El día del fin del mundo
CAPITULO 29
No supe ver
que era el principio de este fin al que he llegado. Y eso que lo luché. Me tiré
al barro a pelear y solo conseguí mancharme, porque hay quienes dominan más la lucha
sucia.
Durante
días Andrés y yo nos miramos de reojo, expectantes, esperando un paso del otro
para avanzar. Decidí darlo yo y una mañana fui a llevarle el bocadillo. Me
recibió ella, vestida de una forma poco adecuada para quien trabaja en un
taller. Viéndola relacionarse con sus empleados entendí el comentario de
Eduardo sobre la sultana y su harem.
-Hola,- me saludó muy sonriente viniendo
hacia mi cuando me vio. Sus ojos bajaron al paquete del bocadillo y la cerveza
que llevaba en mis manos.-¿Es para Andrés?-Miró alrededor buscándole con la
mirada.- Está al fondo. Dame, yo se lo doy.
Aparté el paquete de su alcance, sonriendo,
bueno más que sonreír fue una mueca.
-Prefiero dárselo yo, pero gracias por tu
ofrecimiento- La esquivé y fui donde estaba mi marido con la cabeza y medio
cuerpo metido bajo un capó.-Hola.-Mi saludo fue mas suave que el dedicado a Elena.
Al oírme se apresuró a incorporarse. Me
miró inexpresivo, pero respondió con otro “hola”.
-Es la hora del bocadillo.-Le mostré el
paquete.-Como ya no vas he venido a traerlo.
-No tengo gana.- Dijo arisco.
Me desilusioné. Yo había hecho el
esfuerzo de dar un primer paso para terminar con el enfado y él lo rechazaba.
Busqué con la mirada un lugar donde dejar el paquete y solo vi un montón de
herramientas en el suelo.
-Te lo dejo aquí…por si más tarde te
apetece…
-Espera.- Me detuvo cuando ya me iba.-Voy
a lavarme las manos, me lo comeré fuera.
Fuera brillaba un precioso sol de mediados
de marzo. Me senté en los neumáticos de camión que había arrumbados por allí y
poco después llegó él para sentarse a mi lado, con su buzo manchado de grasa y
limpiándose las manos cuidadosamente con borra. Apenas me miraba o eso creía yo,
pero después de un par de bocados y un trago de cerveza, me dijo como al
descuido:
-Se te ha caído un botón.- Señaló con su
mirada el escote de mi blusa.
Seguí la dirección de sus ojos y vi que
tenía razón; me faltaba el primer botón que se abrochaba y se veía un poco más
de lo habitual. Yo no me había dado cuenta. Dije que cuando volviera cosería
otro y ya. El volvió silencioso a su bocadillo, pero no se me escapaba que sus
ojos volvían con disimulo una y otra vez a la blusa. Tampoco era que se viera
mucho, el escote con blonda del sujetador y el canalillo. Yo en cambio miraba
una mancha de grasa que tenía en la mejilla, a la altura del pómulo, miraba su
pelo oscuro alborotado y sus manos asiendo con firmeza el bocadillo mientras
deseaba posar mis labios en el lugar de la mancha, hundir mis dedos en aquel
desorden de hebras negras y dejarme perder entre la firmeza de sus manos. Le
miré a los ojos y los pillé otra vez en la blusa abierta. Carraspeó y dijo:
-¿Quieres que…vayamos a dar un paseo con
el coche esta tarde? No lo hemos vuelto a sacar desde el estreno.
-Puedo venir a buscarte con él, si
quieres.- Sonreí tímidamente.- Aunque si vas a salir tarde, no merece la pena.
-Saldré pronto. Ven y podemos ir a
merendar a un sitio que me ha dicho una de los compañeros. El figón de las beatas,
dice que está muy bien.- Su voz ya sonó normal, animada.
