El día del fin del mundo.
CAPİTULO 14°
La cara de mi prima cuando se lo conté al día siguiente era para verla.
-¿Nada?- Estaba entre incrédula y sorprendida.
-Nada.
-¿No te miró?
-Ni de reojo.
Estábamos en la cocina del
restaurante, atentas por si entraba alguno de los empleados que se hallaban
limpiando en el comedor y preparando los servicios de mesa. Nosotras,
supuestamente, estábamos preparando el menú.
-Es que te he visto tan relajada
esta mañana…
-Porque he dormido como un lirón.-Sonreí
satisfecha.
Nos quedamos en silencio,
momento en el que nos concentramos en ella en picar pan para hacer las migas
manchegas y yo en cortar carne para el “tojunto”.
-Entonces tienes que proponerlo
tú.-Rompió el silencio demostrando que el pan no era el centro de sus
cavilaciones.
-¿Yo?
-Tu quieres tener hijos, ¿no?
-Me gustaría…- En ese momento
entró Alicia para cambiar el pulverizador vacío del multiusos desinfectante por
otro lleno.- Me gustaría que te dieras más prisa en cortar el pan, el tamaño de
los daditos no tiene que ir al milímetro…- Disimulé.
-Tú y tus daditos…-Ana me siguió
y cuando la otra salió de nuevo atenta a su tarea y sin hacernos el menor caso:-…Pues
te tienes que dar prisa que vas con quince años de retraso.
Yo asentí conforme mientras me
devanaba los sesos pensando de qué manera podía plantearlo sin caer a sus pies
muerta de vergüenza. De pronto me acordé de lo que Andrés comentó la noche de
nuestra boda sobre las camas separadas.
-Puedo decirle que si quiere que
juntemos las vaquitas…
-¿Qué vaquitas?
- El me preguntó que si íbamos a ser un matrimonio moderno y dormiríamos
separados cuando no juntáramos…¿o eran las gallinas?- Ya no me acordaba de lo
que dijo que había que juntar- ¿los cerdos?...
-¡Olvídate de eso!...Dicho así
parece que tienes entre las piernas la “granja de Pepito.”
- Son las cabrillas.-Dijo Alicia
con toda naturalidad.- Se dice juntar las cabrillas, que es como reunir el
rebaño de él y el de ella para hacerlo uno solo.
Esta vez se nos había colado sin
darnos cuenta. Bueno, pensé yo, ¿para qué esperar a la noche si puedo caerme
muerta de vergüenza ahora mismo?
-¿Por qué no se lo dices
abiertamente?-Se encogió de hombros.-Estamos a punto de acabar mil novecientos
setenta y siete. Vivimos en una democracia, hemos votado un gobierno, han
derogado la ley de censura y somos modernos.
-¡Déjate de politiqueos!...Y no
creo que un país entero pase de antiguo a moderno de la noche a la mañana por
mucho que haya votado. Yo sigo siendo la misma y ésta también… y tú.
-¿Sabes lo que yo…Lo que yo sé
que hizo una amiga mía con su novio?
-¿Qué amiga?- Preguntó mi prima más
interesada en el “quién” que en el “qué.”
-Una… No la conocéis…
-¿Qué no conocemos nosotras a alguien
del pueblo?- Sonrió Ana jactanciosa.
- Es que es…de Tomelloso.
-¿Qué hizo?- Atajé yo las
bobadas, como si a alguien le importara en aquel momento Tomelloso y sus
habitantes…
Alicia volvió a sonreír y
continuó sin poder disimular cierto alivio.
-Pues le dijo que le picaba la
espalda y que le rascara y él le rascó y ella que si ahí no, que si más arriba,
que si más abajo, que si al lado…y así, con ese tonteo…se desataron.
Mi prima me miró como si le
pareciera buena idea y esperase mi opinión.
-Eso es tan humillante como
meterse en su cama.- Dije seria.
-Pues a mí… mi amiga le fue bien.
-Pues dile a tu amiga que ya puede tener cuidado, que como el novio le
haga una barriga antes de casarse, el padre le va a ir dando palos de aquí a
Tomelloso; perdón, quiero decir de Tomelloso a aquí. ¡Se acabó el tema! Cada
una a lo suyo.
Era difícil estar concentrada en
“lo uno” cuando la mente se escapaba a “lo otro” . Yo tenía un gran lío en la
cabeza. Por una lado estaba muy tranquila como estaba, cada uno en su cuarto
sin más; no podía echar de menos lo que ni conocía ni me interesaba. Pero por
otro lado deseaba formar una familia, tener un niño o dos, y el tiempo se
acababa. Decidí que con la vergüenza no iba a ninguna parte y que aquella noche
hablaría del tema con él. Claro que si la noche anterior él no quiso…igual era
porque yo no le gustaba físicamente, aunque a mi entender tampoco estaba como
para escupir… vamos, que tenía un pase…y con el camisón blanco de la noche
anterior me vi hasta guapa.
