El día del fin del mundo

 


CAPITULO 11°


      Con aquella procesión fue como empezó mi calvario y, para ser justa, también el de Andrés, aunque en mi ceguera no me diera cuenta de ello. Cada día era igual y cada noche lo mismo. Me iba a trabajar por la mañana dejándole durmiendo la mona en su cuarto, cuando regresaba él ya no estaba y cuando tenía el turno de cierre, a las dos o más de la madrugada, le recogía con la furgoneta en la carretera que salía del pueblo y me lo llevaba a casa; cuando le tocaba a Antonio, él hacía lo mismo. Así era imposible vivir y sin embargo el ser humano se acostumbra a todo y acabamos por convertir aquello en rutina. Andrés estaba bien atendido en sus necesidades. Siempre iba muy limpio, estaba alimentado mas que correctamente y su alojamiento era hasta lujoso. Mi conciencia estaba tranquila. Era él quien me había engañado, durante meses antes de la boda había dejado de beber y cuando me tuvo atada a él volvió a las andadas.

      Eso era lo que se decía de nosotros entre la gente del pueblo, hábilmente regado por mi tía y propagado por otras comadres como ella. Yo era una santa y él un sinvergüenza borracho que se aprovechaba de mi. Donde estuviera la Puñales nosotros éramos el centro de la conversación.

      -…Claro que de ella no va a sacar ni un duro, ¿eh? Eso está hasta firmado ante el notario y todo.

      -¿De que vive él entonces, Angustias?- Preguntaba cualquier vecina en la peluquería, el mercado, el ambulatorio o al salir de misa…

      - Pues de lo que vivía antes, porque trabajar no trabaja, pero tú sabes que heredó de sus padres la casa y dos campos que tiene muy bien arrendados,- frotaba las yemas de los dedos haciendo alusión al dinero de la renta,- uno con el molino y el otro con el pozo, son muy buenos campos y le da para beber. Comer y vestir…mi sobrina, que es de lo que no hay, porque yo le hubiera echado de casa. Pero qué va a hacer la pobre…es lo que le ha tocado.- Acababa lamentándose.

      En cuanto algo de aquello llegaba a mis oídos, la discusión con ella era segura.

      -¿Pero es que miento?- Se quejaba poniéndose muy flamenca.

      -¡Ni mentira ni verdad, tía, usted no tiene que hablar de nosotros!

      - Si yo no hablo, es que la gente me pregunta…

      - Pues usted no conteste porque no sabe nada. Lo que pase entre Andrés y yo se queda en casa. ¡Que no me vuelva a enterar de que habla usted de nosotros!

      Pero al día siguiente o a los dos días me paraba por la calle alguna chismosa y me decía que hacía muy bien en no acostarme con mi marido hasta que dejara de beber.

      -¿Tú te acuestas con el tuyo, Juana?

      -¡Pues claro!

      -Pues tu marido bebe, por lo menos, lo mismo que el mío y yo a ti no te digo lo que tienes que hacer.

      -¡Ay que carácter tienes, hija! Pero si yo lo digo porque te admiro, ¡Ojalá pudiera hacerlo yo!...

      Era insoportable vivir así. Pensaba que si yo me enteraba, Andrés también tenía que saberlo, a él también se lo dirían, sin embargo nunca comentaba nada, por su boca no salía ni una palabra al respecto y eso que en la historia él era el villano, porque yo, a fin de cuentas, era la buena, la sufrida esposa ante todos… o casi todos.

      -…Seguro que cuando decidisteis casaros él no esperaba esta clase de vida.

      -¿Qué quieres que haga, Lola? Ya ves que salgo a pelea diaria con mi tía, ¿cómo puñetas le callo la boca?

      -¡Poniéndole un bozal si hace falta!

      -¡Es mi tía…!- Me lamenté.- La hermana de mi padre.