Mi sonrisa era ya abierta. Cuando terminó
y nos pusimos en pie, cogí el trozo de borra de su bolsillo y me acerqué a
quitarle la mancha de la cara. El aprovechó y me rodeó la cintura con su brazo
pegándome a él para darme un beso en la cara que a mi me supo a gloria después
de tantos días añorándolos.
- Pero bueno, ¿a eso vienes?¿A distraerme
al personal?- Elena apareció de no sé dónde con los brazos en jarras y una
sonrisa que pretendía parecer de falso enfado, pero que era de enfado real. Yo me
entiendo.
-Oyéndote cualquiera pensaría que vengo a
por el primero que salga- (como haces tú cacho pendón)- Vengo a por mi marido.
- Las horas de trabajo no son para
entretenimientos…son para trabajar.-Dijo como si bromeara, pero no.
- Anda y no exageres, tampoco es para
tanto.- Bromeó Andrés también y volviendo a mirarme con los ojos brillantes.-
Hasta luego.
Al darme la vuelta para volver al
restaurante me pareció ver que Elena sonreía de un modo que no me gustó. No sé
si ella tendría algo que ver o no, pero durante la comida el “hasta luego” de
mi marido se convirtió en un “hoy no va a poder ser, pero te juro que te lo
compensaré”.
No le dije nada a nadie; últimamente no
buscaba desahogo, me lo guardaba todo para mi porque lo que estaba ocurriendo
me resultaba demasiado humillante. Además no quería preocupar a mi prima con
mis cosas ahora que empezaba a tontear con Antonio Bueno y parecía cuando menos
abierta a tenerle en cuenta. Lola ya estaba demasiado afectada con los chismes
que corrían como para más o menos, confirmárselos, y Alicia, aunque era una persona
en la que podía confiar no tenía con ella esa relación de amistad suficiente
como para hablar algo más que un simple comentario suelto. Fuera como fuere,
Andrés continuó durmiendo en su cuarto, solo, pero no fue porque estuviera
enfadado, si no porque pese a sus torpes explicaciones y escusas, yo no abrí la
puerta del mío. Elena me había ganado. Entendí de pronto aquella sonrisa
enigmática de la mañana.
En los días siguientes Andrés siguió pidiéndome
perdón e intentando explicarme que Elena se había olvidado de informarle sobre
una carta del Gobierno de la Comunidad en la que le informaban de que tenía que
pagar el impuesto de sucesiones, que aún no había pagado, y tuvieron que
quedarse a hacer cuentas para ver de donde sacaban aquel dineral.
-¿También te encargas tu de eso?-Pregunté
irónica.-¿Qué hago yo pagando a un asesor cuando te tengo a ti?
-Niña…- Me miraba pidiéndome comprensión.
-Mejor aún, ¿por qué no contrata ella un
asesor? Que le ayudes con las cuentas y servicios derivados del taller porque
lo aprendiste de su padre, lo entiendo, aunque también ella pudo aprenderlo de
él y no lo hizo; pero que también te ocupes de todo lo demás…
- Está sola…
-¡Nada de eso! Te tiene a ti. La que está
sola soy yo, que me plantas en cuanto chasquea los dedos.- Le di la espalda
para dejar de verle y controlar mis ganas de llorar.
Se acercó y me abrazó por la espalda,
apoyando su frente en mi pelo, pegándose a mi.
-No digas eso. No es cierto. Tu eres fuerte y puedes con todo; ella, en cambio ha sido
siempre una niña mimada incapaz de hacer algo que no fuera pensar en si misma y
ahora que está obligada a hacerlo para salir adelante, no sabe.
-Esa no sabe ladrar porque no le sirve
para nada.- Me aparté de un tirón.-¡Anda, vete! Vete con la pobrecita, igual
necesita que le pidas cita para la peluquería.
El volvió a cogerme por la cintura,
sujetándome con firmeza para evitar que me escapara de entre sus brazos en mis
intentos de soltarme.
