Una inocente conspiración
“Maniobras de
distracción” Así lo llamaban los estrategas militares. César recordaba haberlo
leído en alguna parte y estaba decidido a aplicarlo en la vida civil y a aquel
momento. ¿El blanco? Magdalena Peña. ¿Objetivo? Evitar a como diera lugar que
reuniera con el conde Martini y volviera a caer en sus garras. Para conseguirlo,
él no escatimaría medios. Si el conde tenía todo un arsenal para el ataque, él contaba
con un cerebro y bastantes años menos, además ella siempre le había respetado y
se dejaría influir por el buen juicio de su profesor.
La llevó a un
típico mesón madrileño en el centro del Madrid de los Austrias. El local tenía
el ambiente del pasado y era muy agradable. Magalen miró a su alrededor observando
los detalles de la decoración; las paredes encaladas, las gruesas vigas del
techo, las recias mesas cubiertas por sencillos manteles…
La voz del
profesor reclamó su atención.
-¿Ha estado aquí
alguna vez?
-No, nunca.-
Respondió lacónica.
El pensó que posiblemente
ella no estaba habituada a frecuentar aquel tipo de locales en compañía de un
hombre.
-Es cierto que
no se parece en nada a los restaurantes lujosos de Italia, ni siquiera creo que
aquí alterne la nobleza, pero cocinas los mejores callos y el mejor cocido de
Madrid.- Sonrió sin notar la expresión de desconcierto de ella.- En Italia no
se come mejor que aquí, por mas lujo que tengan, ¿no cree?
Ella no supo qué
contestar porque nunca había estado en Italia, así que se limitó a esbozar una
leve sonrisa y a seguirle hasta una mesa cercana. Estaba cohibida. Lo que
estaba sucediendo era como un sueño. Un maravilloso sueño. El corazón le latía
enloquecido dentro del pecho y estaba tan nerviosa temiendo hablar de más que no
se daba cuenta de lo silenciosa que estaba; además, concentraba todos sus
esfuerzos en que él no se diera cuenta de lo que sentía y esto le impedía
disfrutar por completo de su compañía y de el momento.
-Yo solía venir
aquí cuando era estudiante, hace mil años…- Comentó César una vez estuvieron
instalados uno frente al otro.- No ha cambiado nada en este tiempo.- La miró
sonriente.- ¿Le gusta el cocido?
- Claro que si.
¿Olvida que soy una chica de pueblo?
El sonrió más
ampliamente e hizo la petición al camarero que se había acercado a hacer la
comanda. Después se acodó en la mesa mirando con ojos brillantes a su invitada.
-Me pregunto
como llega una “chica de pueblo” a ser una brillante bioquímica.
-Tanto como
brillante…-Comentó azorada eludiendo aquella turbadora mirada de los ojos
negros
- No vamos a
gastar ahora falsa modestia. Quizá sea de lo poco que hablamos, pero me consta
que usted sabe lo que opino al respecto, porque nunca se lo he ocultado.
Dígame, ¿cómo acabó aquí?
Magalen sonrió
con timidez y bajó su mirada al mantel. Hubo un silencio que la instaba a
hablar, así que comentó:-
-Supongo que
como cualquier otra chica de pueblo a la que se le den bien las ciencias. De
niña me encerraba en el cuarto de baño y jugaba a los inventores mezclando todo
tipo de líquidos que había por allí; laca de mi madre, colonias, brillantina,
fijador…cualquier cosa, por curiosidad de saber o que saldría de todo aquello.
Y lo que salía eran unos azotes de mi madre por gastar la colonia, la laca y
todo lo demás. Me gustaba imaginar que era un gran científico como los que
salían en las películas de televisión, que mezclaban sustancias en una probeta
y salía humo o el contenido cambiaba de color…
- Eso se refiere
a la química, pero, ¿Qué hay de la Bioquímica?
Ella se
humedeció los labios y, tras un instante de titubeo, confesó:
-En eso tiene
mucho que ver usted.
-¿Yo?- Sonrió
halagado.-Me sorprende.
