El día del fin del mundo.

 


CAPİTULO 18


      , ya he vuelto!

      En cuanto oí la voz de mi marido llamándome desde la puerta trasera del restaurante, me apresuré a salir. Mi prima me seguía de cerca, tan interesada como yo en ver por fin el coche nuevo de Andrés, el Mercedes que tanto le entusiasmaba desde siempre. Al ver el vehículo nos frenamos en seco las dos. Decir que íbamos a ver ”el coche nuevo” era mucho decir. El lo mostraba tan orgulloso como un padre muestra a su hijo recién nacido. Antonio daba vueltas alrededor admirado y haciendo comentarios que demostraban su asombro. Yo también podía hacerlos  porque asombrada estaba al ver aquella chatarra.

      -¿Qué te parece?- Vino hacia mi a saludarme con un beso como acostumbraba a hacer cada vez que nos encontrábamos, aunque en esta ocasión estaba más atento al coche que a mi.

      -Un coche viejo,- le dije sincera. Recordé toda la retahíla que me había repetido desde que lo adquirió:-Para ser un Mercedes Benz 280 SE 3.5 Cabriolet y por el precio que has pagado yo esperaba algo un poco más…

     -…Mejor.-Terminó Ana por mi.

      Andrés me miró con aire de perdonavidas, como si sintiera lástima de mi por no reconocer lo que era un gran coche ( grande si que era, casi tanto como viejo)

      -¡Es un clásico, niña!

      -¡Es una chatarra, Andrés! Se le puede caer el motor al suelo en cualquier momento… porque…tiene motor, ¿verdad?

      Nada de lo que hubiera dicho habría servido para desanimarle.

      -¡Pues claro!- Me cogió por la cintura para llevarme de paseo alrededor de su “imponente” adquisición.- Es cierto que hay que…hacerle algunas cosillas, algunos ajustes por aquí y por allá… pintura…

      - Tapicería, ruedas…- Apostilló mi prima detrás de nosotros.- Total, con lo que has pagado y los picos de la restauración, te sale más caro que uno nuevo.

      - Sigue poniéndole faltas y no te dejaré montar en él.

      -Gracias.-Le contestó fingiendo un gran alivio.

      -Mi prima tiene razón, Andrés, esto es un cafetera que no hace café.

      -Que no, niña, que no. -Insistía alegremente.-Ya he hablado con Cándido y puedo usar el taller para restaurarlo; claro que lo haré en el tiempo libre y en fines de semana, pero ya verás qué maravilla…¿De qué color quieres que lo pinte? Elige tú.

      -¿Yo? No quiero tener nada que ver en esto, por mi como si lo pintas a lunares.- Sonreía contagiada por su entusiasmo.

      -¿Ves? Ya no te voy a dejar que lo conduzcas…

      -¿Es que no tienes educación, Charo? Dale las gracias.- Me recriminó Ana.

      -Gracias.-Dije en el mismo tono que ella usara antes.

      -Está bien, esta bien…-Aceptó divertido.- Dentro de un mes vais a estar arrepentidas las dos de haber hablado hoy de más.

     Poco a poco se fueron reuniendo algunos otros alrededor del coche, entre ellos Cándido que me miraba sonriente.

      -¡Vaya cacharro, ¿eh, Charo?!

      - Eso es lo que le he dicho yo y …

      -Me refiero a que es una joya…- Aclaró el dueño del taller.- En cuanto lo vio, mi hija me pidió que se lo comprara, aunque no ha podido ser, Andrés estaba antes pero si no hubiera llegado a un acuerdo lo hubiera comprado yo para Elena.

      -Se lo merecerá la flor…- Masculló mi prima cerca de mi oído, sin apenas mover los labios, de modo que fui la única que se enteró.

      La flor llegó como si la hubiéramos convocado con hechizos. Luciendo una minifalda acampanada, un jersey ajustado de canalé rojo con cuello cisne y unas botas de tacón alto. La muy asquerosa estaba guapísima. La miré con cierta envidia porque yo no me atrevería a vestirme así y ser el centro de atención.

      Apoyó la mano en el hombro de Andrés y dijo mimosa:

      -Dime que te has arrepentido y me lo vas a vender…

      Ni sé lo que le contestó Andrés, solo podía estar atenta a aquella mano, que para nada era necesario que colocara allí, y a juzgar por la cara agria que se le había puesto al padre, él opinaba como yo.

