El día del fin del mundo
CAPITULO 21
“- Si se trata de Andrés, yo soy el sueño y tú la dura realidad.” Aquellas palabras de Elena Romanes acudían a mi mente una y otra vez. Intentaba olvidarlo, pero no podía. ¡No podía! Y de nuevo volvía a oír la voz de él, cubriéndome de besos mientras mis dedos acariciaban su pelo: “Te deseo tanto que sueño contigo cuando no te veo”
Si yo lo sabía, entonces ¿por qué me
dolía tanto? Lo nuestro había sido un arreglo, nada más y sin embargo cada vez
que Andrés me tocaba, me sentía utilizada. “ Cierra los ojos para no verme.” “ Está
imaginando que soy ella”. Llegué a odiar sus manos, sus besos, cualquier
contacto que viniera de él, porque no era para mi, pero, a mi pesar, tenía la
habilidad suficiente para encenderme en llamas vivas, conocía tan bien mi
cuerpo que lograba convertir una entrega sumisa en una pasión enloquecida que
anulaba mi voluntad.
-¿Qué te pasa? – Se daba cuenta de que yo
no era la misma de antes.
-¿Esto va a ser así siempre, Andrés?- Le
espetaba enfadada.-¿Es que me tengo que ver a diario en la boca de la gente?
¿Es que voy a tener que aguantar cuchicheos y burlas a mi paso por tu culpa y la
de “esa…”
- No sigas por ahí, Niña… Deberías saber
que no es verdad…
-¡Claro que no! ¿Qué vas a decir tú?-
Ironizaba dándole la espalda para que no viera mi amargura.- Pero la señorita
no es tan discreta como tú, es bastante más comunicativa y no ha tenido inconveniente
en contar que ayer fuisteis a Puertollano…
- A buscar una pieza para el coche de un
extranjero, que ha tenido que pasar la noche en el hostal La Perla porque
cuando terminé la reparación eran más de las diez de la noche.
- Si, eso no han tenido que decírmelo… lo
sé de primera mano.
- Claro que si, porque tú te crees todo
lo que te dicen los demás antes de lo que te diga yo.
-¡Es que para ti todo es normal!- La
discusión empezaba a elevarse de tono.-¿Qué hay que ir a Puertollano a por la
pieza de un extranjero?¿Quién te va a acompañar mejor que ella?¿Otro mecánico?¡Qué
va…!- Exclamaba yo con grandes aspavientos.
-Dijo que tenía que hacer unas compras...
- Pobrecilla, como vive en el desierto…
Los demás, en cambio, tenemos Manzanares a un tiro de piedra…Claro que como no
sabe conducir y no tiene el coche de su padre, no puede ir cuando quiera a Manzanares
o a Puertollano o a donde le salga del “mismísimo” , tiene que esperar a que
vayas tú, que para eso eres su…¿encargado sin sueldo?
- Déjalo ya, Niña, antes de que crezca
más…
-¡Déjalo
tu!-Me contuve algo.-¿Tu me quieres demostrar que no hay nada anormal? Mira,
deja ese trabajo y busca otro… o vente a la Manchega, que te lo he dicho muchas
veces.
El se desesperaba.
-Conozco desde que era poco mas que un
niño el taller de Cándido, no tengo porqué irme a otro. Y ya te he dicho que no
soy camarero, que soy mecánico.
-¡Míralo!-
Decía yo como si le hablara a alguien más que estuviera con nosotros.-Ni se
muere “pae”, ni comemos. Ni lo uno ni lo otro, pero eso si, yo tengo que
hacerme la boba y dejar que me tomes los cuatro pelos que tengo en la cabeza… Porque
estás casado, que si no ya la habrías liado.
Me miró furioso. Sus ojos eran carbones
encendidos por la ira. Apretó los puños hasta que los nudillos se volvieron
blancos.
-Créeme,- dijo mascando rabia con cada
palabra,- si quiero liarla lo que menos me va a importar es estar casado.
Se fue de la casa dando un portazo.