      -¡Y él es tu marido! Por culpa de ella nadie le respeta lo más mínimo, hasta la gente más arrastrada le critica. Andrés se casó buscando poner orden en su vida, tener una familia, una mujer que le acompañara, ya que la otra no le quería, que le diera lo que no tenía.

      -¿Y yo qué?

      -¡Tú solo querías fastidiar a tu tía! Demostrar que quien manda aquí eres tú y ahora, como ella se pavonea tan satisfecha contigo, porque aunque te has casado estás haciendo lo que ella dice y lo que ella quiere, te sientes muy a gusto.- Estaba tan exaltada que apretó los puños con rabia.- ¡Cinco meses hace que os casasteis, cinco! En ese tiempo Andrés no ha tenido un solo día de tranquilidad, no te voy a decir ya de felicidad. Sabes que desde que dijisteis a casaros no volvió a tomar una gota de alcohol hasta el día de la boda.

      -¡Ah, que la culpa es mía porque no me “acuesto” con él.

      Ella tomó aire por la nariz para calmarse un poco, aunque su mirada me taladraba con furioso desdén.

      -Mira, si quisiera solo una mujer para acostarse, en la carretera de Manzanares hay un puticlub al que van todos los solteros y muchos casados de los pueblos de alrededor, incluido este. El quería una compañera…y tú no sabes serlo. Tu no eres una mujer como tienes que ser. En este negocio es Andrés el que ha salido perdiendo.

      Se dio la vuelta y me dejó plantada en mitad de mi habitación. Yo me sentí furiosa. De hecho, había ido a casa para dormir la siesta porque tenía el turno de cierre del restaurante y aunque me acosté no conseguí dormir, con lo que al levantarme además de dolor de cabeza tenía un humor de perros. Creía que estaba sola en la casa, así que me preparé un café y fui a tomarlo tranquilamente sentada en el velador del patio, pero acababa de dar un trago cuando apareció mi tía que se iba a la casa de la Rosenda, ella decía que a tomar un café y ver la tele, pero obviamente esas actividades eran secundarias para ellas.

      -Si te duele la cabeza tómate una pastilla y avisa que no vas a trabajar.- Me dijo parada a mi lado, ya lista para irse.

      -No es necesario.- Terminé de un trago el café que me quedaba.- Se me pasará enseguida.

      En aquel momento se dejó oír el sonido de unas llaves titubeantes que pretendían abrir el portón, así que fui a abrir para facilitar la tarea sabiendo que solo podía ser Andrés quien quería entrar.

      -Hola, ¿qué haces aquí a estas horas?- Me extrañó su llegada.- ¿Estás malo?

      -No. Estoy bien.- Me contestó seco.

      -¡Bien cargado!- Mi tía era incapaz de callarse.-Será que ya ha hecho el cupo por hoy… Míralo, qué limpio y qué arreglado lo tienes,- me dijo aludiendo a la ropa que llevaba él,- Va como un pincel… si pudiera mantenerse derecho.

      No sé qué me pasó. Podría echarle la culpa a mi enfado por la bronca de Lola, a que no había dormido la siesta, a mi dolor de cabeza…aún así tardé mucho tiempo en perdonarme.

      Me reí.

      El me miró y mi risa se congeló en la boca. Aún hoy no sé decir qué vi en sus ojos, pero nunca olvidaré esa mirada. Era una mezcla de dolor, pena, amargura, vergüenza, decepción, rabia…odio. Sus negras pupilas perdieron el brillo y se rodearon de oscuridad, como si estuvieran en el fondo de un pozo o de aquel profundo aljibe con la boca enrejada que rodeado de macetas adornaba mi patio.