      Es verdad que era un gesto inocente y no había que sacarlo de contexto, pero es que era un rato y otro rato y otro rato y un día y otro día y otro día. Ya cansaba. No lo iba a desgastar, pero, caramba, ¿delante de mis narices? ¡Si, me molestaba! Entre otras cosas, porque él era mi marido y no tenía que llegar a mi tan sobado.

      Mi prima volvió a mascullar cerca de mi oído.

      -¿Por qué no se agarrará ella el…

      -¡Sshhhh…!

      - …A dos manos?¡Qué tía mas pelma!

     Andrés se apartaba usando cierto disimulo, pero todos nos dábamos cuenta menos ella.

      -¡Y eso es lo que se ve!- Me decía mi prima,- Que vete tu a saber lo que no se ve…

      Me tenían harta los sobeteos por un lado y los comentarios por el otro.

      - Pero ¿qué es lo que no se va a ver? En el taller hay ocho tíos más y Cándido no va a permitir que pase algo que pueda parecer inapropiado…

      -Tú fíate… y en la feria de mayo te sacan de “sobrero” en la corrida.

      Las cosas de mi prima…Yo creía que no era para tanto, sin embargo tampoco podía evitar que algunas actitudes y algunos comentarios me calaran, sobretodo cuando Andrés comenzó a venir más tarde a casa por quedarse arreglando el dichoso coche en el taller. Resultaba gracioso que mientras yo había contratado a una persona mas en el restaurante para poder salir antes, porque mi marido decía que quería pasar mas tiempo conmigo, él se quedara hasta tarde en el taller arreglando el Mercedes, usando ese tiempo libre que antes quería pasar conmigo. Quizá se podría decir que culpaba al coche de todo ello, pero es cierto que yo estaba del vehículo hasta el sombrero.

      A mediados de febrero, un sábado en el que me tocaba el turno de cierre, decidí no volver a casa para echar la siesta, como tenía por costumbre, y después de recoger y preparar las mesas para las cenas me envolví en un chal de lana y dirigí mis pasos al taller, donde mi esposo debía estar solo reparando su coche.

       El portón abatible estaba cerrado, pero la puerta pequeña estaba abierta, como era de esperar. Entré y el local estaba en penumbra casi por completo, solo había iluminación en una zona muy específica, donde podía verse el coche destripado como si fuera el actor principal en una función de teatro. No vi nadie más y admito que de tanto oír siempre lo mismo, me puse nerviosa temiendo encontrar, quizá, lo que no me gustaría ver.

      -¿Hola?- Le llamé -¿Andrés?

      -En el foso. -Me respondió él y su voz hizo eco en el silencio del local.

      Me reuní con él debajo del coche, mirando a la luz de la lámpara portátil el trabajo que estaba haciendo.

      -¿Qué haces?-Me interesé por su labor.

      -los últimos ajustes en los bajos.- Dejó un instante su tarea para centrarse en mi.-¿Por qué no has ido a echarte la siesta?

      Me encogí de hombros.

      -Me he venido aquí a ver cómo va el invento. ¿Te queda mucho para acabar?

      -Si me mandan a tiempo las piezas que he pedido y terminan de tapizar los asientos cuando me dijeron… lo estrenamos en diez o doce días.-Sonrió satisfecho aprisionándome entre sus brazos y una de las paredes del foso.-Mira como estamos…Tú, yo…aquí abajo…

      Me puse nerviosa. ¿En qué estaba pensando aquel hombre…?¿Allí? El notó mi azoro y rompió a reír. Yo me tranquilicé. En ocasiones era muy burlón; le divertía ponerme en apuros solo para ver mi reacción.

      -Voy un momento al baño, ¿me esperas aquí?

      -Está bien.

      Me advirtió con el dedo índice inhiesto:

      -No termines de reparar el coche sin mi, ¿eh?

      -¡Vaya, qué rabia! Has descubierto mis verdaderas intenciones…-Fingí apenarme.

     Se fue al baño y yo me senté en las escaleras del foso. No habían pasado ni un par de minutos cuando en el taller resonó el eco de unos pasos y una voz femenina, fácilmente reconocible se dejó oír:

      -¿Es que tú no te cansas nunca?¿Por qué no subes a casa y te tomas un café?