Empezó a salir del trabajo a la hora
normal y según estuviera yo trabajando o no, se iba al restaurante o a casa; intentaba
tranquilizarme evitando los comentarios acerca del tiempo que pasaba “en el
taller”, pero ya me daba igual, estaba cegada en que dejara de verla, en que ni
se acercara a ella, en que abandonara el taller y él por ahí no pasaba, lo que
nos llevaba a otra discusión. Algunas veces él dirigía la pelea por otros
derroteros…y convertíamos la cama en un campo de batalla donde acabábamos desnudos,
con las piernas enlazadas y yo atormentada por mi debilidad al haber cedido
ante él y convencida de que al salir antes y no poder estar con ella, se desfogaba
conmigo.
Los que estaban a nuestro alrededor se
miraban preocupados. Mi prima y Antonio, que ya salían juntos habitualmente se
desvivían por animarme cuando me veían decaída; claro que mi estado de ánimo
cambiaba en cuanto veía aparecer por la puerta a Andrés.
-No sé para qué quiere que venga si ni
siquiera me habla.- Le oí que le decía quejándose a Antonio.- Sin embargo mira
qué simpática está con el imbécil.
Se refería a Eduardo Salinas que estaba
tomando su café como cada día. No era la primera vez que hacía un comentario
alusivo a él. Yo saltaba como una gata con las uñas fuera.
-¿Tienes algo que decir de mi y de él? Porque
si tienes algo que decir te escucho.
No me miró a mi, si no que siguió
dirigiéndose a mi encargado.
-Dios los cría y ellos se juntan.- Dijo
desdeñoso.
-Más me hubiera valido,- contesté mirando
a mi prima,- ya sabes que me dijo que rompiera el compromiso para casarme con él.
Mi prima y Antonio se miraban silenciosos
deseando estar en las calderas de Pedro Botero antes que entre nosotros dos en
la cocina de La Manchega.
-Claro, porque la madre le dio permiso al
fin, aunque tarde.-Le dijo Andrés al novio de mi prima.- No sé como no se ha
enterado, si lo ha dicho ”todo el mundo”; menos mal, porque si lo dijera yo
sería mentira.
Sonaron unos leves toques en la puerta
abierta e la cocina. Todos miramos hacia allí para ver en el vano a Ángel
Prieto, uno de los dos hermanos que trabajaban en el taller.
-¡Disculpadme!- Miró a Andrés. – Elena me
ha dicho que hagas el favor de ir, que quiere hablar contigo.
Andrés se despidió brevemente y se fue con
el otro. Mi prima me miró y dijo excusándole:
-Es ya la hora.
-Por mi…- me encogí de hombros.- Pero
mira como vuela si le llama.
-No seas así, Charo.- Me regañó
blandamente.- Es la hora.
No
era yo la única que pensaba así. En el bar, tres compañeros rezagados charlaban
al respecto, lo sé porque salí a la barra a por mi café en el momento en que
uno de ellos decía:
-¿Qué prisa hay? Ya has oído que la
sultana ha mandado llamar al favorito…a ver si te crees que tiene ojos para
mirar si los demás llegamos pronto o tarde, el que importa ya está allí.
Pepe tosió para avisarles de que yo
estaba allí. De inmediato cambiaron de tema y se despidieron saliendo del bar.
Aquella noche Andrés volvió a venir
tarde, no mucho, un par de horas. Estaba dispuesta a discutir pero le noté
demasiado diferente. Fue directamente a ducharse y se mantuvo silencioso
durante la cena. Ni me dijo ni le pregunté.
-¿Qué le diría ayer, que llegó a casa y
apenas habló?
Se dice que a buen entendedor pocas
palabras le bastan, y mi prima no necesitaba más para saber que yo hablaba de
Elena y Andrés.
-¡A saber!...Querrá llamar la atención, o
solo le llamó para fastidiarte…Viniendo de esa, nada bueno.
- No. Algo pasó, de lo contrario él no
hubiera estado como estaba. Si hasta se fue a la cama antes que yo y cuando me
acosté seguía despierto.
Entre el resto de los empleados no se
notó nada especial, siguieron su costumbre, como siempre, en cambio mi marido no
vino a la hora del bocadillo, que tuvo que llevárselo Pepe. Llegó la hora de comer
y no venía. Yo no estaba dispuesta a volver a las andadas, a que volviera tarde
a casa por estar con ella…
-Antonio, tengo que salir un momento. Sé
que es mala hora por el comedor, pero…
-Tranquila, nos arreglamos sin ti.
