El día del fin del mundo

 


CAPITULO 9


      Faltaba solo una semana para la boda cuando Pepe el Pamplinas entró en la cocina del Restaurante y se vino derecho a mi.

      -Charo,- me dijo en voz baja casi al oído,- fuera quieren hablar contigo.

      -¿Quién?- Pregunté sin demasiado interés, atenta al guiso de carne con patatas que estaba al fuego.

      El volvió a hablar en susurros.

      -Eduardo Salinas.

      Ahí si logró captar mi atención. Puse a Alicia al cargo del guiso y salí mientras me colocaba una pañoleta de lana sobre los hombros; aunque faltaba poco para la primavera(de hecho la fecha de mi boda era el día que comenzaba)aún corría un aire que bastante frio por la mañana. Vi a Eduardo parado junto al único árbol que había en la parte de atrás del local, cerca de los contenedores de basura. Parecía tener la mirada perdida en el infinito campo manchego que se extendía ante sus ojos. Llevaba las manos metidas en los bolsillos de un pantalón de tweed color beige y una elegante americana de cuadros marrones y ocres. Debió oír mis pasos en la tierra seca porque se giró a mirarme antes de que yo llegara a su lado. Allí estaba yo, frente a mi amor de adolescencia, con unas zapatillas negras, una bata de manga corta y un delantal gris perla, el gorro que recogía mi pelo y abrazada por el chal de lana.

      -Hola,- le saludé sonriente intentando ocultar mi sorpresa,- Pepe me ha dicho que…

      - Si.- Me interrumpió.

      - Pues tú dirás…

      El asintió en silencio, sin añadir nada más. Yo aguardaba paciente a pesar de la prisa que tenía por volver a mi tarea, ya que aún me quedaba terminar el guiso y ayudar a poner las mesas en el comedor porque en menos de una hora llegarían los primeros clientes y por lo general a ninguno le gustaba esperar ya que todos tenían que volver al trabajo o a la carretera o a ambos.

      -No te cases con Andrés el Queco.-Dijo por fin en un arranque de valor, mirándome tiernamente a los ojos.

      Me quedé envarada.

      -¿Eso a qué viene ahora?¿Por qué no voy a casarme con él?

      Eduardo bajó su mirada al suelo parduzco o quizá a sus zapatos negros, no sé y tras un instante de silencio, como si estuviera pensando qué decirme, soltó con voz ronca:

      -Porque yo te quiero.

      Aquella confesión tronó en mis oídos como un cañonazo y su eco llenó mi cerebro. No lo pensé mucho. Tanto tiempo esperando oírlo y me lo decía una semana antes de que me casara con otro.

      -¿Con qué derecho vienes a decirme ahora que me quieres?¿Qué te crees que haces?¿Quién te crees que eres?

      -Quien te ha querido desde que éramos niños y…

      -Desde entonces ha pasado mucho tiempo, podrías haberlo dicho mucho antes,-le interrumpí seca,- ahora es ya muy tarde, Eduardo.

      -No lo es; no hasta el día veintiuno.-Insistió devorándome con los ojos.

      -Te equivocas. Fue tarde desde el momento en que anuncié que me casaba con Andrés, pero ni siquiera en ese instante dijiste nada, has esperado hasta hoy, ¿por qué ahora?¿Pensabas que pretendía forzarte a una declaración?¿Pensabas que me tenías segura? Creías que era un farol, como en las cartas, y has esperado hasta el último momento que hiciera un renuncio.

     -Yo…

     -Estabas errado. He dado mi palabra y mi palabra es oro, es lo más valioso de todo lo que tengo. Durante años y años me has tenido en un sí es no es, sin soltarme ni cogerme, esperando una declaración que no has hecho no sé si por miedo o por tu madre o por miedo a tu madre, en realidad ya me da igual. Llega tarde, señor Salinas. El sábado que viene me casaré con Andrés Sánchez Ferrer, le pese a quien le pese.

      -Esa basura no te merece, hace años que se echó a perder por Elena la de Cándido y seguro que te va a dejar plantada en el altar.

      -¿Qué no me merece? Ni yo a él. ¿Qué quiere a otra? Allá se las vea, siempre que se comporte conmigo. A querer no se puede obligar. ¿Qué me va a plantar en el altar? Pues eso será lo único que evite mi matrimonio. Así que ya estás enterado.- Suspiré hondamente.- Aquí se acaba esta conversación.

      Me cogió del brazo para detenerme cuando me di la vuelta dispuesta a irme.

      -Charo, no lo hagas. Tú sabes que te vas a arrepentir…-Me miraba suplicante, sufriendo por mi actitud.

      Yo clavé mi mirada en aquella mano que pretendía retenerme y de un movimiento seco me zafé de ella.

      -Tan amigos como siempre, Eduardo.- Le dije antes de volver a mi cocina dejándolo tan plantado como la higuera que estaba a su lado.

      Me refugié en el almacén que el pobre Perico Mataburras dejó tan limpio y ordenado antes de morirse. No podía permitir que me viera nadie en aquel estado, temblando y conteniendo mis deseos de romper a llorar. No sentía pena. Sentía rabia, impotencia; odiaba a Eduardo Salinas por haberse declarado tan tarde y en tan mal momento, me odiaba por ser fiel a mi palabra y tener que casarme con Andrés y odiaba a Andrés por no ser Eduardo. De toda aquella inquina la menos justificada era la que sentía hacia mi futuro esposo y sin embargo era la más intensa, sobretodo aquella noche cuando, a solas en mi cuarto, saqué la caja forrada de cuero en la que tenía guardadas las cartas que Eduardo me fue dejando años atrás en las rejas de mi ventana.