      Iba a darle en los morros contestando que gracias, que ya lo había tomado cuando oí otra voz ronca.

      -¡¿Qué haces tú aquí?!- La voz del dueño del taller sonó áspera.

      -He venido a que Andrés me deje una llave inglesa para apretar el grifo de la cocina, que se sale el agua por la junta.-Respondió Elena dejándome asombrada de su mentira.

      Cándido no se lo creyó.

      -Te he dicho que aquí no tienes que venir a nada y menos cuando yo no estoy.

      -El grifo gotea, ¿qué hago?¿Esperar a que termines de echar la partida?

      -Y sigues… ¡Elena, es un hombre casado!- Se enfadó el padre

      -¡Pero no la quiere!- Replicó cortante.-¿Cómo la va a querer?...¡Santurrona de las narices!  Con esos aires de grandeza que se da, como si estuviera por encima del bien y el mal… Andrés me quiere a mi, ¡siempre me ha querido a mi, para que lo sepas! Yo lo sé…y ella también lo sabe.

      - ¡Sube a casa o te juro que aquí mismo te cruzo la cara!- Alzó la voz furioso.- Sabes que no me meto en tu vida para nada porque ya eres mas que adulta y puedes hacer lo que quieras. Bien sabe Dios que te di por perdida hace tiempo, pero siempre hay un límite para todo y hasta aquí llega el mío.

      Debió llevársela casi a rastras porque ella no quería y pese a eso sus voces se alejaban poco a poco hasta que fueron inaudibles.

      Yo seguía sentada en la escalera del foso, inmóvil. Si me hubieran pinchado en aquel momento no me habría salido una gota de sangre. Me faltaba el aire y temblando logré salir del foso para irme.

      -Niña, ¿te vas?- Andrés me llamó desde el fondo del local. Como no contesté echó una carrera para alcanzarme.-¿Qué te pasa?-Llegó a cogerme por el brazo.

      -Es…que ahí abajo está cerrado y el olor a aceite o a gasolina…me ha revuelto y…voy a tomar un poco el aire.- No le miraba.

      El lo comprendió y comentó que para quien no estaba acostumbrado era desagradable. Me ofreció su brazo y salimos juntos al exterior.  

      -¿Estás mejor?

      Asentí automáticamente, por costumbre de responder lo mismo cuando me hacían esa pregunta, pero mi cabeza era un auténtico caos de hebras enredadas que se mezclaban unas con otras sin un principio ni un final.

      -Voy a cerrar el taller y nos vamos a casa; que avisen al nuevo y que te sustituya…

      Ni le escuchaba.

      -Andrés…-Noté que tenía su atención y continué:-Yo…me gustaría que trabajaras conmigo  en el restaurante.

      Hubo un corto silencio.

      -¿Eso por qué?¿A qué viene ahora?

      - Llevo tiempo pensándolo…Necesito ayuda y…

      -Si necesitas ayuda te aseguro que no es la mía, mi experiencia en esa especialidad es solo como consumidor, ya lo sabes.-Sonrió.

      ¿Cómo decirle que lo que deseaba evitar era que trabajara en aquel taller con aquella arpía? La había oído hablar durante medio minuto, pero las cosas que había dicho se me quedarían grabadas toda la vida. ¡Descarada!...¿Y él?¿Sería la primera vez que ella bajaba de su casa a invitarle a café o a pedirle la llave inglesa? No. No. Seguro que no. ¿Cómo reaccionó él? Tirité helada, pero no a causa de la temperatura invernal de aquel día de febrero. No. Mi frío iba de dentro hacia afuera. Era yo quien lo irradiaba.

      Mi cabeza daba vueltas y mas vueltas a lo mismo día y noche. Y yo que la había defendido, que le había restado importancia a su actitud diciendo que era coqueta y que lo que ocurría realmente era que le gustaba llamar la atención… Pues la mía la había conseguido ¡y de qué modo! Había dicho que Andrés no me quería, vale, eso lo sabía. Había dicho que siempre la había querido a ella. La cuestión para mi era si él cumpliría el compromiso que tenía conmigo. Yo al principio no lo hice, se fue y fui a buscarle dispuesta a rectificar y hacer lo que debía… ¿Haría él lo mismo que yo?