      No pude soportarlo y subí corriendo las escaleras mientras mi tía se iba riendo a carcajadas, satisfecha de mi impulsiva respuesta que, de seguro, sería lo primero que le contaría a la vecina para reírse juntas. Yo seguía recordando aquella mirada, me sentía llena de vergüenza, sobretodo porque en vez de enfadarme con mi tía, me había reído y después había huido a mi cuarto sin siquiera pedirle perdón a él. Estaba decidida a hacerlo pasara lo que…

      En aquel momento se abrió la puerta de mi cuarto de forma intempestiva y la alta figura de mi esposo quedó recortada en el vano. Avanzó hacia mi con prisa y una inesperada agilidad que me sorprendió y me impidió reaccionar.

      -Andrés, ¿qué…?

      Me sujetó con fuerza por los brazos, pegándomelos al cuerpo, inmovilizándolos.

      -¡¿A esto hemos llegado ya?!- Me dijo sacudiéndome como si fuera una muñeca de trapo.- ¿Ya no me merezco ni el mínimo respeto que se le debe a un ser humano?

      -Andrés…Yo…perdóname…- Musité muy asustada; nunca le había visto así y me daba miedo.

      - ¿Qué soy para ti? Para mi mujer. ¿Me he convertido en un animal?- Sus dedos se clavaban en mis brazos como cuchillas.- ¡Pues sigo siendo un hombre!

      -¡Me estás haciendo daño…!

     -¡ Y tú a mí, niñata consentida!- Exclamó con rabia.

      Inesperadamente acercó su rostro al mío y aplastó sus labios en mi boca. Yo aparté la cara, aterrorizada y asqueada con el olor a alcohol que había en la suya. Me empujó y caí sobre la cama. Intenté huir pero se echó sobre mi volviendo a inmovilizarme pese a mis intentos por escapar.

      -¡Andrés…por favor!-Gemí al ver vanos mis esfuerzos por librarme de él.

      -¡Te voy a enseñar a respetarme!

      Nunca imaginé que un hombre en estado de embriaguez tuviera tanta fuerza como para someterme pese a mi lucha. Sujetó mi cara con la mano para volver a besarme ensordeciendo mis gritos, sin notar ni reaccionar a los golpes que mis puños descargaban en su espalda o donde podían y mis piernas buscaban un escape por donde poder ayudar a mi defensa. Ante mi impotencia mi única respuesta fue seguir serpenteando debajo de su peso para zafarme sollozando mientras él infamaba mi cuello con crueles caricias hasta llegar al escote de la blusa y desgarrarla…

      Fue aquel sonido de la tela al romperse lo que hizo que se detuviera. Me miró como si de pronto fuera consciente de la situación. Se incorporó horrorizado. De pronto toda aquella rabia que tenía había desaparecido junto con la borrachera, sumiéndole en un estado de hiriente sobriedad.

     -¡Por Dios!¡Por Dios!...¡¿Qué estoy haciendo?!- Se llevó las manos a la cabeza mirándome desesperado mientras yo, ya libre, seguía golpeando al aire y dando patadas.

      Huyó de mi cuarto y yo aproveché para incorporarme, pero las piernas se negaron a sujetarme y caí de rodillas al suelo, aún así, desesperada, nerviosa, corrí torpemente a cuatro patas hacia la puerta y la cerré de un golpe echando con manos temblorosas el pestillo y apoyando la espalda contra la hoja de recia madera. Entonces si, rompí a llorar histérica. Poco después le oí marcharse y fui calmándome, recuperando el control.

      -No ha pasado nada…no ha pasado nada.- Me decía una y otra vez. Temblaba, pero ya era dueña de mí. Había sido un susto. No me había hecho daño, no tenía marcas que me señalaran.-…No ha pasado nada…

      Me quité la blusa rota y haciendo un ovillo con ella la tiré en el fondo del armario antes de ponerme otra. Tras recomponer mi imagen me fui a trabajar a La Manchega.

     Cerré el restaurante a las dos de la madrugada, como siempre, pero no fui a buscarle al lugar habitual. Volví a mi casa y me acosté sin importarme que él pasara la noche al raso, no se iba a morir de frío a finales de agosto y seguro que no era la primera vez en su vida que dormía en la calle.