-Me obligas a hacer algo que no quería
hacer. Quería darte una sorpresa, pero en fin… El domingo es nuestro
aniversario de boda y he reservado una suite en el parador de Toledo para que podamos
pasar la noche de bodas que no tuvimos el año pasado, cuando nos casamos.
-¡Mira qué bien! Puedes llevártela a ella…
para que no tengas que volver en cuanto te llame…
-¡Ya vale, Charo!- Atajó severo
pronunciando mi nombre.
-¡Eso mismo digo yo!¡Ya vale, Andrés! No
puedes quedar bien con las dos. No tienes tiempo para las dos.
- Niña…Quiero estar contigo, de verdad,
te echo mucho de menos. -Su voz enronquecía mientras se acercaba a mi oído y
sus manos acariciaban sensualmente mi espalda. Estaba haciendo trampas; así era
imposible negarle nada.
A la mañana siguiente, cuando saqué la
basura al contenedor, me encontré con ella, con Elena, no sé si por casualidad
o a propósito, porque no podría asegurar que no hubiera estado esperando a
verme salir para abordarme.
-Charo, guapa, - me sorprendió su actitud
amable y, como siempre que la usaba
conmigo, no me daba confianza.- Ya me he enterado que vais a celebrar el
aniversario a Toledo. Me encanta que Andrés haya seguido mi consejo y te lleve
al parador. Es un lugar maravilloso, yo ya he estado allí…Es como vivir un
sueño… Deseo que lo paséis muy bien.
-Ya. Gracias.- Respondí seca sin fiarme aún.
Tomé impulso y metí el saco de basura en el contenedor.
-Aunque… si se trata de Andrés…yo soy el
sueño y tú la dura realidad.
Lo sabía. Sabía que no venía para nada
bueno.
-Puede, pero piensa que la realidad, dura
o tierna, es palpable, mientras que los sueños son efímeros e intangibles.-
Sonreí con una mueca falsa.
Ella hizo lo mismo y dándose media vuelta
se fue, supongo que a buscar un diccionario porque por la cara que había puesto
me daba la impresión que no había entendido lo que eran los sueños. Ahora hacía
falta que supiera usar el diccionario… si no que se lo pidiera a Andrés.
Alicia salía en aquel momento con otro
saco de basura. La vio alejarse.
-¿Qué quería?- Me preguntó.
- Desearme que lo pase bien en mi
aniversario.
- Mira que detalle tan inusual en ella.
-Si. Ya le he dado las gracias.
La loba estaba rabiosa, pero yo no iba a
dejar que me mordiera y me contagiara su ponzoña.
Ya había estado en Toledo con
anterioridad, pero las circunstancias habían sido distintas, claro está. Nunca
me había quedado a dormir, así que cuando fuimos a registrar nuestra entrada al Parador y el recepcionista
comprobó nuestros documentos de identidad, yo me vi obligada a aclarar:
-Estamos casados. Ahí pone que somos
solteros, pero es porque desde que nos casamos no hemos renovado el carnet… Estamos
celebrando nuestro primer aniversario. A lo mejor había que traer el libro de
familia…
- No se preocupe señora.- El hombre
sonrió encantador.- Felicidades a ambos y que sea por muchos años más.
Agradecimos sus buenos deseos; sonreí
satisfecha a Andrés. El me miraba entre divertido y molesto. En cuanto
estuvimos en la preciosa suite a solas me reprochó mi actitud en la recepción.
-¿Qué tiene de malo aclararle que estamos
casados? En los carnets no lo pone y podía pensar que soy tu querida en vez de tu legítima y que me
has traído para entretenerte un rato.
-¿Qué importa lo que piense? Que piense
lo que quiera… Además, es más divertido estar con una querida que con una
esposa, ¿no crees?- Se acercó zalamero.
-Ah,
¿si? Entonces no has debido traerme a mi, porque yo soy tu mujer.
-Ya
has visto que no le ha importado que estemos casados o no…
-Pero a mi si me importa.
