YENIDEN ASK

 

CAPITULO 9



          Se oyeron unos golpes suaves en el marco de la puerta que conectaba la cocina con el zagüan trasero. Inci no contestó; por supuesto que sabía quien estaba llamando, por eso no contestó. Le vio asomar la cabeza por el vano de la puerta.

      -¿Sigues enfadada?- A la cabeza le siguió el resto del cuerpo, acabando por entrar en la cocina.-¿Por qué te has enfadado?¿Qué he hecho que te haya ofendido tanto? Dímelo y lo arreglaré...

      Le vio recién duchado, como ella, se había puesto unos pantalones largos ocultando las cicatrices de su pierna, una camisa abotonada  y hasta unas zapatillas deportivas. Todo ello de buena marca. Para lo que solía, estaba hecho un pincel. Ella en cambio se había vuelto a poner la bata de siempre, la encontró ya seca en el colgador y era la prenda con la que estaba más cómoda. Ni siquiera se había secado el pelo,solo lo había desenredado y peinado, dejándolo caer como una cascada por su espalda.

       En realidad no estaba enfadada. Estaba avergonzada...¡Bueno, si, también estaba enfadada con él! Porque no le avisó de que le estaba viendo un pecho y ella estuvo mostrándolo tan tranquila, ignorante de todo. Por eso la miraba tanto. 

      -Tenías que haberme dicho antes que se me había bajado el traje de baño y que estaba enseñando... lo que no debía.

      Murat frunció el ceño en un gesto de asombro.

      -¿Es por eso?- Le restó importancia.- Pero mujer, si apenas se veía nada, si era solo como una puntita que se estuviera asomando al borde del escote para mirar el exterior...Como cuando tu perro apoya las patas en el muro y estira la cabeza para ver lo que estoy comiendo en el velador...así... como...-Acompañaba sus palabras con los gestos de las manos.

       Definitivamente, él no tenía arreglo y ella era facilona, porque acabó por echarse a reir.

      - No sabes la vergüenza que he sentido.- Confesó poco después, con la mirada perdida en la espuma del café para no mirarle a él.

      Estaban relajados. Murat se había sentado al lado de ella, con la pierna herida sobre una silla muy atento a los ronquidos de Yeniçeri. Al oírla dejó de observar al perro y fijó su mirada en ella.

      -¿Porque te he visto medio pecho?-Sonrió porque ella se ruborizó como una colegiala. Le encantaba provocarla y a la vez le paraba el corazón ver una reacción tan espontánea e inocente en aquella hermosa mujer

      -¿Te parece poco?

      -Si te soy sincero, si. Qué menos que verlo entero, ya que no los dos... 

      -Me refiero a si te parece poco motivo...¡Déjalo!- Gruñó para ocultar que de nuevo se sentía azorada.

      Lo dejó.

      A partir del día siguiente ella empezó a practicar natación en la piscina de la casa vecina. Al principio Murat estuvo con ella, asegurándose de que no se ahogaría ni dejaría seca la piscina. Después ya nadaba ella sola, aprovechando el tiempo que él pasaba en rehabilitación y con el masajista. Se sentía orgullosa de sí misma, de lo que había conseguido. No tenía un estilo impecable, pero se defendía cada vez mejor.

      - Creo que debería darte las gracias por haberme enseñado a nadar; pero por otro lado no sé si las mereces porque ignoro si tus intenciones eran que aprendiera o ponerte las botas.

      Como cada tarde estaban tomando su café en el zaguán de la casa de ella. El dio un último sorbo a su taza.

      - En ese caso que se quede así. Tu no me das las gracias y yo a ti tampoco, lo dejamos en un "quid pro Quo".

     Ella suspiró poniendo los ojos en blanco. El ocultó una sonrisa burlona.

      - Toma otra.- Mirar le ofreció la caja abierta que contenía delicias turcas. 

      Inci dudó si coger una más o no.

      - Creo que no. Estos días estoy cogiendo peso... Me estas acostumbrando mal con traer dulces para acompañar el café.

      - No has cogido ni un gramo.- Echo la cabeza hacia atrás como para tener más perspectiva, achicó los ojos  y frunció los labios. - Lo que te digo, ni un gramo, sigues estando estupenda, pareces...

      - Déjalo ya.- Le interrumpió ella riendo.- No gastes más piropos conmigo, no merece la pena. Ahorralos para cuando te hagan falta. En lo que se refiere a mi, te eximo de cualquier requiebro. 

      -¿ Por qué?

      Ella cogió por fin otra delicia y la movió en su mano por el aire mientras contestaba.

      - Porque es como echarlo en saco roto. Mírame, Murat. Soy una viuda con  tres hijas adultas que a la vuelta de cuatro días como quien dice estaré menopáusica. En fin...Yo te agradezco la buena intención, pero no me hacen gracia esas tonterías.

      Tonterías. ¿Qué tonterías? Era joven y guapa y tenía un cuerpo enloquecedor. Sin embargo solo se veía como madre y viuda, no como mujer.

      -¿Puedo hacerte una pregunta? Es personal, así que si no quieres no la contestes.

     - Uy, que será. Parece que te has tragado a un periodista.- Se burló.-Dime, yo no tengo secretos...

      El lo meditó un instante.

      -¿Por qué te casaste tan joven? Diecisiete años...¿Tanto os queríais que no pudisteis esperar?

