El día del fin del mundo.

 


CAPITULO 12°


       No queda otra, Charo. Vas a tener que ir a buscarle.

      Miré a Lola y a mi prima con aire grave. ¡Ir a buscarle!¿A dónde? Si no sabía donde estaba.

      -¡De eso ni hablar!-Saltó mi tía muy ofendida.-Rosario Marqués no va a ir a buscar a nadie y menos a ese zarrapastroso, no lo permito. Se ha ido, bien ido está y que no vuelva. ¿Para qué lo quieres aquí?

      En eso tenía razón mi tía. Toda la razón. Ninguna de las tres contestó nada, pero un rato después, cuando se fue, mi prima, Lola y yo nos metimos en un pequeño salón de la primera planta que solíamos usar cuando el recio frío de la zona anunciaba la cercana llegada del invierno.

      -Por supuesto no va a volver si le ofreces lo mismo que antes, Charo…

      -Prima, Lola tiene razón. Cuando le dijiste de casaros tú le ofreciste una esposa y querías un marido…

      -Y solo le diste limpieza, ropa limpia, cuarto limpio con sábanas limpias…¡ y una vieja venenosa que si no tuviera bastante con amargarnos la vida a nosotras, la tomó también con él!

      Mi prima asintió de acuerdo con Lola y eso que estaba hablando de su madre.

      -El no te engañó, tú sabías cómo es. Que bebe, eso es del dominio público, que no trabajaba desde que Cándido le echó del taller, ya sabemos por qué, y él no buscó trabajo porque con sus rentitas tiene suficiente para cubrir sus gastos y su vicio, no lo ha ocultado. Fuiste tú la que fue a su casa y se lo propuso porque tú no conseguías al que querías y él tampoco a la que quiere… Ahora bien, lo que han sido los meses que habéis vivido casados, tu lo sabes, y para lo mismo, deja las cosas como están.

      - El casado, casa quiere, Charo.

      -Eso es. Tú piénsalo bien y decide, pero si yo fuera tú, iba a buscarlo.

      -¡Y dale! Si no sé dónde está.- Insistí desanimada.

       Mi prima sonrió y cruzó una mirada con Lola.

      -Tú no, pero nosotras si.-Dijo pícara.

      Al parecer mi prima se había enterado de que uno de los parroquianos de La Manchega era hermano de uno de los destajistas con los que estaba Andrés y ella se las había arreglado de forma discreta para enterarse de donde estaba el “hermano” cogiendo aceitunas.

      Fue así como días después, a la chita callando, me vi circulando por la Nacional IV en dirección a Jaén, más concretamente a una cooperativa olivarera de Úbeda. Ciento cuarenta kilómetros sintiendo los latidos del corazón en la garganta. Había cogido el coche de mi padre, que era mejor y mas adecuado que mi furgoneta, me había puesto un vestido estampado “príncipe de Gales” y unas botas negras de tacón alto, poco prácticas para andar por el campo, pero Lola se había empeñado en que tenían que ser aquellas. Me había maquillado un poco, cosa que no solía hacer a menudo, y me había dejado el pelo suelto, al igual que las botas, poco práctico, pero…

      -“Tienes que ir bien arreglada, prima, que le guste como vas. Que le apetezca volver contigo”

      -“Picardía, Charo, picardía…”

      El tráfico era fluido en la carretera y la lluvia intensa. Había escogido ese día porque el hombre del tiempo del telediario anunció una borrasca. En los destajos de aceitunas no existen sábados ni domingos ni fiestas, los únicos días en los que no se sale al campo, son los días de lluvia, porque el trabajo no compensa; mucho esfuerzo y poco resultado.

      Tomé la salida hacia Úbeda y media hora después estaba en la finca de la cooperativa agro olivarera donde debería encontrar a mi esposo. Conduje despacio buscando a alguien a quien poder preguntar, pero llovía tanto que yo era la única que estaba en la calle. Seguí el camino asfaltado y al girar a la derecha vi un almacén que estaba abierto. Detuve el coche y corrí hacia allí esperando que hubiera alguien. Me sentí aliviada al ver que la suerte, por el momento, estaba de mi lado. Había dos hombres, dos socios cooperativistas, que con su marcado acento andaluz me indicaron donde estaba la casa en la que se quedaban los jornaleros a destajo. Era una casa encalada de dos plantas que podía verse desde allí mismo. También me dijeron que aquel día los encontraría allí, que, tal y como yo esperaba, no habían ido a trabajar al campo. Di las gracias y me fui.

      Dejé el coche detrás de las dos furgonetas que había aparcadas ante la casa y fui hacia la puerta. Estaba nerviosa… No, estaba muy nerviosa, tanto que hasta se me había secado la boca y pensaba que no conseguiría despegar la lengua para hablar. Tomé aire profundamente y cuando llegué a la puerta vi que estaba abierta, por lo que era innecesario llamar, y entré directamente a una especie de pequeño recibidor en cuyo suelo se agolpaban las botas de goma para el agua y en la pared una percha de varios brazos que sostenían los chubasqueros de diferentes tamaños y colores. Había otra puerta, ésta entornada que cedió silenciosa cuando la empujé suavemente con la mano dejándome notar el calor interior y el agradable olor de la madera al arder. También percibí voces enredadas unas con otras de tal manera que era imposible distinguirlas, salvo las masculinas de las femeninas. Eran las doce y media, una de esas horas en la que no se sabe si decir buenos días o buenas tardes, así que opté por el comodín.