Me dejó por imposible. Metí el bolso de
viaje con una muda y la ropa de dormir en el armario y salimos a recorrer Toledo.
Me encantó caminar por sus estrechas calles cogida de la mano de Andrés, pasar
por las puertas de sus murallas, llegar a la plaza de Zoco Dover, comer perdiz
estofada, cochifrito y mazapán, entrar a la catedral, disfrutar de las pinturas
de El Greco, pasear por los alrededores del Alcázar y posar para las fotos.
Pusimos un carrete de veinticuatro fotos ¡y lo gastamos entero!
Volvimos ya de noche al Parador. Las vistas
desde la suite eran de belleza incomparable. Andrés se acercó por detrás y me
abrazó apoyando la barbilla en mi hombro.
-¿Te gusta?- Me preguntó susurrando en mi
oído.
-Nunca me ha parecido más hermoso que
hoy.- Contesté apoyándome en él.
-Voy a pedir que nos suban la cena aquí.-
Me dio un suave beso en la mejilla y se apartó.
Cerré el ventanal y fui al cuarto de baño
a refrescarme. Era lujoso y tenía una bañera enorme.
Cuando salí acababan de llamar ala puerta
para traer la cena en un carrito. El camarero preparó la mesa y lo dejó todo
listo para que cenáramos. Íbamos a sentarnos cuando volvieron a llamar a la
puerta y otro camarero nos trajo una botella de cava catalán de buena marca.
-Un regalo por su aniversario con los
mejores deseos de la casa. – Dijo poniendo en la mesa la cubitera con hielo y
la botella.
Yo le miré divertida cuando estuvimos de
nuevo a solas. El tuvo que admitirlo:
-Vaya, parece que si ha servido para algo
reivindicar que estamos casados.
Fue una cena sencilla y exquisita. Yo no
podía dejar de sonreír, estaba convencida de que me saldrían agujetas en las
mejillas. Andrés no solía beber, pero aquella noche hizo una excepción y se tomó
un par de copas de vino. Abrimos el cava y brindamos por nosotros. Al acabar se
puso en pie y me ofreció su mano para bailar la suave música ambiental del hilo
musical que salía de algún lugar de la estancia. Puse una mano en su hombro y
la otra en su mano, pero él rectificó esta última y la puso en su pecho, sobre
su corazón, mientras me rodeaba la cintura enlazando sus manos en mi espalda.
Nos movimos suavemente, al compás de la música. Apoyé mi mejilla en su pecho y
noté que me besaba el pelo. Alcé el rostro sonriendo y aprovechó para adueñarse
de mi boca. Yo le dejé. Me dio un beso, largo, lento, hondo, acompasándolo con
sus manos que paseaban libres por mi espalda hasta enredar sus dedos en mi pelo,
pasándolos después por mi cuello hasta llegar al escote de mi blusa. No fui
consciente de en qué momento dejamos de bailar más concentrados en las
sensaciones que nos envolvían y en el único sonido de nuestras respiración al
lento movimiento de nuestros cuerpos. Cuando llegamos a la cama yo ya tenía la
blusa desabrochada y él estaba sin camisa. Abrazarle, sentir su piel calentando
a mía era ya un aliciente en sí para mi. Sentir su boca ardiente besando el
escote del sujetador y sus manos explorando más allá era la locura y tocarle y
sentirle responder a mis manos con varonil excitación era como subir al cielo
para acabar alcanzando el paraíso.
Su cuerpo completando el mío. Los ojos
cerrados. La voz ronca, susurrante, como lejana.
-Te he echado tanto de menos, te deseo
tanto… que sueño contigo cuando no te veo…
Fue como si me hubieran vaciado encima los
restos de hielo y agua que enfriaban el cava en la cubitera. Quizá él soñaba en
aquel momento. Yo, en cambio, acababa de despertar.
Es el capítulo 20... en el que me has dejado con el corazón roto. 💔
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