- Quería hacer
una especialidad y no lo dudé un instante. Desde que acudí a su clase por
primera vez siempre he pensado que de mayor quiero ser como usted.- Dijo con
sinceridad.
La sonrisa de
César se congeló en sus labios.
-De mayor…- Repitió
con cierta desgana.- Si, supongo que una joven puede considerar mayor a alguien
que le lleva once años…Es una diferencia de edad notable ¡Pero veintitrés son
más que once…!
Magalen parpadeó
confundida por la afirmación del profesor. ¿A qué venía aquella tontería?
-Según mis
nociones de matemáticas…si; de hecho, hasta doce son más que once…- Replicó con
cierta cautela.- Pero al decir que de mayor quiero ser como usted no me refiero
a que le considere un anciano, ni mucho menos, entiéndame, es solo una forma de
hablar, de demostrar la admiración por alguien. En realidad,- añadió en un
intento de aclarar en malentendido,- la edad no importa, ¿no cree?
Ella esperaba
recibir una luminosa sonrisa de él tras el inciso, pero el ceño del profesor se
plegó aún más.
-Yo siempre he
pensado que si es importante, ahora me doy cuenta de que estaba equivocado, es
evidente que para usted no lo es.
-No creo que sea
malo, ¿no?
-¿No lo cree?-
Preguntó tenso.
- La edad
siempre aporta experiencia.
-Desde luego,
pero no siempre es positiva.
Magalen no
añadió nada más. Tenía la sensación de que el profesor Guzmán estaba enfadado
con ella aunque no podía entender por qué. Por suerte el camarero regresó con
la comida y durante unos momentos se dedicaron a degustarla.
-¿Qué opinan sus
padres de lo que hace?
El rostro de la
mujer se iluminó al evocar a sus padres.
-Están muy
orgullosos. A veces creo que no saben con exactitud a qué me dedico, pero
siempre se han esforzado para que mi hermano y yo hiciéramos lo que más nos
gusta.
El se fingió muy
atento a su plato cuando matizó:
-No me refiero a
su trabajo, me refiero a lo otro. Al conde italiano.
-¿Al conde
Martini?- Magalen alzó una ceja sin entender la cuestión.
-¿Les ha hablado
de él?
¿Hablarle a sus
padres del conde Martini? ¿Para qué? ¿Qué les importaba a ellos la desordenada
vida privada de Mapi? Además, estaba segura de que a sus padres no les gustaría
saber que se metía en la vida de nadie… Si su madre supiera que estaba intentando librar a su amiga de una mala
decisión echando del país a un conde italiano, pondría el grito en el cielo.
-No, no veo la
necesidad.
-¿No le importa
la opinión que sus padres tengan a ese respecto?
No entendía nada,
aquello parecía una conversación de besugos, como si cada uno estuviera
hablando de un tema distinto…
-Con veintiséis
años yo creo que puedo tomar ciertas decisiones por mi misma y mis padres considerarme
lo suficiente adulta para aceptarlo.
¡Caramba, mas
que abiertos de mente, los padres de ella eran unos desahogados! El estaba
seguro de que si se liara con una señora de cincuenta años, sus padres tendrían
mucho que decirle antes de aceptar su decisión.
-No se enfade; no
es mi intención ofenderla ni menoscabar sus elecciones. ¿Un poco más de vino?
El volvió a
llenar las copas y aquel gesto sirvió para suavizar bastante el anterior roce.
César decidió que debía dejar de hablar del conde. No podía haber maniobras de
distracción si él mismo se empeñaba en sacarlo a colación a cada momento.
Comenzó a relatar algunas anécdotas de cuando era estudiante y acudía allí con
sus compañeros. La notó relajarse y en más de una ocasión consiguió arrancarle
la risa.
Ella estaba
acodada en la mesa, escuchándole absorta mientras tomaban cortos sorbos del
café que tenían ante si. El era un gran comunicador y a ella le encantaba oírle
hablar de lo que fuera.
-Desde el
principio tuve una gran conexión con el profesor Noble, usted ya le conoce
puesto que está en activo y su laboratorio está frente al nuestro. -La vio
asentir.- Empecé en sus clases sin imaginar que se convertiría en mi mentor y
mi guía. Es una gran persona.