Vino a comer al restaurante;
quedamos en eso porque era más fácil que él viniera a que yo volviera a casa en
una hora en la que había mucho trabajo. Fue muy bien recibido por la gente que
le conocía, sobretodo por sus antiguos compañeros y su exjefe que, siendo como
era Cándido un buen hombre y sabiendo que Andrés ya estaba casado conmigo,
olvidó las pasadas rencillas que le llevaron a despedirle. La que, al parecer
lo recordó todo fue la Romanes, que, al decir de los demás(yo no lo vi porque
estaba sirviendo en el comedor)no escatimó gestos, muecas ni sonrisas dedicadas
al nuevo Andrés.
-Ya puedes espabilarte, Charo, o
esa le pide que le rasque la espalda, mira que no le importa nada y ya lo
sabemos todos. Hasta el padre se ha dado cuenta, que le echaba unas miradas…
-¿Cándido a Elena?- Me interesé.
-Si, también. Pero eran
diferentes. De Elena a Andrés, digo.
-Admítelo, prima, Andrés ha
vuelto de lo más interesante y esa loba le ha echado el ojo encima, así que da
lo mismo que te rasque la espalda como Manolito a Ali o que te abra la granja
o…
-¡Que no es a mi, que es a una
amiga mía de Calatrava…!
- Tu amiga se mueve más que el
circo Ringlin, esta mañana era de Tomelloso… Menos mal que eso se queda entre
nosotras…¡Anda, vamos a recoger las mesas libres!
Aquella noche, mientras
cenábamos en casa, no me daba cuenta que estaba distraída y silenciosa. Andrés me
observaba con atención y yo ni lo notaba absorta como estaba en recordar lo que
mi prima y Ali me habían dicho aquel día. ¡Santo cielo, ¿cómo le decía yo a
aquel hombre que se acostara conmigo?! ¡Las cabritas! Sin duda las cabritas era
la mejor opción…y si fallaba, (¡solo en caso de que fallara!) optaría por los
arrascones. Si, si, decidido, eso haría…O…también podía hablar claramente y
decirle que quería una familia y que si le sería un gran esfuerzo poner su
parte…¡Uff, qué apuro! Definitivamente usaría las cabritas, no habría que dar
más explicaciones, él lo entendería. De pronto me acordé de mi querida Elo, de
que él era su hijo y yo a ella la quería como a una madre…¡Por Dios, aquello
iba a ser casi un incesto!¿Cómo no lo había pensado antes? Y luego estaba lo
que dijeron Lola y mi tía… y ya me veía mirando al techo con los ojos como
platos…porque eso no se contradecía con el libro, en el libro ponía que era
normal que doliera y que se sangrara un poco la primera vez… Pero claro, alguna
vez tenía que ser la primera…Entonces, ¿por qué no aquella noche?
Le miré directamente a la cara y
más ancha que larga le solté:
-¡Bueno, ¿y tú qué dices?!
-¿Qué digo, de qué?- Preguntó sin
entender.
¡Porras!... ¡Yo que creía que
estaba ya todo decidido y él no se había enterado de nada!
-Que si quieres que juntemos las
cabritas…
Lo dije casi sin pensar y fue menos
incómodo que el largo silencio que vino después. El me miró a los ojos y yo le
sostuve la mirada, aunque me costaba hasta respirar.
-Si mal no recuerdo, fuiste tú
quien decidió que tuviéramos habitaciones separadas.
-Qué rencoroso, ¿me lo vas a
echar en cara?- Me quejé.- Tenía miedo.
-¿De mi?
-¡No! De lo desconocido, de lo
nuevo…De todo.
-¿Ahora no tienes miedo?
No, tenía terror, porque al
temor anterior se unía ahora el miedo a su rechazo, a la decepción. Estaba
hiperventilando de tal manera que de un momento a otro podía desmayarme. El
pareció entenderlo todo, pero no contestó. Comencé a recoger la mesa y cuando terminé
en la cocina, él seguía allí sentado.
-Yo…me…-Apreté los labios
avergonzada y rectifiqué.- Buenas noches.
Me miró y dijo con voz muy ronca:
-Iré en unos minutos.
Asentí y fui hacia la escalera para
subir a la alcoba. ¿Sería tonta? ¿Pues no estaba contenta y todo? Apenas me
perdí de vista por la escalera corrí hacia el cuarto y me encerré en el baño
con el camisón de la noche anterior, si, el blanco de fino algodón con corte de
princesa y escote en uve. Me solté el pelo y lo cepillé con intensidad. ¡Ojalá
lo tuviera liso y más claro!¡Ojalá mi piel fuera más blanca!...
Me senté al borde de la cama,
como si todo aquello fuera una continuación del día anterior. Tomé aire profundamente
para calmar mi ansiedad y aguardé con las manos apoyadas en el regazo y la
espalda recta a que él entrara, algo que no hizo directamente si no después de
dar unos leves golpes en la puerta y esperar mi permiso. Había cambiado su ropa
por el clásico pijama azul celeste con los bordes de cordoncillo azul marino.
Estaba muy atractivo, pensé al verle acercarse y sentarse a mi lado en la cama.