      Por lo pronto actuaba como siempre; sobretodo aquel famoso día en el que por fin sacó su coche del taller y lo mostró terminado. Eligió aquel día porque era uno de esos escasos sábados que yo libraba. Una tarde para recordar la del tres de marzo. Vino a buscarme a casa y yo le esperaba arreglada para salir a estrenar el Mercedes. Me quedé boquiabierta porque era realmente precioso. No tenía nada que ver con el cascajo que compró. Parecía nuevo pintado de color negro brillante, con la tapicería en color beis y la capota abierta. Un coche de lujo que llamaba la atención por donde quiera que pasara.

      -Te gusta, ¿eh?- Miraba satisfecho mi cara de admiración. Me enseñó el llavero con un rabo de liebre, haciéndolo tintinear en el aire.-¿Quieres conducirlo?

      -¡Si! – Exclamé.

      -¡Pues te fastidias! Acuérdate de cuando te dije que no te iba a dejar conducirlo y tú me diste las gracias.

      -Ya… pero es que entonces…

      -Y Anita va a tener que hacer el pino con los dientes si quiere convencerme de que la deje subir.

      -No puedes ser tan rencoroso. Eso está feo.- Subí al vehículo y miré alrededor.-Lo has dejado maravilloso, quien lo ha visto y quien lo ve… Eres un artista. ¿Puedes cerrar la capota, por favor? Solo mientras estemos por el pueblo, que no…

      -Vale, no llamaremos demasiado la atención.

      Eso era imposible, no porque no hubiera Mercedes en el pueblo, yo misma tenía el de mi padre encerrado en la cochera, es que era un vehículo impresionante.

      La tarde era preciosa, lucía el sol y por eso la temperatura, pese a ser invierno aun era estupenda. Al llegar a la carretera volvió a bajar la capota.

      -Me encanta.-Le confesé.- Ahora puedes parar donde quieras y dejar que conduzca yo.

      El se reía.

      -Pero no dirás en serio que no me lo vas a dejar.

      -Bastante que te he dejado subir, que lo he estado dudando.

      Estuvimos un buen rato yo insistiendo en conducir y él negándose a que lo hiciera. De pronto a un lado de la carretera, alzado sobre un montículo llamó mi atención un molino de viento. No era nada anormal ver uno, habíamos pasado un montón, pero aquel era especial.

      -¡Métete a la derecha!- Le pedí de pronto sin dejar de mirar el hermoso paraje, digno de la mejor postal de esta tierra. El lo entendió todo al momento.

      Aquel paraje, aquel molino estaba ligado a nuestra infancia. Las tierras y el molino habían pertenecido a los padres de él y antes a sus abuelos paternos.

      Al llegar junto al molino me apeé de auto y miré a mi alrededor con los ojos llenos de pasado. Cuántas veces correteamos por allí Andrés y yo mientras Elo nos miraba sentada en una manta con el transistor encendido esperando el momento para darnos la merienda. De pronto todo aquello parecía más pequeño, hasta el molino con sus aspas desnudas.

      -No venía aquí desde que éramos niños.-Comenté melancólica. -Qué recuerdos…de aquí y del campo del pozo. Veníamos andando desde el pueblo por el atajo de Sánchez “el Gato” Qué caminata y luego aquí no parábamos de correr…¿Tu has vuelto?

      El asintió.

      -Muchas noches de verano, a dormir las borracheras bajo las estrellas.

      -¡Qué locura! Venir borracho… te podía haber pasado cualquier cosa…

      -¿A quien le hubiera importado?- Se encogió de hombros mientras achicaba los ojos mirando a la lejanía.

      - A mi.- Dije.-A mi me hubiera importado. ¿Crees que todos estos años he vivido indiferente a ti?¿Crees que no me dolía verte como estabas? Me he acercado a ti y me has rechazado una vez tras otra, y para colmo, como si mereciera que me hicieras daño, fuiste al entierro de mi padre…

      -No hablemos de tu padre.

      Si, tenía razón. Era mejor no hablar de el. Estábamos pasando un momento muy bonito y o había que estropearlo.

      -¿Te acuerdas de cuando me empujaste y caí destrozándome la rodilla?

      -Te caíste sola y tanto como destrozarte la rodilla…no exageres.

      -¿Qué no?-Me levanté la falda para enseñarle una inexistente cicatriz en la rodilla derecha.

      -¿Dónde?-Claro que no veía nada.