Ella volvió a
asentir.
-Ahora dígame
usted como llegó a la Facultad de Ciencias y al profesor Noble. ¿Le viene de
familia o…?
-No, en realidad
mi padre quería que estudiara Empresariales. Al contrario que usted, procedo de
una familia acomodada y mis padres nunca han tenido que hacer un esfuerzo para
que yo tuviera estudios. ¿Cómo tomé este camino? Se va a reír. Como la de
usted, mi afición también viene desde la niñez, pero el origen es diferente.
Cuando tenía diez años los Reyes Magos me trajeron un microscopio de juguete.
Un Intelec. No sé si usted los conoce, creo que ya ni los hacen…Traía un ala de
mosca y un cabello. Al mirarlos a través de él, me fascinó ver que algo tan
sencillo fuera tan complejo. Sigue fascinándome ver el mundo bajo la óptica de
un microscopio, es tan…
-Perfecto.- Le
interrumpió ella.- Un mundo lleno de enigmas que desvelar.
-¡Si! Eso es. Desde
la perspectiva de un microscopio se puede entender que la perfección de cualquier
elemente se basa en su composición y en el modo en que se desarrolla. Es un
universo en sí mismo. ¡Es un mundo apasionante! Y eso que los aparatos de ahora
y el modo de trabajar con ellos no tiene nada que ver con el Intelec.- Aseguró.-
Usted lo entiende como yo.
-Así que todo
comenzó con un simple microscopio de juguete.
- Comenzó y
continuó, porque siguen entusiasmándome los microscopios, tengo una pequeña
colección muy interesante.
-¿Si?
-Bueno, la gente
colecciona sellos, monedas o cajas de cerillas. Yo colecciono microscopios.
-Un microscopio
es bastante mas caro que una caja de cerillas…
-Bueno, entonces
diré que otros coleccionan coches antiguos; eso es más caro aún…por lo general,
porque tengo un artefacto del siglo XVI, una especie de antepasado de los
primeros microscopios, muy rudimentario, pero realmente ingenioso. Y hace unos
tres años conseguí un “Opticus” que perteneció a Ramón y Cajal con una serie de
preparaciones suyas.
-¡Vaya! Ese si
que le costaría una fortuna.
- Es cierto que
tuve que hacer un esfuerzo mayor de lo que podía permitirme, pero vale la pena.
En alguna ocasión he cedido ambos y algunos más para exposiciones monográficas
sobre Ciencia y Tecnología.
Ella le oía
conteniendo su entusiasmos.
-¿Tiene muchos?
-Unos cuantos…Y
tengo esperanzas de ampliar la colección.- Dijo muy ufano.-¿Quiere verlos?
-Me
encantaría.-Respondió impulsiva.
-¿A qué espera?
¡Tómese el café y vamos!
-¿Ahora?- Sonrió
encantada y obedeció como una niña buena.
Poco después
salieron a la calle. Era curioso que Magalen se sintiera tan ligera después de
la opípara comida que había disfrutado, pero lo cierto era que entre la
conversación y lo bueno que estaba todo casi ni se había dado cuenta de ello.
Le siguió en su coche hasta un vetusto edificio de la calle Alcalá. Ella no
podía imaginar el valor por metro cuadrado del piso del profesor, eso sin hacer
cálculo de la cantidad de metros cuadrados que tenía. El comentó que era
herencia de sus abuelos maternos, que en la época presente era imposible
hacerse con una vivienda en propiedad en aquella zona.
Toda aquella
charla quedó en segundo plano para Magalen cuando le siguió hasta el enorme
salón, amueblado con pizas clásicas y bellísimas, pero sin vitrinas que
expusieran microscopios.
-¿Dónde están?-
Preguntó impaciente recordando las muchas veces que Mapi le había contado que
tal o cual amigo la había invitado a ver algo en su casa y con la excusa…
-Por aquí.- Le
indicó un pasillo que debía conducir a estancias más…internas del piso.- No los
tengo en el salón porque no es un sitio adecuado y además, a muy pocos suele
interesarles verla, así que no la tengo especialmente a la vista.
