YENIDEN ASK
CAPITULO 6
Se concentró en los libros agradada por la sombra del zaguán y refrescada por los breves tragos de limonada con hielo que tomaba en un vaso alto. De pronto Yeniçeri comenzó a ladrar furiosamente. Era algo muy raro en él, pocas veces dejaba oír su potente vozarrón. La noche anterior cuando ella se cayó, ladró a su lado, y el hecho de que lo hiciera en aquel momento alarmó a su ama, que tan solo pensó en la inminente queja que recibiría por parte del vecino.
-¡Yeniçeri, hayr! (¡Jenízaro, no!)¡Dur!...¡Dur! (¡Detente!¡Para!)- Chilló al ver que el perro se revolvía inquieto yendo desde el muro hacia ella y de vuelta al muro como si tomara impulso para saltar...¡Y saltó!- ¡Hayr! La que me vá a caer ahora, ¡como si tuviera ganas de escucharle!
Corrió hacia el muro con la intención de atraer a su perro como fuera. Pero no hizo falta, Yeniçeri volvió hacia ella apoyando sus patas delanteras en la otra parte del muro, llamando su atención.
-¡Cállate de una vez!¿Es que quieres que...?
Fué entonces cuando se dió cuenta de que su perro quería avisarle de algo. Al mirar hacia la piscina vio a Murat Kaya tendído en el césped. Al principio pensó que se trataba de una caída como la que ella había sufrido la noche anterior al salir de la piscina. Podría haber sido divertido verle resbalar y dar con su espectacular corpachón en el suelo. Pero no rió. Al contrario, se asustó porque aquello era más que una simple caída. Ni siquiera lo pensó. Se tumbó sobre el muro y pasó arrastrándose por encima, olvidándose de sus doloridos huesos, y corrió junto a él, que se retorcía de dolor sin poder apenas articular una palabra en solicitúd de ayuda.
-¡¿Qué te pasa?!¿Qué tienes?- Le preguntó angustiada por el enorme sufrimiento que veía reflejado en el rostro de él.
A duras penas Murat logró hacerse entender por la vecina. El dolor que sufría en la pierna herida era insoportable, tenía los dientes apretados de tal manera que no podía separarlos ni para quejarse.
-Un...calambre...
-¿Qué hago?...¡¿Qué hago?! ¿Quien es tu médico?
El negó con desesperación.
-¡El...masajista! Su...número...en el teléfono... ¡Tarik!
No perdió tiempo ni en decirle que le había entendido. Fué hacia el velador donde estaba el teléfono y buscó a Tarik. Por fortuna el masajista contestó enseguida y ella pudo hacerse entender a pesar del nerviosismo que la invadía. Colgó el teléfono y volvió junto a él, que seguía en el mismo estado. Aunque se diera mucha prisa, el masajista tardaría en llegar allí demasiado tiempo, así que con manos temblorosas actuó por su propia cuenta. Corrió a la cocina, donde encontró una garrafa de aceite de oliva con el que embadurnó la pierna del escritor y comenzó a masajearla de arriba a abajo y viceversa, intensificando la presión con las yemas de los dedos.
A él se le escapó un alarido espeluznante y se retorció intentando detener aquellas manos que le torturaban. Sentía que debía zafarse o de lo contrario aquella mujer iba a lograr lo que no consiguió la explosión: arrancarle la pierna.
-¡Déjame...por... por...!- De pronto se interrumpió . Poco a poco el dolor estaba comenzando a ceder y sus músculos se relajaban. Dejó caer la cabeza hacia atrás y suspiró. Cuando su voz volvió a dejarse oír era una suave entonación.- Kutsanmis ol. Allah ellerinize saglik...( Bendita seas. Allah dé salud a tus manos.)- Dijo mansamente, invadido por una laxitud procedente del alivio.
