YENIDEN ASK


CAPITULO 2


 

     Hacía calor. El ambiente estaba enrarecido, no sabía a qué se debía ,pero había algo extraño en el aire. De pronto se oyó una seca detonación. Estridente. Enloquecedora... Y después el caos. Murat Kaya no supo más de lo ocurrido en aquel cuartel militar de Gaza hasta muchos días después,cuando se lo contaron al despertar en el hospital. Recordaba, eso si, que el alto mando palestino al que estaba entrevistando en el momento del ataque, cayó sobre él destrozado, envuelto en sangre, arrastrándolo en su caída. Debió golpearse en la cabeza y perdió el sentido. Eso estuvo bién. Ni siquiera se dió cuenta de que él mismo estaba gravemente herido.
      Una vez más, como cada noche desde hacía un año, Murat se despertó aterrado y bañado en sudor, aliviado al percatarse de que todo era una pesadilla, de que no estaba volviendo a ocurrir. Pero ¿era así realmente? Quizá no lo viviera físicamente, sin embargo la angustia seguía dentro de él, martirizándole con la evocación de aquellos hechos.Y como recuerdo imborrable del suceso le quedaba aquella pierna cruzada por hondas cicatrices. Una pierna que era como llevar un letrero colgado del cuello en el que ponía "inútil".
       Estaba amargado. El gran reportero, el gran corresponsal se hallaba sumido en sus miserias. Cierto que solo eran miserias morales, afortunadamente no necesitaba ir de guerra en guerra para ganarse el pan; pero como hombre de acción, que era lo que siempre había sido, estaba acabado. Nada tenía aliciente ya. ¡Maldición!¡Ni siquiera podía estar con una mujer! Aquella bomba le había dejado totalmente incapacitado. Médicos y psicólogos estaban de acuerdo en que se trataba de un problema mental, pero a pesar del tratamiento...nada de nada. ¿Había algo en la vida que fuera más interesante que el sabor del riesgo y el sexo? Llevaba un año sin ambos y comenzaba a pensar que hubiera sido mejor correr la misma suerte del entrevistado palestino.
      ¡Y para colmo de males estaba la compasión de sus seres allegados y de sus amigos!¡No podía soportarlo!
      Por eso se había encerrado en aquella casa. Estaba lejos de todo y de todos, envuelta en silencio, y, sin embargo, estaba lo suficientemente cerca para ir cada mañana al hospital a recibir su ración de masajes en la pierna. Eso, unido a la botella de wisky que se tomaba cada noche, le aliviaba algo el dolor.Pero ni lo uno ni lo otro le evitaban las pesadillas.
      Se levantó de la cama y tanteó en la oscuridad buscando su bastón. Paseó por la casa como un león enjaulado, esperando que la luz del día se llevara las sombras de la noche y con ellas sus temores. El amanecer lo encontró sentado en el salón, con el bastón en una mano, un vaso de wisky en la otra y una botella vacía a sus piés. Fué entonces cuando se sintió relajado. Subió de nuevo a su habitación, tambaleándose más por efecto del alcohol que por la cojera, y se dejó caer en la cama permitiendo que el sueño le rindiera. 
      Despertó a causa de un ruido infernal que llegaba desde el exterior.¿Que era aquello? La agente de la inmobiliaria le aseguró que aquel era un lugar tranquilo, muy silencioso, por eso alquiló la casa, no por su enorme piscina. Buscó el bastón y se apresuró a ir al balcón. En el jardín vecino, una mujer paseaba de un lado a otro empujando una segadora.¿Sería...? ¿Como se le ocurría segar el césped en sábado y a una hora tan temprana? Desde luego su ofuscación dejó pasar por alto el pequeño detalle de que el sol indicaba que había pasado el mediodía. Claro que para él eso era lo de menos, lo importante era que aquella mujer había roto su plácido sueño con la maquinita de los cojones.
      -¡Oiga...!¡Oiga usted...! ¡La de la segadora!-Gritó.
      Ella no hizo caso. Era evidente que no le oía, lo que acrecentaba el mal humor del periodista que insistió en sus gritos una y otra vez hasta que la mujer miró.