      A la mañana siguiente, muy temprano, vino un vecino de la calle Manzanares a darme recado de que Andrés se había ido con un grupo de destajistas a la vendimia. Solo eso. Ni cuanto tiempo iba a estar fuera, ni donde estaría vendimiando, si en Jerez, en Valdepeñas, en La Rioja o en Francia…

      -¡ Así se vaya al mismísimo infierno!- Declaró mi tía encantada con la noticia.-A ver si hay suerte y no vuelve.

      - A usted le molestará mucho…- Dije molesta, consciente de que ella tenía mucha parte de culpa en lo que había pasado la tarde anterior.

      - Pues claro que me molesta. Mira si tiene prisa que no ha podido ni esperar a que se pise la uva y fermente. Se va él mismo a recogerla.- Se echó a reír mirándome de reojo para ver si yo volvía a reírme como la tarde anterior.

      No lo hice. No lo hubiera hecho ni aunque hubiera tenido gracia, porque el mero recuerdo de mi risa me atormentaba hasta ese punto donde la vergüenza hace que se te salten las lágrimas.

      Guardé en silencio mi secreto. No se lo conté a nadie, ni a Lola ni a Ana, que eran las que más me conocían; hice ver que yo estaba enterada por él de su trabajo con los destajistas y que me pareció bien que se fuera a trabajar.

      -¿Y por qué no se ha quedado a vendimiar en tus viñas?- Me preguntaba la Rosenda.

      - Porque yo tengo gente que las trabaja.

      -Uno más…poco se nota, claro que ser un jornalero cualquiera de la propia mujer… Si, es mejor que se haya ido. ¿Y cómo es que no te llama siquiera?¿Os habéis peleado?

      -¿Y tú qué sabes si me llama o no y qué te importa?

      - Mujer, guardasteis tan en secreto que se iba a trabajar y fue visto y no visto y ya hace dos semanas que se fue sin que te llame ni te escriba…Cualquiera diría que te ha dejado plantada a los seis meses de casarte.

      Era de suponer que la informante acerca de los movimientos telefónicos y epistolares era mi tía.

      - Es que la llama al teléfono del restaurante…- Mintió mi prima.

      - Ah…Pues yo le he preguntado a Pamplinas y dice que allí no llama. Y el cartero me ha dicho que tampoco te han llegado cartas de él…

      -¡ Cómprate una vida, Rosenda, y entretente con ella, que tus hijos han emigrado por no estar contigo!

           Aunque Ana se molestaba con la Rosenda, era bien cierto que tanto ella como Lola tenían la mosca tras la oreja al respecto. Yo podía decir que no le gustaría escribir o que no tenían teléfono allí donde estaba, ellas asentían como si se lo creyeran, pero no se lo creían. Andrés no daba señales de vida, mi tía era feliz, yo me comportaba como si no pasara nada extraño…

      Se lo tuve que contar. Todo. Y si bien es cierto que se enfurecieron al saber del “ataque” de mi esposo, no fue menor su enfado al conocer lo que lo provocó.

      -Entonces es cierto. Te ha dejado.- Sentenció Lola sin ocultar su desencanto.

      Mi prima era más optimista. Ella pensaba que estaba enfadado y que al terminar la vendimia, volvería con las orejas gachas. Yo me aferré a esa esperanza, porque, siendo yo quien era, no podría soportar la vergüenza de que mi marido me dejara al medio año de la boda. Pero acabó el tiempo de vendimia y no regresó. En su lugar volvió el mismo hombre de la vez anterior trayéndome un nuevo recado. El grupo de destajistas se había ido a la recolección de la manzana y la pera y Andrés se había ido con ellos. Ni siquiera había ido al pueblo para verme aunque fuera un rato, ni me había hecho una llamada.

      Los comentarios estaban ya a pie e calle. Pero fue peor cuando en noviembre supe que de la recolecta de frutales, se había ido a la recogida de la aceituna y esa duraba aún más.


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