-¿Se te pasa?- Preguntó con suavidad. Había tenído miedo de no hacerlo bién. Ella se lo hacía a las niñas cuando eran pequeñas y lloraban porque se le montaban los gemelos en la cama o al correr, pero aquella pierna parecía un puzzle, estaba cruzada por horribles cicatrices y por un momento temió hacerle más daño que bién.
Murat asintió. Tenía los ojos cerrados y las lágrimas le corrían por el rostro, estaba agotado a consecuencia del esfuerzo que había tenido que hacer para aguantar el dolor. Había tenido miedo. Mientras nadaba la pierna se puso rígida y pensó que no podría salir del agua, que se ahogaría sin poder pedir ayuda. Fué una labor titánica la que hubo de hacer para ganar el borde y salir de la piscina, así que no le quedaron fuerzas para nada más, ni siquiera para gritar. No podía resistir el dolor y aunque intentó un mínimo esfuerzo para pedir ayuda a la vecina, ya que él mismo no podía arrastrarse hasta el teléfono, no lo consiguió. Fué Yeniçeri. El cabrón del perro debió presentir lo que pasaba y comenzó a ladrar llamando la atención de su dueña y ¡hasta saltó el muro! Allí estaba, a su lado, echándole el aliento caliente procedente de sus jadeos.¡Buen perro! Alzó su mano y le acarició cansadamente, agradecido, a lo que el otro respondió con un par de lametones en la cara.
-No se preocupe,- el fisioterapeuta la tranquilizó cuando ella le comentó su temor de haberle hecho daño en las heridas,- su ayuda ha sido, cuando menos, efectiva. Ha tenido muy buena idea al usar el aceite de oliva.
Habían trasladado a Murat dentro de la casa, donde Tarik había puesto su camilla portátil para darle el masaje.
-Y tú,- se dirigía a Murat,-¿no sabes que entre el blanco y el negro hay una amplia gama de grises? Al principio no hacías nada y ahora pretendes recuperarlo todo de golpe.
El paciente no contestó. Se sentía tan a gusto que le eran indiferentes los reproches que pudieran hacerle. No habló hasta que ella anunció que se iba puesto que su presencia ya no era necesaria allí.
-¡Inci! Por favor espera un poco, no te vayas. -Alzó la cabeza para mirarla.- Tarik acabará enseguida, no te marches.
Ella quedó impactada, no solo por el hecho de que él la llamara por su nombre, también por la amabilidad que había en el tono de su voz. Si se lo pedía así, esperaría.
Tal y como él dijo, el masajista no tardó mucho en irse y para cuando eso sucedió Murat y su pierna estaban bastante recuperados, algo cansados, pero bién. Tras despedir a Tarik, el periodista fué a la cocina donde sabía que estaba ella. Se sentía enormemente agradecido por la ayuda que le había prestado y la gratitud le llevaba a otro sentimiento mas enojoso:La culpabilidad. Había sido muy desagradable,por decirlo de un modo suave, con la vecina, ella, en cambio, le acababa de dar un motivo para estarle reconocido de por vida. Sentía la necesidad de mejorar la imagen que la mujer debía tener de él; desde que se mudó allí había sido muy arisco, aunque había que reconocer que ella tampoco se mostraba encantadora, pero estaba dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva. Le demostraría que podía ser un buen vecino y que...
Se detuvo en seco ante la puerta abierta de la cocina. Contuvo la respiración al ver que ella estaba enfrascada en la lectura del folio que había en la puerta de la nevera . Las buenas intenciones se habían acabado antes de comenzar.¡Debió tirar aquel papel a la basura! Ahora se sentía avergonzado y, lo peor, se merecía que le pusiera como hoja de perejil.
Inci notó la presencia de él y le miró sonriente.
-Era mecánica.-Dijo.
-¿Perdón?- Hizo el gesto de que no la entendía.
-La segadora que alquilé, era mecánica, no eléctrica; no tenía cable.- Le aclaró haciéndole notar que sabía que el escrito se refería a ella y relataba su estrangulamiento con el supuesto cable de la segadora.
