El día del fin del mundo

 


CAPÍTULO 7°


      Al día siguiente cuando salí de mi cuarto encontré que mi tía me estaba esperando a pie de escalera, cual Rett Butler esperando a Scarlet O'hara, pero sin la sonrisa ladeada y socarrona, que diría Serrat.

      - Vaya, al fin se levanta la señora marquesa.

      Resoplé con disimulo.¡Con las pocas ganas que tenía yo de pelea!... ¿Y a que venía eso? Era mi día libre. Era la propietaria del restaurante, de la casa...y de todo lo demás, podría quedarme el resto de mi vida en la cama sin dar un palo al agua si me daba la gana, así que no entendía el reproche.

      Bajé lentamente, dándome tiempo para armarme de paciencia. Sus ojos marrones estaban clavados como dardos en mi, siguiendo agudos cada movimiento. 

      - ¿Que pasa, tía?- Le pregunté al llegar a su altura.

      - ¿Qué pasó ayer?- Inquirió acusadora

     - No sé, pasaron muchas cosas,¿se refiere a alguna en concreto?

      -Al cementerio. Me he enterado que Andrés el Queco fue al entierro del otro.

      - El otro tenía nombre y por respeto a que ya no está debería usarlo. Era Pedro, Pedro Cantero.

      - Vale, pues eso. Digo yo que si ese (ahora si puedo decirlo porque está vivo y muy vivo)puede ir al cementerio, también puede arreglárselas solo, así que se acabaron las visitas a su casa. Si quieres puedes mandarle a quien te dé la gana para ayudarle, que le lleven para comer caviar chino si te parece, pero tú no pisas más esa casa.

      -¿Por qué?¿A que viene eso ahora tía?

      Me parecía ridículo que a mis treinta y cinco años todavía me dijera lo que debía y no debía hacer, como si siguiera siendo una adolescente a la que tenía que dirigir. Yo era a una mujer adulta y no tenía por que soportar su despotismo.

      - Viene a que la gente habla de ti; a que dicen que pasas demasiado tiempo en esa casa con él y que parece que tu interés está más allá de ayudarle.

      -¿Más allá de ayudarle?¿De verdad? Eso quien se lo ha dicho,¿la Rosenda?

      Debí dar en el clavo porque empezó a despotricar en contra de Andrés y de mi y qué sé yo...porque hubo un momento en que desconecté y dejé de oírla. Por supuesto no le hice el menor caso y después de desayunar y arreglarme fui dando un paseo hasta la calle Manzanares. La puerta estaba abierta y entré al tiempo que daba una voz para anunciar mi presencia. Me contestó desde el fondo, desde la cocina que ahora Lucía impecable gracias a la limpieza que se le había dado.

      Le encontré sentado a la mesa de camilla, con el brasero eléctrico encendido y el grueso faldón que resguardaba el calor sobre las piernas.

      -¿Cómo estás?- le pregunté mientras me quitaba mi abrigo de paño negro y me sentaba frente a él para calentarme un poco. El invierno Manchego es seco y muy frío.

      - Bien.- Se encogió de hombros. Estaba algo triste y supuse que era por la pérdida de su camarada.- ¿Adónde vas tan arreglada?

      - Aquí. ¿Dónde quieres que vaya? Y tampoco voy tan arreglada, es que hoy tengo libre.

      -¿No tienes otra cosa mejor que hacer que venirte aquí?

      - Si, la sacristana quiere que vaya con ella a vestir los Santos de las hornacinas.

      Oyéndome a mi misma se me cayó el alma al suelo, pero para remate, el comentó sin maldad.

      - Que triste...

      Si muy triste. Tenía treinta y cinco años, no especialmente lista, ni especialmente guapa, un punto a mí favor eran los bienes inmuebles, las rentas, los campos y... ¡en fin!...me sobraba el dinero y en mi día libre no tenía planes. Mis compañeras de colegio estaban casadas con hijos. Decían que envidiaban mi libertad para hacer lo que quisiera y yo no sabía qué hacer con ella, nadie me había enseñado. Yo quería lo que ellas tenían.