Ella le seguía
con cautela, sus pasos eran lentos, como si los fuera contando uno a uno para
saber la distancia que le separaba de la puerta de entrada. Llegaron a una
habitación, amplia y luminosa, en la que, gracias a Dios, estaban las vitrinas.
Solo eso, vitrinas que exponían microscopios , láminas ilustrativas, libros encerrados
en cuidadas estanterías y una recia mesa con una silla, decimonónicas ambas, en
el centro. Magalen se avergonzó de sus temores iniciales. De sintió ridícula
por las sospechas que había abrigado. ¿Cómo se le ocurrió dudar de las
intenciones que tenía él al llevar hasta allí a su “objeto de laboratorio”?
El activó un
interruptor y las vitrinas se iluminaron con luz blanca, enfatizando aún más
los tesoros que contenían. Activó otro y empezó a sonar música ambiental
barroca.
-¿Le gusta
Haendel?- Preguntó ella reconociendo la pieza sacra que llenaba el ambiente.
-La música
barroca en general.-Dijo él.- La música de cámara… A usted le gusta la
zarzuela.
-Si, ¿cómo lo
sabe?
- A veces,
cuando está haciendo algo rutinario, algo que no necesita mucha concentración,
balancea el taburete y tararea zarzuela; sobretodo “La del manojo de rosas”.
Ella parpadeó
sorprendida. Claro que tampoco había que estar muy atento a ella para oirla
tararear zarzuela.
-Si, me encanta
la zarzuela… y estoy aprendiendo a amar la ópera.
- Entonces ya
sabrá que se está celebrando ahora la temporada de ópera en el Calderón.
- Si. Hace tres
semanas fui a ver Falstaf, de Verdi, no la conocía, pero me reí muchísimo…
César la miró
pensativo, preguntándose qué porcentaje de responsabilidad tenía el conde
Martini en el interés de ella por la ópera italiana.
Antes la
inacción del profesor, Magalen se movió colocándose ante una vitrina.
-Es este.- Señaló
sacándole de sus cavilaciones.
El al principio
ni siquiera supo de qué hablaba ella; solo cuando la vio observando uno de los
microscopios recordó a qué habían ido.
-¿Ese…? Si- Se
acercó.-¿Lo ha sabido por intuición o por que es un modelo de principios de
siglo?
-Por las tres
cosas…
-Yo solo he
dicho dos…
-Pues por esas
dos y porque es un “Opticus” y usted lo ha mencionado antes, en el
restaurante.- Argumentó con una mirada traviesa que le sorprendió a él por su
gracia pícara.
-Muy aguda.-
Sonrió abriendo el expositor y sacando el aparato en cuestión para ponerlo
sobre la mesa- ¿Quiere…?
-¡Por supuesto!
Se sentó y cogió
la primera de las preparaciones que él le pasó. Observó en silencio y pidió la
segunda tendiendo su mano, César se la dio y por la rapidez con que pidió la
tercera, el catedrático pudo notar el creciente interés de ella, que apartó su
atención de la lente para fijarla en él.
-No me ha dicho
que la serie de preparaciones que tiene de Ramón y Cajal es una parte de su
estudio sobre las terminaciones nerviosas.
¡Esa era su
chica! Con solo tres preparaciones había reconocido el estudio del premiado
histólogo español.
-¿Le interesa la
Histología?
-¡Uy
,si! Mucho; soy muy curiosa. Ya sabe, se empieza por querer saber la vida de
las vecinas y se acaba cuchicheando de las neuronas.- Bromeó atenta de nuevo a la
lente.- ¡Es impresionante! Lo cierto es que hace un par de años cayó en mis
manos una revista con algunos de los trabajos publicados de don Santiago, pero
nunca imaginé que llegaría a ver parte de sus investigaciones de esta manera…
Le notó moverse
tras ella e inclinarse sobre su espalda, esto le hizo perder la concentración.
Se mantuvo un instante en la misma postura, obligándose a controlar sus
emociones; cuando creyó haberlo conseguido levantó la vista e irguió su espalda,
pero para su infortunio encontró la cara de él muy cerca. Demasiado.