-Yo... Esto...-Aquella fecha debería constar en los anales de la Historia; por primera vez en su vida Murat Kaya no supo qué decirle a una mujer.
-Es divertido, no muy halagüeño, pero divertido.- Seguía sonriendo.-¿ Ya estás bién?
-Si, gracias a tí y a tu perro.- Avanzó hacia la nevera y quitó la hoja de folio de la puerta.- Esto es una tontería que escribí y que debí tirar a la basura...
-¡No lo tires!-Le detuvo la mano.- Si no lo quieres puedes firmarlo y dármelo, así presumiré ante mis amigas de haber inspirado algo a un escritor, aunque sea un asesinato.
El estaba desconcertado; ni un insulto, ni una mala palabra, nada. Hizo lo que ella le pedía y le entregó el folio. Ella lo dobló y se dió la vuelta para irse.
-Espera...
Inci se detuvo y se giró para mirarle interrogante.
-Gracias por tu ayuda.
-No tienes que agradecer nada, cualquiera hubiera hecho lo mismo. Yo... estoy muy contenta de verte bién; otra vez no me des un susto así, avisa antes...- Se iba.
-Espera...
Ella volvió a detenerse.¿Qué quería? Le miró de nuevo sin entender a qué se debía tanto esfuerzo para retenerla. El dudaba; miró a su alrededor buscando una buena excusa para su actitúd. De pronto se le ocurrió una.
-¿Quieres una taza de café?- Preguntó con renovada energía.-Tengo una de esas máquinas de expresso que lo hace muy rápido.
- No, gracias. Tengo que ayudar a Yeniçeri a saltar el muro, creo que preferirá quedarse a vivir aquí antes de volver a hacerlo.-Ironizó.- En serio, tengo que volver a mi casa, estaba estudiando y debo seguir.- Rechazó la invitación. Tanta amabilidad la abrumaba, sobretodo procediendo de él que en ningún momento de los días anteriores la trató con consideración.
-Por favor...- Murat le ofreció una silla y, para asombro de ella, la aceptó y se sentó, lentamente, sin dejar de mirar los ojos oscuros de aquel hombre que la contemplaba satisfecho.
El comenzó a preparar el café. Se sentía en la obligación de pagarle todos los atrasos en cortesía que le debía. La había insultado, la había engañado e invadido su casa, había comido su comida sin darle siquiera las gracias, la había espiado tras las cortinas mientras se bañaba en la piscina y se había reído al verla caer. No, desde luego no se había portado como la mejor persona con ella. Claro que todo podía tener remedio y no era tarde para empezar con buen pie.
-Así que...estás estudiando.-Comentó mientras ponía en funcionamiento la cafetera y metía unas cápsulas.
-Si.- Inci respondió con una sonrisa tensa.
Empezaba a ser consciente de que se hallaba ante un hombre culto, famoso y muy guapo. Para ella, que no estaba acostumbrada a tratar con hombres como aquel, (en realidad no solía relacionarse con hombres de ningún tipo) aquella situación la enervaba. Le veía moverse por la cocina apoyado en su bastón, sin más atuendo que un pantalón vaquero y una camisa sin abotonar, preparando café para agasajarla a ella, a la fregona de un colegio...¡Increíble!
-¿Qué estudias?- Puso las tazas con café en la mesa y se sentó frente a ella estirando la pierna herida.
-Estoy... preparándome para el éxamen de ingreso en la universidad para mayores de venticinco años.-Dijo con timidéz. El la miraba en silencio y ella malinterpretó aquella mirada.- Sé que estoy crecidita para comenzar a estudiar, pero...
-Nada de eso, nunca es demasiado tarde para aprender ni para mejorar.-Contestó amablemente.- Tu madre estará muy orgullosa de tí.
-¿Mi madre?
-Si, tengo entendido que vives con tu madre y dos hermanas.
Otra vez con lo mismo.
-¿Quién te ha dicho eso?- Preguntó por fin.