Una vez más, como tantas otras crucé la
explanada que separaba el restaurante y el taller. Empezaba julio y el calor a
aquella hora meridiana era abrasador. Noté unos grados menos al entrar en el
taller. No vi a nadie y me puse nerviosa hasta el punto de temer no
encontrarles, no quería ni pensar que hubieran subido al piso de ella.
-No lo has pensado bien, Elena. No…te
puedes ir…
La voz de Andrés llegó nítida a mi desde la
oficina del taller, supuse que la puerta estaba abierta.
-Está muy pensado.- Contestó Elena.-
Sabes que quería irme cuando murió mi padre, si me he quedado ha sido por ti, pero
no soporto seguir aquí, no soporto el taller ni ese piso de arriba que me ahoga,
ni la gente, ni este pueblo… yo voy a irme de todas formas, Andrés, solo quiero
saber qué vas hacer tú…
Yo contenía la respiración. Quería correr
hacia ellos y gritarles o huir, salir de allí para no seguir escuchando, pero
no podía, mis piernas parecían ancladas al suelo. No quería saber la
contestación que iría tras aquel largo silencio de mi marido.
-Es…complicado, Elena… Está mi
mujer…Charo.
-¿Tan difícil es decidirte? Dime una
cosa, ¿crees que te quiere?
Un silencio por respuesta, no supe si
había hecho algún gesto.
-¿La quieres tú?
-¿Qué tiene que ver eso ahora?
- Ven conmigo, Andrés, y si alguien te
pregunta si te quiero, podrás responder que si en vez de callar.- Le dijo
anhelante.- Cometí un error en el pasado al desdeñarte, pero podemos
remediarlo…
- Si, hay errores que se deben remediar…
No pude más. Por fin mis piernas
reaccionaron o de los contrario habrían escuchado los latidos de mi corazón y
hubiera sido descubierta .¡Por nada del mundo hubiera querido oír aquello!
Me apresuré a volver al restaurante. Tuve
suerte y pude refugiarme en el baño sin que nadie me viera. Me miré en el
espejo. Estaba tan pálida que parecía enferma. Sentía que un mar de sollozos amenazaba
con ahogarme. “¡No vas a llorar! ¡No vas a llorar! ¡No vas a llorar!” le dije a
la mujer de rostro contraído que estaba en el espejo. Respiré hondo, mi pecho
subía y bajaba violentamente, pero poco a poco la mujer del espejo fue
relajando su rostro hasta enmascararlo con una sonrisa. Entonces volví a mi
trabajo.
-¿Todo bien?- Preguntó Antonio cuando
llegué al comedor.
-Todo bien.-Sonreí.- Voy a la cocina a
ver si hay algo preparado para servir…
Aquella noche Andrés volvió a llegar
tarde.
-Vas a acabar agotado con tanto trabajo.-
Le dije suavemente cuando bajó a cenar después de ducharse.
Me miró buscando lo mas profundo de mis
ojos. Yo le mantuve la mirada. Orgullosa. Fría.
-No he estado trabajando, he… ido dar un paseo por la orilla del río.
Le dejé la cena en la mesa y me dispuse a
irme.
-Charo, tengo que…hablar contigo.
¡Charo! Ya no era Niña… Ya era Charo… ¿por
qué no Rosario?
-Yo no quiero escucharte. No me interesa
lo que tengas que decir.
-¿Te interesa algo de mi?- Preguntó con
un deje amargo en su ronco tono de voz.
No contesté.
-¿Sabes? Hay momentos en los que eres la
digna hija de tu padre. El estaría orgulloso de ti.
Apreté los puños y no me volví. Aquello
había sido un golpe bajo. Yo no era como mi padre.
Le dejé allí solo y subí las escaleras
con el corazón hecho pedazos, parpadeando para evitar que saliera ni una sola
lágrima. En cada peldaño repetía lo mismo:
“¡No vas a llorar! ¡No vas a llorar! ¡No
vas a llorar!”
Nuestra vida siguió abriéndose camino
como pudo. Los días pasaban pero él seguía
conmigo y había momentos en los que pensaba:”¿Y si se quedara conmigo?””¿Y
si le dijera que se quede conmigo?”
Y así llegamos hasta ayer.
😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭
ResponderEliminarLupita Campuzano
Sufro por Andrés.
EliminarCharo ya sabía que no la amaba.
Elena sabe de sobra que la ama.
Pero... a él... quién lo ama? Creo que ninguna de las dos.