Me miraba como si le gustase lo que veía, como si le gustase mucho y eso me
hizo sentir segura.
-Tranquilízate,- me dijo en un
susurro,-no tengas miedo, porque no va a pasar nada que tu no quieras o que te
incomode.
Quizá fue el tono de su voz o
sus ojos o…no sé, pero lo que fuera tuvo un efecto sedante en mi y poco a poco
mi respiración se fue calmando. Alzó su mano y apartó un mechón de pelo hacia atrás
y al hacerlo sus dedos me rozaron el cuello; fue un gesto muy simple y sin
embargo yo me sentí estremecer. Seguí inmóvil mientras aquellos mismos dedos se
dedicaban a recorrer mi cara como si la dibujaran con las yemas, las cejas, los
ojos, la nariz, los pómulos, las mejillas, los labios…era como hacer un
inventario de mi rostro, como si fueran sus ojos y no sus manos los que me
tocaran.
-Yo…
- Dime.
-¿Podemos apagar la luz?- De
pronto sentía el temor de acabar mirando el techo.
Asintió y fue a cumplir mi deseo.
-¿Te sientes más cómoda así?
Moví la cabeza afirmativamente
sin darme cuenta de que ya no podía verme.
-Niña…
-Si. Gracias.
Eliminado uno de los sentidos,
los demás se agudizaron. No podía verle, pero sentía el roce de sus manos, su
olor, el sonido de su respiración y de pronto la calidez de sus labios en la
base de mi cuello. Dejé de respirar un instante para, a continuación, volver a tomar
aire profundamente ante las sensaciones que experimenté. Mientras su boca
iniciaba un camino hacia mi hombro, su mano avanzaba hacia el otro y descendía
por mi brazo hasta alcanzar mi mano y cogerla. Mis dedos se cerraron en la
suya, como cuando era pequeña y me dejaba llevar segura de que nada malo iba a
pasarme porque iba con él. Sonreí al recordarlo. Entendí que aquello era lo que
debía hacer. Dejarme llevar por él. De pronto sus labios abandonaron mi hombro
y al instante los sentí en mi boca. Fue electrizante. No solo mi garganta
respondió con un débil gemido de sorpresa, todo mi cuerpo se encendió en un vivo
calor que ascendió desde algún punto de mi estómago. Se apartó de mi y de
pronto su voz se coló grave por mi oído.
-Tu boca es lo más dulce que he
probado en mi vida.- Dijo antes de volver a saborearla mientras su cuerpo me
empujaba con delicadeza hasta que mi espalda se apoyó en la cama. Me tensé y mi
mano apretó más la suya. Se detuvo al instante.- No hay prisa, cálmate. No
temas.
-No temo.-Lo dije de verdad.
Sentí que podía dejarme llevar
hasta el fin del mundo. Sentí que toda yo se entregaba sin condiciones a todo
él. Exploró lentamente hasta el rincón más escondido de mi cuerpo y me sentí tan
plena como pudiera sentirse la más avezada amante. No sé cuando fue, ni
siquiera me di cuenta perdida como estaba en aquella suerte de locura que me
enredaba dentro de una madeja cuyos hilos tensaban mi cuerpo más y más, que él ganó
el espacio para colocarse entre mis piernas. Su mano se deslizó desde mi
cintura recorriendo el muslo hasta la corva de la rodilla y la dobló apoyándola
en su cadera. Encontró mi interior con facilidad y se fue abriendo camino con
el mismo cuidado, con el mismo celo que había usado en todo lo demás. Sentí en
aquellos momentos que el deseo que había ido acumulando poco a poco desde que
apagamos la luz, se diluía en un lago de pudor, como si despertara de repente
sintiendo invasiva la intimidad de aquel instante. El dolor que sentí no
merecía el nombre de dolor en tanto en cuanto desapareció envuelto en los
envites de su cuerpo. El mío, cobarde, solo se dejó hacer sin soltarse de la vergüenza.
De pronto la madeja emergió de nuevo, tensándose como el bordón de una guitarra,
más y más, hasta que en su resistencia quebró todos los hilos a la vez haciendo
descender sobre mí un velo de seda que me cubrió lentamente. Sintiéndome
entregada y laxa, Andrés se dejó llevar y acabó besándome en la cara, rozando
con sus labios el sabor salado de mis lágrimas.
-¿Estas mal?- Su tono sonó
preocupado.
-No,- respondí con la voz
estrangulada.- Estoy bien.
Se echó hacia un lado. De forma instintiva yo
me acurruqué contra él y apoye la cabeza en su pecho. El me abrazó y con su
mano libre tiró del edredón para cubrir nuestros cuerpos.
En aquel instante me invadió una
honda compasión hacia mi tía y hacia Lola. Ellas no habían sentido lo que yo
acababa de experimentar.
Intrigada me tienes con esta historia!!!! Preciosa!! 😍
ResponderEliminarMe alegra saber que te gusta. Gracias.
EliminarSiempre te leo, aunque no deje comentario, xq depende donde lea puedo escribir o no. Pero me encantan tus historias.
EliminarEs un honor que me haces, gracias.
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