-Belma, la mujer que me limpia la casa. ¿No es cierto? Me dijo que en tu casa vivía una viuda con tres hijas con edad para votar.
¡Acabáramos!¿Eso era? Sonrió sin saber si debía sentirse halagada por aquel comentario. Bueno si, un poco.
-¿No se te ha ocurrido pensar que yo sea la viuda con tres hijas que no solo tienen edad para votar si no que han abandonado el nido?
-No. Eres demasiado joven para eso.
- Pues lo soy. -Declaró orgullosa.
-¿Qué hiciste?- El se sorprendió y no se molestó en disimularlo.-¿Te quitaste el chupete para dárselo a ellas?
-Casi; me casé muy joven...
¡Qué atraso! A un soltero empedernido como Murat Kaya el hecho del matrimonio le parecía una estupidez, pero casarse a una edad temprana como la que debía tener ella cuando lo hizo, le provocaba hasta rechazo.
-¿Y dónde están ahora tus hijas?
-Viviendo su propia vida. Aysel está en Paris, intentando abrirse un hueco en el mundo de la moda; su gemela, Fehra, es representante de un desconocido grupo musical que actúa en pequeñas fiestas en los pueblos y en bodas y celebraciones. Van saliendo adelante, supongo que mi hija hace bién su trabajo. Y mi pequeña Harika acaba de terminar el primer año de Filología Inglesa, está en Londres. Como ves, la semilla de los Dogun está extendida por el mundo.- Hizo una mueca tan graciosa que él no pudo menos que sonreir.
-Y tú te has quedado sola.- Comentó teniendo buen cuidado de no mencionar al difunto marido de ella; ignoraba cuánto tiempo hacía de su fallecimiento y las circunstancias en que había sucedido, no quería arriesgarse a que el recuerdo le causara daño.
-Dicen que es ley de vida. Yo lo acepto porque no tengo más remedio.-Suspiró y miró su reloj.- ¡Uy, tengo que irme!- Se tomó el café de un trago y se incorporó haciendo un gesto de dolor.- Me duele todo el cuerpo,- aclaró,- anoche me bañé en la piscina y al salir me di de morros en el césped.
-Vaya... lo siento.
Ella se encogió de hombros y sonrió levemente, algo contrariada porque le pareció que ver que él se ruborizaba.
-Gracias por el café, estaba muy bueno.- Mintió. Donde estuviera un buen café al estilo turco con su espuma y su azúcar que se quitaran las maquinitas de café italianas.
-¿No quieres otro?
-No, de verdad, me voy a casa, quiero estudiar algo antes de que anochezca. Hasta pronto.
Murat la vio cruzar el jardín y coger de las patas traseras al perro para ayudarle a pasar el muro antes de hacerlo ella misma con ágil maña. Para tener tres hijas mayores de edad estaba muy bién. ¿Cómo iba a imaginar que ella era la viuda? Esperaba una anciana de rostro arrugado, espalda encorvada y vestida de luto de la cabeza a los pies. Las viudas solían ser así,¿no? Por otro lado, él también conocía a algunas viudas jóvenes que... Pero no, Inci tampoco encajaba en el segundo grupo. Todavía no la conocía lo suficiente como para etiquetarla.
Volvió junto al ordenador, pero, por algún motivo que desconocía, las musas habían desaparecido y el resto de la tarde no consiguió sacar de su mente una sola línea aceptable.
Me encanta, esperando seguir leyendo tu relato, muchos besos
ResponderEliminarQuerida Libélula me alegra mucho saber que disfrutas con mis relatos. Seguiré publicando los enlaces en el chat y por Wattpad, así que espero que sigas leyéndolos. Te aseguro que se va a poner más interesante.
ResponderEliminarUn beso y hasta pronto.
Me encanta, que bueno que puedan empezar a entenderse.... 🤗🤗
ResponderEliminarMe estan gustando mucho los protagonistas.
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