      No sé ni cómo fue, pero después de un largo silencio, dije:   

     - Deberíamos casarnos.

     El alzó su mirada hacia mí y me dedicó su sonrisa más burlona. Al parecer le hizo gracia el comentario.

      - ¿Con quien?

     Suspiré hondamente y le miré a los ojos directamente.

      - Tú conmigo y yo contigo.

      El me miró en silencio, escrutando mi rostro como si esperara encontrar en él un atisbo de broma, o como si dudará de que yo hubiera dicho lo que había entendido.

      Le vi apretar los dientes y endurecer su mentón, sin embargo cuando habló su voz sonó ronca y pausada.

      -¿Eso por qué?- Apartó su mirada de mí y la clavó en el faldón que cubría la mesa.

      - Yo cuidaría de tí...

      -¿Qué te hace pensar que quiero que me cuide nadie?

      Entonces fui yo la que apartó la mirada.

      - Me he dado por vencida con Eduardo y Elena nunca te va a querer, admítelo. No veo ningún problema en arreglarnos entre nosotros. No seríamos los primeros...

      - No hace mucho dijiste que no me querrías ni envuelto en oro.

      - Son cosas que se dicen en el calor del momento. - Volví a alzar mi mirada a los ojos profundamente negros de él y le aclaré mis intenciones.- Yo quiero casarme, Andrés. A tí no te vendría mal tener una mujer te atendiera, que te tuviera puesta tu comida en la mesa, la ropa dispuesta, la casa limpia...

      - Por lo que dices, en lo que a ti respecta, no haces nada de eso, tendría que traerme a Lola que es la que te lo hace a ti... tú eres demasiado "señorita".

      No sabía porqué le había hecho aquella propuesta y mucho menos aún sabía porqué insistía pese a  las  notables reticencias de él.

      - Sé que no soy tan guapa cómo Elena Romanes, ni tan encantadora...- me detuve un momento al ver que volvía a endurecer el mentón y apretar los dientes.

      No dijo nada. Yo dejé el tema.

      -¿Has desayunado?

      El negó. Me levanté y comencé a preparar café y una tortilla francesa y... Noté que me estaba mirando y me sentí nerviosa. Me preguntaba qué estaría pensando y me contestaba que seguramente se preguntaría a su vez en qué estaba pensando yo para hacerle aquella propuesta.

      Le puse el desayuno y salí de la cocina hacia el dormitorio, donde vi que había hecho su cama...o más o menos... Como siempre volví a detenerme ante la fotografía de Eloísa y tuve la sensación de que me miraba de forma diferente a otros días. Me pareció que sonreía. Obviamente era mi imaginación ya que sabía que aquello le hubiera gustado mucho si estuviera viva. Estaba segura de que si en vez de la foto de ella tuviera la de mi padre, su mirada me traspasaría como una lanza bantú.

      Volví a la cocina y él seguía sentado al calor del brasero. Todavía no había tomado mi un sorbo de café. No me miró. Yo comencé a ponerme el abrigo lentamente, lo abotoné.

      - Me voy.- Le dije mansamente.- Tu... piensa si quieres en lo que te he dicho y si no te cuadra...pues lo olvidas y tan amigos...- siguió en silencio.- Bueno...pues... adiós.

      Le di la espalda. Estaba a punto de salir de la cocina cuando me llamó.

      - Niña...- Me giré despacio y poco a poco enfoqué mi mirada en él, temerosa tanto por un rechazo como por una aceptación de mi propuesta.

      -¿Qué?

      Vi en sus ojos las mismas dudas que había en los míos, la misma lucha y el mismo temor cuando dijo:

      - Tira p'alante.



      

   


      


      











Comentarios

  1. Ahhhh Ole!!! Jajaj ahí Charo con un par, tomando las riendas...que sabemos cómo va a ir la cosa..pero yo que tengo la ilusión que en verdad sufre Andrés pero por amor a Charo. Aunque lo esconda con bromas y llamándola niña....🥰😍 Ya veremos!!!! Que bueno.. como me gusta!!!!

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