      Inci Dogan se había levantado temprano y con ganas de trabajar. Después de limpiar a fondo su casa pensó que aquel era un buen día para segar la hierba del jardín y había ido hasta la ferretería de la urbanización a alquilar una segadora. Había pagado una pequeña fortuna por el alquiler, tanto que pensó que en vez de tenerla durante dos horas se la daban a perpetuidad, pero no, tenía que devolverla antes de que el comercio cerrara. Claro que en aquel momento ya no se acordaba de lo que había pagado, porque pensaba que valía la pena por la comodidad que representaba segar de aquella forma, la rapidéz y el buen resultado que obtenía.
      Detuvo un momento su tarea porque le pareció oír algo. La máquina en cuestión hacía un ruido tan espantoso que no escuchaba ni sus propios pensamientos. Sin embargo...alguien gritaba.
      Miró a su alrededor buscando el lugar desde donde procedían los gritos y por fin sus ojos encontraron una figura masculina que agitaba un brazo y voceaba como un energúmeno desde el balcón de la vivienda vecina. Frunció el ceño, achicó sus grandes ojos para ver mejor y sonrió divertida.¿Pues no parecía que aquel hombre estaba en cueros?...¿Lo parecía o lo estaba? Palpó en los bolsillos de su bata veraniega y sacó las gafas para ver de lejos. Se las puso, miró e inmediatamente volvió a quitárselas. ¡Oha!¡Estaba completamente desnudo y gritaba llamando su atención! Asustada y nerviosa, apartó la mirada del balcón y concentró su atención en la tarea, haciendo caso omiso de aquel exhibicionista sinvergüenza, que siguió gritando un rato más, hasta que debió darse por vencido ante el poco interés que demostraba ella.
      Inci respiró aliviada cuando miró de reojo hacia el balcón y vió que ya no había nadie.
      -¡Oiga usted....!
      La viuda lanzó un grito de terror al oír aquella voz a su espalda.¡Estaba allí!¡Allí junto al muro!
      -Si intenta algo será mejor que no lo haga...-Al instante se puso a la defensiva-Si... si piensa saltar el muro es mejor que desista porque lo pasaría usted muy mal, se lo aseguro.¡Tengo una escopeta y un perro muy fiero y muy grande que no le dejará salir vivo de aquí!¡Avisado queda!
       Murat Kaya no pudo menos que asombrarse ante la perorata que le había soltado aquella mujer.¿De qué hablaba?¿Saltar él el muro?¡En eso estaba pensando, si!¡Pues si que estaba él para saltar muros! Malamente había conseguido llegar hasta allí y, para colmo, a medio camino hubo de regresar a su habitación al darse cuenta de que, en su furia, se había olvidado de ponerse al menos un pantalón.
      -¿De qué habla?- Gruñó furioso.- No pienso saltar su maldito muro, no lo saltaría por nada del mundo y no me interesan su escopeta ni su perro; lo único que quiero es que desconecte ese maldíto cacharro que no me deja dormir.
      Cacharro,¿qué cacharro? Inci estaba tan asustada que ni siquiera podía entenderle. En su mente se había filtrado la idea de que aquel hombre era peligroso y le tenía miedo.
      -Si no se vá inmediatamente y me deja en paz, llamaré a mi perro, le aseguro que es muy peligroso,¡no dejará de usted ni los huesos!
      -¡Señora, si su perro se acerca a mi le daré un bastonazo en los huevos que lo amansará de por vida!-Exclamó escandalizando a la viuda.
      Inci achicó sus ojos y se encaró con él, amenazante.
      -¡Se va a enterar! Voy a buscar al perro y, acepte mi consejo, será mejor que se haya ido cuando salga con él, de lo contrario no respondo de sus actos.
      La amenaza no sirvió de mucho. Si él estaba dispuesto a irse, no lo hizo; por el contrario, empuñó el bastón con una mano y se apoyó en el muro en actitúd de espera.
      Ella fué directamente a la cocina, donde estaba Yeniçeri.
      - Vamos chico, ha llegado el momento de demostrar lo que vales.¡Sal ahí fuera y cómetelo!- Ordenó.