-Muy
…interesante.- Dijo intentando no demostrar el temblor que la sacudía. Se
suponía que después de tanto tiempo practicando debía resultarle fácil
controlar sus sentimientos, pero no era así, en especial cuando él se inclinó
para mirar a su vez por el microscopio, estrechando sin darse cuenta la ya de
por si corta distancia.
-¿Verdad que sí?
¿Se ha fijado en la precisa simplificación de los terminales nerviosos? Ahora
se ve obsoleto, pero él perfeccionó mucho los métodos de su época.
En aquel momento
ella no estaba para fijarse demasiado en otros nervios que no feran los suyos. ¡Que
don Santiago la perdonara!
César también
había notado lo muy cerca que estaba de ella, pero fue realmente consciente de
los efectos de su proximidad cuando alzó su mirada buscando la respuesta de
ella y se encontró frente a los ojos de ella. Unos ojos claros, rasgados,
grandes y expresivos. Unos hermosos ojos. Se preguntó como era posible que
Martini no hiciera referencia a ellos en la carta que le escribió a ella y que
él había podido leer. ¿Por qué no mencionaba el italiano aquellos ojos? ¿Es que
nunca se había mirado en ellos? ¿Es que no se había sumergido en aquellos dos
lagos de aguas limpias y transparentes y buceado hasta llegar a su alma?
Recordar la
carta fue evocar las ardientes expresiones del italiano acerca de la boca de
ella y automáticamente su mirada se prendió de aquellos labios rosados que
daban a beber miel en sus besos…Seguro que si, pensó sintiendo la boca seca.
Bastaba verlos jugosos y rielantes para saber que podían saciar el mas
exquisito paladar.
-Es un poco
tarde.- Musitó ella débilmente.
Su aliento le rozó la mejilla y se estremeció
con la calidez que le envolvió.
-Tengo… dos
entradas para La Boheme, ¿quiere venir conmigo?...Mañana.- Susurró como si no
le saliera con mas fuerza aquel grave tono de voz.
-¿No va con… la
señorita Ríos?
- A ella no le
gusta… no quiero ir solo. ¿Vendrá Magdalena?¿Quiere?
Sus tonos eran
apenas audibles, como si en vez de estar citándose estuvieran susurrando
palabras de amor.
-No sé…-
Ella apartó lánguidamente su mirada,
incapaz de resistir tanta tensión.
- ¿No le gusta
Puccini?
- Si, claro…
-Entonces
iremos…
Ella le miró de
nuevo y asintió. Una sola vez. No más.
El la tomó por
la barbilla y la besó en los labios. Suavemente. Se oyó el suave chasquido de
un beso liviano. Después otro y otro.
Ella apartó el
rostro. Sentía que el pecho le iba a estallar de un momento a otro. Le oía
respirar agitadamente y ella misma se ahogaba.
-Es…
tarde.-Murmuró abandonando la silla.
-Si… tarde.-
Asintió ciñéndola por el talle contra su cuerpo
y volviéndo a apoderarse de la boca de ella, esta vez por completo,
separando sus labios, ahondando en su interior.
Magalen cerró
los ojos y se abandonó al torbellino de sensaciones que la arrastraba. Ni
siquiera pensó que aquello era uno mas de sus sueños. No podía pensar. No
quería pensar. Solo sentir. Sentir la boca de él unida a la suya. Sus manos
apretándola, acariciando su espalda con avaricia. La fortaleza de sus hombros
entre su tacto. Y su voz… aquella voz que retumbaba ronca en sus oídos.
-No te he traído
aquí para esto…Tienes que creerme…¿Me crees?
-Si…- Apenas
podía contestar, él no le daba tregua para volver a adueñarse de su boca.
No podía
apartarse ni apartarle. Era algo superior a sus fuerzas. Quizá en aquel momento,
solo en aquel momento, era capaz de entender la arrasadora pasión que Mapi sentía
por su conde y que la llevaba a olvidarse de todo lo que no fuera él…¡El conde!
¡Pero ¿qué
estaba haciendo?!
-¡Dios mío, el
conde Martini!- Exclamó.
-¿Eh? ¿Dónde…?