      -¡Hola!- Dije esperando que alguien me oyera.

      Una mujer bajaba por la escalera que había a dos metros de la puerta. Me vio y me dedicó una sonrisa al acercarse mientras me miraba de arriba abajo.

      -Pase, pase, señora.- Me invitó con acento de mi tierra.

      Era algo más joven que yo, algo más alta que yo y con el pelo más corto que yo. Tenía la cara redonda y sus facciones eran más que correctas, destacando entre ellas el color castaño de sus grandes ojos.

      Terminé de entrar, ya que para husmear había metido ya medio cuerpo, y repetí mi saludo correspondiendo a su sonrisa.

      -Estoy buscando a un trabajador que creo está con ustedes. Andrés Sánchez.

      -¡Ah, Andrés, si! Está aquí- señalaba una estancia cercana,- jugando a las cartas. Acompáñeme.-Me indicó con un gesto de su manos.-¿Es usted familiar suyo?

      -Si, soy su esposa.

      La sonrisa de la mujer varió notablemente; bueno, más que variar desapareció, y si antes me había mirado de arriba abajo, en aquel momento volvió a hacerlo, aunque más parecía que me estuviera tasando. Hice caso omiso de la sensación de incomodidad que sentí y avancé a su lado por un salón bien iluminado y agradablemente cálido por mor de la chimenea en la que ardía un hermoso fuego y varias estufas estratégicamente colocadas. Había tres mujeres sentadas en un viejo tresillo de skay granate, que cesaron en su animada conversación cuando nos vieron llegar. A un lado, cerca de la ventana, cuatro hombres jugaban a las cartas sentados alrededor de una mesa mientras otros tantos se hallaban en pie observando el juego y haciendo algún que otro comentario a los jugadores. Yo busqué entre todos ellos a mi marido pero no lo vi.

      -Andrés, tienes visita- dijo algo seca mi guía.

      Uno de los hombres alzó su mirada y la posó en mi. Todos los demás hicieron lo mismo, convirtiéndome de repente en el centro de atención, aunque en aquel momento era lo de menos; lo increíble era que unos segundos antes yo había sido incapaz de reconocer a Andrés en aquel hombre fornido que me miraba incrédulo desde la mesa. Si era él. El Andrés gigantón al que Eloísa y yo fuimos a despedir a la estación de Ciudad Real cuando fue a hacer el servicio militar, aunque más maduro. El mismo que lloraba como un niño en el entierro de su madre. La extrema delgadez que lució durante años se había diluido en aquel cuerpo fuerte que tuvo años atrás. Ignoraba cuántos kilos había engordado, pero estaba muy bien. Esa apreciación me duró bien poco porque era consciente de que había llegado el momento más difícil, hablar con él y …pedirle que volviera a casa.

      El “cómo estás” sobraba, porque estaba muy bien según podía ver, lo que me hacía dudar más de que aceptara volver, ya que estaba claro que no me necesitaba como cuando aceptó que nos casáramos. Vino hacia mi y nos saludamos con cierta tensión que supimos disfrazar de timidez con tanta habilidad que los demás creyeron que era su presencia la que coartaba nuestras muestras de cariño. Me presentó uno por uno a todos sus compañeros y compañeras. Me invitaron a sentarme, pero fue el de nuestro pueblo el que intervino por mi, sin saberlo.

      -¡Qué se van a sentar con nosotros!...Vamos a dejarlos tranquilos que en los últimos meses se han visto solo cuatro veces…

      Cuatro veces; me pregunté dónde habría estado Andrés cada vez que les dijo que iba a verme. Aun así sonreí y dejé que mi marido me condujera a una estancia solitaria en el piso de arriba. Había seis camas con su correspondiente silla al lado, en cuyo respaldo descansaban mejor o peor ordenadas las prendas de vestir. Entramos y cerró la puerta tras de si.

     -¿Duermes aquí?- Pregunté vergonzosa por decir algo.

      El asintió en silencio, pero lo rompió al momento con otra cuestión.

      -¿Qué quieres?- Fue seco y directo.

      Yo también sabía ser así.

      -Que vuelvas a casa.

      -No. Has perdido el tiempo, por suerte el viaje no es muy largo.

      -Andrés, basta ya. ¿Es que no piensas volver?

      - Parece que se te ha olvidado la última vez que nos vimos.

      -De eso hace meses…

      Se dio media vuelta y fue hacia una de las camas en cuyo borde se sentó. Tenía los hombros caídos y un rictus amargo en la expresión de su rostro.

      -Meses… Aunque pasen años yo nunca lo olvidaré. Nunca podré perdonarme lo que te hice, la forma en que perdí la cabeza y el control.- Dijo con la mirada baja.- Desde esa miserable tarde no he vuelto a beber una gota de alcohol.

