ALGUIEN COMO TÚ





EL CAÑONAZO

III


           Entró al gimnasio mirando con ojos de ayer y encontró poco parecido con lo que recordaba, no solo por la ornamentación que embellecía el lugar para la fiesta (que como imaginó parecía sacada de una película Americana de adolescentes ñoños) si no por la remodelación de las instalaciones, que se veían modernas y adecuadas a los nuevos tiempos. Ahora los jóvenes eran más deportistas. Ella por aquel entonces odiaba la asignatura de gimnasia, ahora no; ahora odiaba el deporte en general y practicarlo en particular. Unos meses atrás César la convenció para ir a correr con él, porque ella se quejó de que estaba cogiendo kilos. El primer día pudo llegar hasta un bar del parque, asfixiada y medio muerta, decidió que esperaría allí sentada hasta que volviera él y para hacer tiempo pidió un chocolate con churros. Aunque presentía que el segundo día sería mejor, si llegaba alguna vez.

            -¡Paula Merino!

            Reconoció enseguida la voz ronca de Alicia Martínez. La vio acercarse a ella sin disimular su entusiasmo. De adolescente Alicia era una muchachita preciosa, ahora era una mujer preciosa y muy elegante, vestida con un traje de chaqueta color cielo, con amplios hombros y cintura ajustada que destacaba su delgadez. Sin embargo su voz seguía siendo ronca, la había hecho así a base de fumar a escondidas en los recreos y por el aroma de perfume mezclado con el de tabaco, estaba claro que seguía teniendo aquella costumbre.

-¡Alicia!¿Qué tal estás?- Le sonrió con sinceridad. Quizá aquel no fuera el lugar y el momento en el que quería estar, pero sus sentimientos no eran del todo fríos hacia sus compañeros de instituto.

-Agotada, cielo. Desde que Raquel y yo empezamos a preparar este homenaje para Marga, no hemos parado de organizar cosas, empezando por encontraros a todos.-Miró a su alrededor-¿ Dónde está Guille?

-Con su novia, supongo.- Respondió con ligereza propia de quien siente una absoluta indiferencia hacia algo o alguien.- Hace meses que no estamos juntos.

-No lo sabía. Lo siento cielo…

-Pues eres la única.- Sonrió.

-Son cosas que pasan.- Atajó Alicia con una frase hecha.- Perdóname, cariño, tengo que seguir recibiendo y saludando a los que llegan. Pasa y toma algo. Ya han llegado muchos compis…Marga llegará en media hora, más o menos, para entonces esperamos que estemos todos para recibirla como se merece.

-Por supuesto.

Alicia la dejó y ella siguió caminando encima de sus altos tacones hacia la barra. Estaba atenta a todos los presentes, reconocía a algunos, más o menos, pero eran los que no conocía quienes tenían su atención.

Estaba segura que entre aquella gente había alguien enviado por sus amigas. Lo oyó muy claro unos días antes; estaban tramando un plan para que ella no estuviera sola en la fiesta. Claro que ella se lo iba a chafar. ¡No había caído tan bajo como para aceptar un acompañante de pago! Ella no era tan insegura como para aceptar alguien así.

Caminó hacia la barra portátil que había bajo la canasta de baloncesto y pidió un vino blanco al camarero. Con ella en la mano se dio la vuelta y entonces le vio. La miraba fijamente, como si no hubiera nadie más en todo el gimnasio. No le extrañó que fuera guapo, guapísimo en verdad, dado que de su imagen dependía su trabajo. Tenía el pelo oscuro, aunque no negro, un rostro que parecía esculpido en alabastro por el propio Miguel Ángel y por su cuerpo alto y perfecto se notaba que era como César y cuando iba a correr, corría en vez de comer chocolate con churros.

Sonrió y pretendió avanzar hacia ella, pero Paula se dio la vuelta demostrando que no estaba interesada en nada más que en su copa de vino. Aún así el no se dio por vencido ya que en cuestión de segundos le tuvo a su lado.

-Hola.- La saludó.- Eres Paula Merino, ¿verdad?

¡Cielos, qué voz…! Le entró por el oído y fue a hundirse en el fondo de su cerebro. Era como la de Alicia, pero al ser hombre le quedaba mejor. Ronca, intensamente profunda.

Ella no contestó porque en aquel momento se acercó el camarero a preguntarle qué iba a tomar. El no lo dudó.

-Un Martini, por favor.

            ¡Si señor! “¡Muy bien, chicas, muy originales!” Como si no le hubiera bastado con su aspecto, además lo del Martini. Solo faltaba que se presentara diciendo que era conde. Sonreía burlona mirándole ya con descaro de arriba abajo.

            -No me digas que eres conde

            -No, lo siento, ¿es que tengo aspecto de ser un conde?

            “Tienes aspecto de ser un príncipe azul, pero con una abertura en la espalda para meter el dinero, como las huchas del Domund” Era el momento de librarse de él y seguir saludando a sus compañeros.

            -Voy a ser franca, encanto, sé por qué estas aquí y lamento decirte que no necesito ningún tipo de apoyo, ni de seguridad por parte de un tío como tú. Soy mayorcita y sé andar sola, así que hazme el favor de irte a tu casa, que aquí no haces nada, señor…Martini.

            El parpadeó sorprendido. Paula amplió su sonrisa. Estaba segura de que aquel tío no estaba acostumbrado a que sus clientas le rechazaran. Claro que, en realidad, ella no era la que pagaba. Sería Mapi, porque uno de alto nivel como aquel debía ser muy caro. Por un momento estuvo tentada de preguntar cuanto cobraba por una hora. Seguro que más de lo que ella cobraba al mes.