-Ya debe haber
vuelto…-Jadeó intentando tomar aire.
César la miró contrariado e intentó volver
a besarla. Ella se apartó muy aturdida.
-El
recepcionista dijo que volvería tarde y… ni siquiera ha anochecido…- Comentó él
con aire de desamparo acercándose, buscándola, intentando convencerla.
Ella negó
repetidamente. No le importaba el conde, solo sabía que tenía que salir de allí
antes de que aquello llegara a un punto sin retorno.
-No, no…tengo
que irme.
El alargó su
brazo y la tomó por la cintura.
-Magdalena…
Se apartó
buscando la salida.
-Muchas gracias
por la comida y…por todo.
- Espera…
No esperó. Salió
y cerró la puerta tras ella sin darle opción a más. César lanzó una maldición
furioso dándole un puñetazo a la pared. ¡Aquella vez ganaba aquel hijo de…la
república italiana, pero sería la última! ¡Ni una más! La próxima vez ella no
se le escaparía de entre los brazos y mucho menos se iba ir a Italia con el otro.
Esperó unos
instantes a calmarse y después llamó por teléfono.
-¿Mamá?...Necesito dos entradas para mañana,
para La Boheme… ¡No sé de donde las vas a sacar, tú sabrás, solo quiero que las
saques! Papá y tú sois socios de… Ya lo
sé, pero ahora me gusta… No lo habéis notado porque lo he disimulado… Con… una
mujer… ¿Quién quieres que te diga? No la conoces… Si, ella… Entonces si la
conoces… De acuerdo… Si, supongo que el director del teatro no tendrá
dificultades… Gracias mamá… Si, estoy bien. Un día de estos pasaré a veros… Adiós
mamá… - Colgó y sonrió con placer.
Un rato después
de alejarse de él, Magalen aún intentaba recuperarse de lo que había ocurrido aquella
tarde; porque…había ocurrido, ¿verdad?
-¡No me lo puedo
creer, Dios mío!- Se mordió el labio inferior y sintió el sabor de la boca del
profesor.- ¿Estoy despierta? ¡Si no lo estoy que no suene el despertador, por
favor!
De pronto
recordó que el la había invitado a ir a la ópera al día siguiente. ¡Aquello era
más de lo que su corazón podía soportar en un solo día! ¡Podía desmayarse de
pura felicidad! No, no se desmayaría. Tenía que estar muy despierta. Muy
consciente de todo aquello.
No tenía el
ánimo predispuesto para ir a ver al conde. Se sentía tan dichosa que si le
viera era posible que le abrazara y le diera las gracias y un par de besos. A
fin de cuentas él había ido la causa de que se encontrara inmersa en aquel
sueño con el profesor.
¡El profesor!
¡Su amado, su admirado profesor!...Había estado entre sus brazos… se habían
besado ¡y de qué manera! ¡¡¡Uffff!!!
Deseaba estar en su cuarto a solas para poder
evocar cada instante que de los que había estado con él. Mientras ocurría se
hallaba tan tensa, tan temerosa de meter la pata en algo que casi no lo había
disfrutado. Pero no importaba, había guardado en su memoria cada palabra, cada
aroma, cada sabor, cada roce de él y cada sentimientos de ella ante toda
aquella avalancha de sensaciones.
Deseaba estar a
solas, pero por el momento no pudo ser porque cuando llegó a casa sus amigas la
esperaban allí.
Qué no le suene el despertador a Magdalena, y pueda disfrutar 😍😍😍
ResponderEliminarNo sonará.
EliminarBuaahhhhh, ya podia esfumarse la idea de Martini, en las piedras de hielo jajaj.... Me encanta!!
ResponderEliminarNo, todavía no se derrite Martini. Tiene que dar un poco más de sí.
EliminarMari, admito ahora que he cometido un grave error con esta novela. Tenía que haberla escrito y no haberla publicado hasta que estuviera acabada y así publicarla entera para que cada quien leyera hasta donde quisiera. Demasiadas interrupciones para seguir un hilo algo enredado.
EliminarPues con calma, y verás que te saldrá perfecta.... Lleva muy buen hilo!!
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