      Ella negó de inmediato

      - Mi padre se enteró de que estaba muy enfermo, no quería dejarme sola, y arregló mi matrimonio con el hijo de un amigo suyo.- De pronto sintió que debía explicarse mejor.- Mi madre murió cuando yo tenía ocho años. Mi hermana, tiempo después, se casó y se vino con su esposo a Estambul. Cuando él muriera me quedaría desamparada, así que casarme fue la única solución que encontró.

      -Entonces, no querías a tu marido cuando te casaste.

      - Apenas le había visto y nunca nos habíamos hablado.- Negó.

      Murat, como cualquiera que conociera su país sabía que más allá de Estambul y Ankara y las grandes ciudades turcas occidentalizadas, había provincias y pueblos donde las tradiciones se cumplían sin cuestionarse si estaban bien o mal. Un padre decidía la vida de su hija hasta que la entregaba a un esposo. En casos así, la mujer no tenía voz ni más camino que la obediencia, negarse podía entenderse como un ultraje al honor de la familia y podía costarles la vida a manos de un padre, un hermano o un familiar cualquiera que se prestara a ello.

      -Mi padre murió poco después de mi boda. - Le miró preocupada.- No le juzgues,por favor, escogió a un buen muchacho y una buena familia. 

      - No le juzgo.¿Quién soy yo para juzgar a nadie?-Dijo.- Y tu marido...

     - Era un buen chico, joven y agradable. Alí. Acabé queriéndolo. Era...¿cómo decirlo? Muy impetuoso. Enseguida me quedé embarazada para alegría de todos y nacieron las gemelas. Pero, bueno, ya te he dicho que... En fin, no pudo esperar a que terminara la cuarentena y volví a quedarme embarazada. Aún no me había recuperado de un parto y de nuevo estaba esperando. Ellos se pusieron muy contentos. Yo no tanto. Entiéndeme, no es que no quisiera a mi hijo, es que tenía dos pequeñas, dos bebés que cuidar sin apenas experiencia y venía otro en camino. 

     -¿Como murió?

      Inci perdió la mirada en algún lugar del aire.

      - Una mañana se fue a trabajar y ya no volvió. Estaban tirando una casa cuando uno de los muros se derrumbó atrapando a tres hombres. Uno de ellos era Alí.

      Siguió contando que ella, por aquel entonces, estaba embarazada de siete meses y el parto se adelantó.

      - Resultó que era otro parto gemelar. Una de las niñas murió y yo quería morirme también. Entonces mi Harika, mi milagro, comenzó a llorar y yo me pregunté qué sería de ella y de las otras dos sin mi. En cuanto estuve algo recuperada decidí irme de allí. No podía quedarme en el pueblo. Sola y con tres criaturas, me encontrarían marido enseguida, así que cogí lo poco que tenía, el oro de la boda, y me vine a Estambul con mis tres bebés. Aquí estaba mi 

 hermana y mi cuñado y aunque ellos también tenían una dura lucha para salir adelante, me ayudaron mucho. Empecé a trabajar y el resto es... tirar del carro. 

      El se mantuvo en silencio un breve instante, solo hasta que se aseguró de que ella había terminado de hablar. Entonces tomó la caja y volvió a ofrecerle otra delicia turca.

      - Venga, la última y ya no traigo más.

      Ella acabó por aceptarla porque tarde o temprano se las tendría que comer; no le gustaba tirar nada, a Yeniçeri no  le convenía tanto dulce y Murat las dejaría allí negándose a llevárselas.

      Aquella noche, acostada en su cama y de vigilia a causa del calor, se sintió extrañamente aliviada. Pocas, muy pocas veces había contado aquella parte de su vida, pero lo que más la tranquilizaba era que él no la había juzgado no a ella no a su padre ni a Alí. Seguramente ser testigo de conflictos armados endurecía la piel y abría la mente.

      Quizá fuera así, pero lo cierto era que en ese mismo momento, acostado en su cama y  de vigilia no sabía por qué, Murat estaba pensando en ella. En que cuando hablaba siempre lo hacía desde la perspectiva de madre y viuda, no de mujer. Era como si considerase que todos los ciclos de su vida hubieran acabado y solo le quedara seguir adelante hasta donde llegara. El problema era que había vivido muy deprisa. Se había casado joven, había sido madre joven y había enviudado joven. Era cierto que se había ido del mar Negro, pero el mar Negro no se había ido de ella. 

Tenía tiempo para vivir dos vidas más, pero se había enterrado con Alí, como si aquel muro hubiera caido sobre ella también.



     



      

      














Comentarios

  1. Puf! No tardes mucho en continuar la historia 🥰

    ResponderEliminar
  2. Que bien contado todo.. como logras pasar de un momento cómico a uno serio pero sin regodearse uno en el sufrimiento...soy fan de Inci pero sobre todo tuya!!! Gracias!!!

    ResponderEliminar
  3. Necesita sentirse mejor.. es su momento y nuestro periodista tiene que ayudarla a dar el paso.. se merece disfrutar.. esperando con ansia la continuacion.

    ResponderEliminar
  4. Precioso.... Me encantó como relataste la vivencia de una mujer que cree que ya su vida es "nada". Esperaré el siguiente capítulo encantada 🤗🤗🤗🤗

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

EL DESTINO EN LA CARRETERA

EL DESTINO EN LA CARRETERA

EL DESTINO EN LA CARRETERA