      El perro no parecía estar muy por la labor. Miró a su ama y cerró los ojos dispuesto a seguir durmiendo.
      -¡Yeniçeri!¿No lo has oído?¿Es que no piensas hacer nada?
      Era obvio que no. Jenízaro hizo ademán de levantarse, de hecho se levantó, pero tras dar un par de vueltas sobre si mismo volvió a tumbarse acomodando su postura, ante el asombro de su ama que no daba crédito a lo que veía.
      -¡Levántate de una vez, asqueroso saco de pelos! Óyeme, esto es un ultimátum: ¡O sales y le devoras o el invierno que viene me haré un abrigo con tu piel y venderé lo que quede de tí a una hamburguesería!
      Nada. No había nada que hacer. Yeniçeri la miró con expresión de aburrimiento y no se movió más. Ella volvió a salir al jardín con la esperanza de que el hombre se hubiera ido;pero no fué así, seguía allí en la misma postura en que lo dejó.
      -¿Dónde está la fiera?-Preguntó irónico.
      - No he querido soltarlo.- Mintió mostrándose altiva y dueña de la situación.-Le conozco muy bien, es una bestia sanguinaria y cuando coge una presa no la suelta hasta que acaba con ella. No estoy segura de poder controlarlo y no quiero tener una muerte sobre mi conciencia. Por esta vez lo dejo pasar, así que...váyase y...olvidaré su...su...- Se interrumpió sin darse cuenta. Un movimiento del hombre atrajo la mirada femenina hacia el torso desnudo que brillaba sudoroso a la luz del sol.¡Cielos, qué cantidad de músculos! Inci estaba segura de que un ser humano normal y corriente no tenía tantos. ¡Era todo fibra!
      -¿Mi qué...?- La apremió a continuar.
      -¿Eh?- Ella parpadeó sin saber a qué se refería el otro. Se ruborizó al notar que él sonreía al darse cuenta del motivo por el cual ella había perdido el hilo de la conversación.
      Murat se estiró sacando pecho.
      -Si le es más cómodo puede volver a ponerse las gafas.-Dijo apoyando los brazos en el muro de tal manera que se tensaron sus bíceps endurecidos.
      Inci sintió que una fogarada subía desde su estómago a su rostro. Se estiró indignada mirándole directamente a los ojos.
      -¿Para qué voy a ponerme las gafas? Veo estupendamente.
      -Solo era una sugerencia.- El tono de él chorreaba burla.-En fin, haga lo que quiera. Todo menos volver a poner ese aparato en marcha; me molesta el ruido que hace.
      -¿La segadora?- Ella pareció entender al fin-¿Le molesta la segadora? Pues lo siento mucho, no pienso dejar mi tarea hasta que acabe con ella. Además,¿con qué derecho se queja? Son más de las doce y media.
      -Con mi derecho a dormir.
      -De noche. Yo, en cambio, tengo derecho a trabajar de día, como ahora.
      - Me da igual¡No ponga más la máquina!¿Me ha entendido?
      - ¡Haré lo que me dé la gana!¿Me ha entendido usted a mi?- Como el movimiento se demuestra andando, Inci puso en funcionamiento la segadora y continuó con su trabajo, haciendo caso omiso de su furioso vecino, que se fué lanzando maldiciones.
      ¿Quién se creía que era para exigirle de aquella forma que dejara de usar la máquina?¡Que se fastidiara y durmiera de noche como todo el mundo!
      -Estamos en un Estado de Derecho y yo tengo los mismos que él.-Le explicaba a Yeniçeri un rato después de terminar la tarea que se había impuesto.-¡No puede avasallarme de esa forma!¿Quién se cree que es?...El caso es que...me da la sensación de que le he visto antes.-Dudó un instante.-Me parece que le conozco de algo y no sé de qué...- Se encogió de hombros.....-Me dá lo mismo.¡Ah... y tú,traidor!¿Es así como me pagas los cuidados que te doy?¿La comida que tan generosamente te cedo?¿La limpieza?¿Los paseos?¡Vago! La vida se te va a poner muy difícil, amiguito mío.¡Muy difícil!

      

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