      -Aquí, ¿es que estás ciego?- Señalé,-¿no la ves?

      Se acercó más y se inclinó para ver mi rodilla, momento que yo aproveché para tirar del rabo de liebre que colgaba del bolsillo delantero de su pantalón y hacerme con la llave del coche antes de salir corriendo. El tardó un instante en comprender lo que había pasado así que le saqué un trecho de ventaja. Corrí todo lo deprisa que me dejaban mis piernas dispuesta a sentarme ante el volante y no dejar que ni una grúa me arrancara de allí. En cuanto me aferrara al volante tendría que quitarlo para sacarme de allí, porque yo no lo soltaría.

      -¡Devuélveme la llave, ladrona! 

      Yo reía como loca

      ¡Estaba llegando!¡ Estaba llegando!...Llegué a asir el manillar de la portezuela, pero no conseguí sentarme. El me cogió antes. Estaba medio asfixiada por la carrera, pero no podía parar de reír. Intenté zafarme, pero me tenía bien sujeta. Era tan divertido. Poco a poco fue calmándose la risa y recuperé la respiración. Andrés me miraba de cerca, riendo también. De pronto le miré. Tenia el pelo revuelto por la carrera, tenían el brillo de la diversión y el sonido de su risa era fresco como el aire que corría en aquel campo. No fue meditado. Solo acerqué mi rostro al de él y le besé. Si, busqué su boca, yo, y le besé mientras le rodeaba con mis brazos y le apretaba contra mi cuerpo, sintiéndole recio y ardiente contra mi abdomen. Me dejé llevar y con prisa comencé a tirar de su camisa hacia arriba, sacándola de los pantalones para poder sentir en mis manos el calor y la textura de su piel. Me estorbaba todo. La chamarra de cuero… Le bajé la cremallera y la abrí comenzando a desabrochar la camisa. Para entonces él ya colaboraba activamente  subiéndome la falda y luchando con los pantys y entre besos y tirones maldecía las dichosas medias. Yo me reía, pero mi caso no era mucho mejor, estaba tan acelerada que no conseguía desabrochar la camisa así que pasé olímpicamente y me fui al pantalón. Bajé la cremallera y solté el botón tirando con decisión hacia abajo, pero la prenda no bajaba. Mis cálculos eran sencillos. De cintura para arriba, subir; de cintura para abajo, bajar… Pero el maldito no bajaba…

       -El cinturón, el cinturón…- Me recordó contra mi boca mientras seguía luchando con las medias.

       Aún en tan apresurados momentos, la lógica ganó.

      -Cada uno lo suyo.- Mascullé jadeante.

      - Vale.

      Me dejé caer sobre el asiento delantero y me quité los pantys en tiempo record, pese a que tuve que quitarme un zapato.

      Fue una locura, pero fue “mi” locura. Maravillosa. Acabé apretándole contra mi, sintiéndole como nunca antes, acompañándole y dejando escapar libremente y sin disimulo lo que emanaba de mi. Mis manos se movieron tocándolo todo como un chiquillo en un bazar, sintiéndolo todo, jugando con todo y disfrutándolo. Si el final siempre era bueno, allí, atravesados en los asientos delanteros del coche, a pesar de tener el freno de mano clavado en las lumbares y la palanca de cambios contra las costillas, fue apoteósico. Aquella tarde y no antes, fue cuando sentí que me había convertido en mujer.

      Agotada, pero relajada abrí los ojos y me encontré su cara pegadita a la mía, sus ojos fijos en mi y una sonrisa como una tajada de melón en la boca.

      -Si llego a saber que lo que te va de verdad son los coches lo hubiera comprado antes.

      Sonreí mas satisfecha que nunca.

      -¿Estás bien?- Su mirada cambió la diversión por ternura.

      -Si,- suspiré encantada,- pero me pitan los oídos.

      Se movió ligeramente poniendo su mano en mi tobillo y apartó el talón del claxon y del volante.

      -¿Mejor así?

      Volví a asentir.

       No voy a decir en qué posición estábamos ni la pinta que teníamos, porque ni es el momento  ni creo que sepa usar palabras adecuadas para describir algo tan sumamente hermoso como terriblemente ridículo.









Comentarios

  1. Mi querida Loli... que capitulazo es este. Tremendo. Estoy enamorada de Andrés... wooowwww 💖
    Lupita Campuzano

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