       “…A mis oídos no hay sonido más bello que el de tu risa. Es como sentarse a la sombra junto al torrente de un río en verano. Es como la cascada oscura de tu melena al caer por tu espalda brillando a sol. Como ese instante en que tus ojos ingenuos me rozan con su mirada, ignorantes de que la mía sigue a hurtadillas cada uno de tus movimientos con temor a ser descubierta…”

“…A mis ojos no hay mujer más bella que tú. Si, mujer, porque mujer es la que despierta en mi deseos de hombre con solo ver el color moreno de tu piel. ¡Ojalá fuera agua para recorrerte entera!¡Ojalá fuera agua para besar tus labios y entrar en tu boca para apagar tu sed!¡Ojalá fueras tú agua para saciar la mía…porque nada, solo tu, apagas mi sed!”

      Así una tras otra, hasta catorce, declarando un amor furtivo y cómplice que me hizo aprender a guardar secretos por primera vez, a eludir miradas y esconder sonrisas, a cerrar los ojos y a soñar, que me enseñó que “mi piel olía a canela y a limón”, que “mis ojos tenían el color de las aceitunas” y que “quería ser mi ropa para abrazar mi cuerpo”.

      Un mes antes estaba orgullosa porque me iba a vestir de novia, sin embargo, después de leer aquellas palabras, casi borrosas ya en un papel desgastado, me sentí miserable e infeliz como cuando no existían y mi padre machacaba mis ilusiones a golpe de críticas. Para colmo mi tía, que era como él, incapaz de sentir empatía con los demás, acabó de arreglarlo con su habitual talento optimista.

      -¡Anda que cuando el sábado por la noche se acueste contigo, se te monte encima y te lo toquetee todo y tengas que separar las piernas para que te meta aquello a empujones, que te duele como si te partiera en dos, mientras tú aguantas mirando al techo, apuñando las sábanas y deseando que termine de una vez y se baje!

      Aguanté un escalofrío al imaginar la escena. Como resultó que su versión era casi idéntica a la de Lola, aquella idea me hizo sentir, cuando menos, inquieta. Así que al llegar el día veintiuno de marzo todo estaba preparado para la boda, menos la novia. Sentada en el borde de mi cama, miraba el traje de calle blanco de dos piezas, vestido y chaqueta tres cuartos, que colgaba del armario, pensando que iba a cometer un gran error, que era una mujer deprimida y asustada a punto de casarse con un hombre al que no le unía más que el cariño a su madre muerta, por la mera cabezonería de demostrar a los pocos a quienes les interesara que podía hacer lo que le diera la gana.

     Lo único en firme era mi lealtad a la palabra que había dado. Vestida de blanco, calzada con hermosos zapatos de tacón, peinada y maquillada con tanto esmero que nunca antes nadie pensó que podía ser guapa hasta aquel momento y con mi ramo de rosas blancas de tallo largo, me presenté a pie acompañada del cortejo en la iglesia, con la única esperanza de que se cumpliera lo que semanas atrás temía: Que Andrés se hubiera echado atrás en su decisión. No fue así. Controlé un gemido desesperanzado al verle ante el altar sin más compañía que la de Antonio, mi encargado, y de algunas familias vecinas de su calle, entre quienes se encontraba la de Rosa, buena amiga que fue de Eloísa, y que haría las veces de madrina.

      No había escapatoria ni marcha atrás. Cumplimos ambos los rituales y acabamos firmando sobre el altar el libro de actas del registro civil y el registro eclesiástico que correspondía a nuestra unión, mientras los invitados esperaban en la calle armados con kilos de arroz, que más que como símbolos de buenos augurios utilizaron como munición arrojadiza. Después el reportaje fotográfico, la comida en un restaurante cercano, de alto nivel como correspondía a mi estatus, y la fiesta. Yo lo vivía todo como en una nube y lo cierto es que lo disfruté en todo momento, menos cuando miraba al hombre pálido metido en aquel traje que parecía dos tallas más grandes que él, y recordaba que estaba casada con él.


Comentarios

  1. Hay la madre que parió la Eduardo!! Jaja lo bonito que escribía pero lo cobarde que ha sido... Por un lado entiendo que Charo no haya querido esperar más.. aver que nos depara el siguiente capítulo....👏👏👏👏👏👏👏👏 (PD. Que cabronas diciéndole a la Charo lo mal que se pasa si es de lo más divertido 👉👌😋)

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    1. Pues, Veri, eso es real y muy real. Me explico, en el pueblo al que voy de vacaciones, una tarde en una conversación de mujeres, de esas en que las jóvenes empezamos a hablar de cosas más íntimas y las más mayores empiezan a animarse varias de ellas comentaron más o menos lo que he puesto. Sinceramente en aquel momento sentí pena, porque no había tenido nunca un orgasmo ni habían disfrutado de las relaciones sexuales.Asi que estás no son cabronas, cuentan como lo han vivido.
      Un beso cielo.

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    2. Mira, no había caído yo en eso, en que quizás no lo hiciesen por maldad, si no simplemente por vivencia propia...ves. por eso me encanta como escribes y como lo cuentas....gracias reina de las letras, gracias por todo!!!!

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  2. Fantástica historia querida Loli.
    Lupita Campuzano

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    1. Gracias, Lupe, espero que la sigas disfrutando. Un beso guapa.

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    2. Como no gustarme, si todo lo que escribes es de un talento impresionante. 👏👏👏

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    3. Espero con ansias el siguiente capítulo.

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