      -Se te ve muy bien, saludable, y hasta has vuelto a ser guapo como antes.

      Me acerqué para sentarme en otra cama frente a él.

      -Estoy bien; me gusta este trabajo, aunque es duro, se gana bien y se cansa uno lo suficiente como para dormir y no pensar.

      -Ese es el problema; la cuestión es no pensar. Has cambiado la bebida por el trabajo, has cambiado la forma, pero no el fondo, que sigue siendo el mismo. ¿Por qué no te enfrentas a ello de una vez por todas y lo asumes?

      -¿Asumir que me lancé sobre ti dispuesto a…cualquier cosa solo por humillarte, por hacerte daño?¿Que me porté como un animal?

      -¿Acaso no lo merecía? Créeme, tu falta no es mayor que la mía. En aquel mismo instante, en el momento en que me reí, supe que te había herido profundamente. Nunca, ¡nunca te he culpado!

      -Pero yo si. Es imposible no culparme recordando tu expresión de pánico, tus lágrimas, la impotencia con la que intentabas liberarte y el sonido de aquella blusa al romperse…- Se cubrió el rostro con las manos, como si quisiera que todo aquello desapareciera de su mente. Como si quisiera que hasta su mente desapareciera.

      Sentí que las lágrimas se agolpaban en mis ojos hasta que su imagen se tornó borrosa ante mi.

      -Perdóname…,- musité,- todo es culpa mía. Yo fui la que se empeñó en que nos casáramos, en que viviéramos en mi casa, tú estabas tranquilo con tus cosas y yo te saqué de tu mundo prometiéndote algo que no he cumplido. No he sido lo que esperabas, no he sido tu amiga, mucho menos tus compañera, me he limitado a darte comida, ropa y una cama limpias.- Por más que me esforcé no pude evitar que mi voz se quebrara. El lo notó y alzó el rostro para mirarme y ver las lágrimas que me caían.- Yo venía a decirte que…si volvías todo sería diferente porque… me da pánico enfrentarme a todos cuando se sepa que me has dejado a los seis meses de casarnos, pero… estás mejor ahora que cuando estabas conmigo… Y créeme que me alegro de verte bien…

      Sonaron unos golpes en la puerta y me giré de espaldas a ella temiendo que alguien entrara. No fue así. En vez de eso oímos una voz femenina:

      -Parejita, vamos a comer, dejad de haceros arrumacos y bajad…Pero antes lavaos las manos...- Y sonó la cristalina risa de la mujer que nos avisaba.

     Cuando volvió a irse cogí mi pañuelo del bolso y me sequé los ojos antes de sonarme la nariz.

     -Te quedas a comer, ¿verdad?

     Asentí.

      -No te voy a engañar, preferiría irme, pero no les puedo hacer ese feo. Me iré después de comer.- Aspiré profundamente para calmarme.-¿Dónde está el baño? Necesito un momento para recomponerme.

      Sentía una extraña dualidad en mi interior. Por un lado estaba rota, cuando volviera a mi casa tendría que admitir que mi marido me había dejado y afrontar sus desagradables consecuencias; pero si pensaba en Eloísa, solo podía sentirme contenta al saber que su hijo volvía a ser el de antes, el que fue cuando ella estaba con él.

      Lo dejé todo de lado cuando bajé a comer. Disfruté de las migas y del chute de colesterol que significaban el chorizo, la morcilla, el tocino... Conversé y reí con todos ellos y aun pude reservar un par de sonrisas para la hora de despedirme. La última la guardaba para él, que me acompañó al coche. Había dejado de llover, la tierra estaba blanda y el tacón de mis botas se clavaba en el barro amenazando con hacerme caer.

      -Espera, cógete…- Me ofreció su brazo para que me apoyara en él.

      - Solo a mi se me ocurre venir al campo con tacones.- Me quejé de mi misma, aunque la idea no fue mía si no de Lola.

      No quería llorar. Me había jurado que no iba a llorar, que me iba a despedir con una sonrisa que calmara su conciencia, que le hiciera saber que realmente no tenía en cuenta lo que pasó y que recordara que la última tarde que nos vimos, yo sonreía alegrándome sinceramente por él.

      Nos detuvimos al llegar al coche. Le sonreí.

      -Bueno…

      - Ten cuidado con la carretera.

      -Tranquilo.- Asentí.- Yo…

      - No puedo volver contigo.

      -Ya lo sé, no te preocupes por mi. -Por momentos veía el peligro de faltar a mi palabra. Tenía que irme ya. ¡Ya!

      - Aún quedan dos semanas de trabajo y no puedo dejarles colgados después de lo bien que se han portado conmigo. Pero…cuando acabemos, volveré. Espérame.


Comentarios

  1. Oooohhhhh Andres fornido.... ha de lucir estupendo... amiga Loli, estoy angustiada. Charo no se queda con Andrés??? Será con Eduardo??? 😱😱😱😱😱😱 por favor el siguiente capútulo.... 😘
    Lupita Campuzano

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