            -¿Sabe que ahí abajo están asomando unas piernas?

            -Ah, es mi compañera ha perdido un pendiente y lo está buscando.-Contestó Queta sin darle importancia.-¿Me permite su pasaporte o algún documento de identificación?

            -Vaya, lo siento, el caso es que hace un par de días que perdido la cartera y estoy a la espera de que la Embajada Estadounidense me gestione nueva documentación.

            -Lo entiendo, pero debemos hacer registro de todas la personas que vengan, ya sean de visita o de servicios, entiéndalo, es nuestra obligación. Toda persona que pasa por aquí debe identificarse…

            -No se aplica al señor Bradfor…Enriqueta…- Paula reconoció enseguida la voz del mismísimo señor Tablada.- ¡Bienvenido, Marcus! He oído hablar mucho de usted y tenía ganas de conocerle, porque ya se que no le gusta prodigarse en la prensa ni que su imagen sea pública. Si le soy sincero, no le esperaba tan joven.-Y añadió para la recepcionista.- Todo está bien, Enriqueta, yo me llevo al señor Bradfor.

            -Si señor.- Aceptó la otra la orden sin rechistar sobre la ruptura de una norma que solo se había roto con la visita del Rey y de otros altos mandatarios.

            Paula les oyó alejándose y respiró tranquila. Sin embargo casi gritó cuandola cara afilada de Queta asomó bajo el mostrador.

            -¡Chica, ¿no lo encuentras?! No puede estar muy lejos, que esto es un mostrador de recepción, no el Santiago Bernabéu …

            -Ya…ya lo tengo.- Se incorporó despacio a su puesto, con la mirada larga no fuera a ser que Salinas…Bradfor… estuviera por allí cerca y pudiera descubrirla.

            En todo aquello había algo raro. Lo había. Se lo decía su instinto periodístico. Ya cuando le vio en la fiesta dudó que Salinas hubiera cambiado de un modo tan espectacular, pero habían pasado trece o catorce años desde que lo vieron por última vez y podía ser. También podía ser que para hacer aquella variedad de negocios que al parecer dirigía, usara el apellido de su padre, que podía ser Bradfor puesto que ella sabía que era americano y que ni se casó con su madre ni reconoció a Salinas hasta que se los llevó a América, por lo que ignoraba cual era su apellido. Podía haber perdido o que le hubieran robado su cartera(pues no eran finos los ratas de Madrid ni nada…)y hubiera tenido que pedir dinero prestado para el taxi. Todo era muy lógico. Todo tenía explicación.

            ¡Pues aún así a su olfato periodístico algo le olía a podrido!

             


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