            -No comprendo que…

            -Pues está claro, guaperas, que te largues, que no te necesito y cuando te encuentres con Mapi le dices que…No importa ,mira, ya se lo diré yo. Se han pasado tres pueblos, qué tías, nunca imaginé que serían capaces de hacérmelo a mi. En fin, a lo que vamos, que puedes…

            -…Paula…- Aquella voz era menos ronca, pero más conocida. -Hola…No esperaba verte aquí.

            Era Guillermo Pajares, el que había sido su novio hasta que se convirtió en su exnovio. Llevaba puesto un traje gris ceniza, una camisa con corbata estampada y el pelo engominado y peinado hacia atrás. ¡Qué moderno se había vuelto! Cuando salía con ella había días que ni se peinaba y ahora aparecía allí con pinta de yuppy. Aunque estaba muy atractivo así no podía compararse con el galán que le habían alquilado sus amigas, que le  sacaba más de un palmo de estatura y parecía que el traje se lo hubieran cosido encima. Así estaba Vitoti, que no le quitaba el ojo, por lo que su Guille quedaba en segundo plano. Formaban la pareja ideal, tan bien conjuntada. Ella llevaba un vestido de algún modisto caro, un bolso de a millón, unos zapatos Manolos y un peinado y un maquillaje que seguro le habían hecho a domicilio. Bueno, pensó Paula escrutándola a ceja alzada, en eso estaban igual, ¿o no le había hecho Mapi el dichoso alisado japonés en su propio baño? Y la había maquillado en el salón, con la ventana abierta para tener luz natural.

            -¿No nos presentas a tu amigo?- Dijo engominando la voz.

            -Claro, Vitoti, pero no es mi amigo…Es mi novio…

            Y en las paredes de su cerebro resonó una voz demoniaca diciendo: Es mi novio…mi novio… novio… ovio…ovio…

            ¿Por qué había dicho eso?¡¿De verdad lo había dicho?! A juzgar por la cara de los otros tres, si, lo había dicho…¿Y qué hacía su brazo enlazado con el del guaperas como si estuviera dispuesta a llevárselo a rastras al primer paso que diera a destiempo?

            -¿Tu novio?- Guille estaba sorprendido.- Nunca lo hubiera imaginado. ¿Desde cuando?

            - Desde…hace tres meses, pero nos conocemos de mucho antes…¿verdad cielo?- Odiaba aquel lenguaje, pero como ni siquiera sabía su nombre…Y ya que se había metido en aquel pantano, tenía que salir de alguna manera. Además, a él debía darle igual ser su novio o su acompañante, iba a cobrar lo mismo.

            -Ya sé que os conocéis de mucho antes; pero tu nunca has tenido mucha simpatía por él, decías que te empujó la silla y fue el que te hizo caer en sexto curso y pasar la mayor vergüenza de tu vida.

            Paula abrió sus de por si ya grandes ojos hasta hacerlos inmensos. Miró a su acompañante y de inmediato se soltó de su brazo exclamando con voz aguda:

            -¡¿Eres el canijo Salinas?!- Y dándose cuenta de su metedura de pata, carraspeó recomponiéndose.- Quiero decir que…las cosas cambian, Guille, lo que ayer era una cosa hoy es otra. Esto…si me disculpáis un momento iré al baño a…

            Se alejó en dirección al baño, si hubiera sabido en qué dirección estaba el baño. No importaba. Solo necesitaba un respiro. Se topó con otro compañero con quien no hacía mucho se había topado por la calle. El le hablaba de algo, pero ella ni le prestaba atención, su rostro se volvió disimuladamente para ver a Marcos Salinas. ¡Caray con el canijo! ¿Cómo iba a saber que era él con casi dos metros de estatura y metro y medio de ancho de hombros? Intentaba reconocer en aquel hombretón al muchachito de piernas flacas y calcetines muy estirados que se sentaba detrás de ella en sexto curso. Para tener la misma edad entonces, ella estaba mucho más desarrollada que él, pero si que habían cambiado las tornas, si.

            Y de pronto se dio cuenta.

            -¡Hala…!

            -¿Qué pasa?- Preguntó su interlocutor ante la exclamación de ella.

            -Nada. Sigue sigue…¿Y dices que le habéis puesto Esteban a la niña? Muy innovador.

            -No, es que es un niño…

            ¿Sabrían Julia y Mapi que Marcos era el canijo Salinas aquel del que les había contado la historia de la caída?¿Dónde le habían encontrado?¿Cómo había llegado ese chico a ese punto?...Claro que estaría a gusto, si ganaba bien, y se veía que si por la calidad de su atuendo y su aspecto general, hasta le gustaría el trabajo. Pero, pobre muchacho, él que de pequeño quería hacerse rico como empresario dirigiendo la tienda de chuches de su abuelo…

            Empezaron a sonar aplausos y silbidos. Estiró el cuello para mirar por encima de los demás y sonrió al ver la figura esbelta y elegante de Margarita Sanjuán. Se unió a los aplausos y vítores uniéndose a uno de los pasillos de exalumnos entre los que pasaba la profesora, sonriendo emocionada y mirándolos a todos como si en cierto modo fueran obra suya. Paula estaba encantada de volver a verla, ella le enseñó que debía ser paciente y luchar por lo que quería.

            Suspiró encantada cuando Marga al pasar ante ella le dio un pellizco suave en la mejilla, reconociéndola. Paula se sintió halagada y fue entonces cuando sus ojos volvieron a encontrarse de casualidad con la mirada oscura de Salinas, que la observaba fijamente.

            Ella apartó los suyos, sin saber adónde mirar.

 


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